Desde aquel da
Publicado en Jun 01, 2011
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Todo comenzó aquel día en que le ví llegar al edificio donde yo trabajaba, con la misma ropa que yo vestía, con mi misma figura, con mi misma desidia. Era como si el reflejo de mi espejo hubiese tomado vida. Me quedé perplejo y detuve mi paso. No supe que hacer y me sentí extrañamente avergonzado, no podía explicar que yo mismo había llegado ya a trabajar. Me dirigí al café de la esquina nervioso, inquieto, como si fuera el responsable de lo acontecido. Ciertamente que todo podía ser producto de mi imaginación, aunque no me caracterizara por poseer una prolifera, más bien diría por todo lo contrario. Eran diez para las nueve, me quedaban diez minutos aún. Bebí mi café apurado, consulté el reloj, pero antes de salir del local, sentí una inquieta sensación que me paralizó nuevamente. Algo me detenía para no acudir a mi trabajo. Decidí llamarme, es decir, llamar preguntando por mí. Ángela la recepcionista me confirmó que yo (es decir él) ya estaba ahí. Me contestó con el mismo tono de mi voz, me hice pasar por un cliente y consulté por mi caso, lo cierto es que toda la información que entregó mi otro yo, correspondía a la causa que estaba atendiendo. Colgué sin saber que hacer. No estaba acostumbrado a disponer de tanto tiempo en la mañana. Decidí llamar a Lucia. Estaba en cama aún, ofrecí visita de inmediato y aceptó dichosa. No alcanzó a terminar de abrir la puerta de su departamento, cuando estábamos en la cama. Entre medio quiso preguntarme que pasaba, ¿por qué estaba a esa hora con ella? No preguntes contesté – hoy soy todo tuyo agregué y en su rostro se iluminó una sonrisa. Fue una descarga de pasión intensa, como si ambos hubiésemos estado contenidos. Hasta disfruté de sus besos. A mediodía me preparó comida mientras yo dormitaba reponiéndome de la batalla erótica. Comimos en cama, luego dormimos una siesta abrazados desnudos como no hacíamos hace ya tanto tiempo. Antes de terminar la tarde, volví a llamarme, para saber si mi otro yo continuaba trabajando por mí, y seguía ahí. Me quedé con Lucia esa noche, pero en la mañana me fui temprano, arguyendo que el sueño había terminado. Un beso largo y ardiente fue la despedida en el pasillo, mientras palpaba su cuerpo desnudo bajo la bata. Esperé atento en el café de la esquina. A la misma hora del día anterior, me vi nuevamente ingresando al edificio. Tenía otro día para mí. Esto comenzaba a gustarme. Decidí salir de la ciudad. Regresé a casa por una muda y me dirigí al terminal. En el camino pensé que viajar solo sería una estupidez así que llamé a Marisol, a quien invité por el día a la playa. Su esposo estaba de viaje, así que convenimos en que fueran dos días, después de todo recién era martes. Estaba hermosa, radiante, esto era algo que siempre habíamos deseado y que nunca habíamos llevado a cabo. Pude ver en sus ojos que la idea de “nosotros” comenzaba a teñirse de ese color tenebroso que me aterraba de las mujeres, pero no quise decir nada. Prefería verla feliz. Antes de alquilar la habitación, comprobé que las cosas estuvieran en orden. Al parecer mi otro yo, resultó ser más responsable que yo. Pensé que esto duraría un par de días, así que me dediqué a pasarlo bien. No sé que estaba pasando conmigo, pero mientras más hacía el amor, más ganas tenía, parecía todo un semental, hasta yo estaba asombrado. Los dos días se extendieron hasta el fin de semana, total mi otro yo no había faltado ningún día. La semana siguiente el turno fue nuevamente de Lucia, esto de romper la rutina con ellas, estaba resultando maravilloso, hasta el punto que ya sólo llamaba día por medio para controlar a mi otro yo. A los diez días, Lucía no soportó más y pensó que me habían despedido. Le pedí entonces que me llamara a la oficina. No podía creerlo, cuando yo le contesté (o mejor dicho mi otro yo lo hiciera) era mi voz, la misma forma de tratarla, todo era igual, no lo soportó y cortó aterrada. ¿Qué significa esto? No lo sé, todo sucedió tan de repente que no puedo explicarlo. Yo mismo me vi, es decir, vi a ese doble llegar a mi trabajo, y no supe que hacer. Pero ¿te das cuenta lo que eso significa? ese doble puede quitarte tu trabajo. ¿Y que quieres que haga? que vaya y les diga que ese no soy yo, que es un impostor y que yo he estado aprovechándome de esto para darme la gran vida. Me echarían igual. Entiéndelo tengo que aprovechar hasta que dure. No lo sé, yo no estaría tan tranquila. Ya tontita, vuelve a la cama, aprovecha que me tienes para ti solita.
 
Para bien o para mal, esta situación comenzó a irse de mis manos. Más aún cuando a fin de mes, mi cuenta corriente reflejaba mi sueldo sin haber trabajado un solo día. Lucía y Marisol me saciaron de sexo los tres meses siguientes. Disfrutaba levantarme tarde, y tener a una mujer en la cama, todo el día, si se me antojaba. Pero como suele suceder ambas relaciones pasaron de la aventura a la rutina. Empecé a añorar mi vida, comencé a echar de menos esa rutina tediosa. Los llamados de los clientes, los escritos, los comparendos, los alegatos en el tribunal, estudiar casos, buscar jurisprudencia, quedarme hasta altas horas en la oficina estudiando un expediente, los viernes de fin de mes, que solíamos ir con los muchachos a embriagarnos y embaucar secretarias de otros estudios de abogados. Estas vacaciones idílicas, estaban llegando a su fin.
 
Decidí entonces, enfrentar a mi otro yo. Le esperé a la salida. Resultó ser trabajólico y cuando ya los cafés me salían por los poros, se decidió a salir del edificio. Cada vez que estaba a sólo unos pasos de él, sucedía algo que no me permitía acercarme. Tomé un taxi y le seguí. Se bajó en una avenida desierta. No tan convencido de lo que estaba haciendo, decidí continuar con lo que había empezado. De pronto, mi sangre se heló por completo. Le vi traspasar la reja del cementerio y perderse  de mi vista en la oscuridad.
 
De regreso en mi departamento, no lograba encontrar tranquilidad. Todo me daba vueltas. Tuve que recurrir a somníferos para conciliar el sueño. Desperté al mediodía. Me dirigí al cementerio, aterrorizado. Con un susto espantoso, consulté por mi posible deceso, pero no me había muerto. Un poco más tranquilo decidí pasear por el camposanto. Llamó mi atención un lugar baldío al Este. Sólo unas cuantas sepulturas, y dos excavaciones en proceso daban forma al sector. Entonces me percaté de la lápida con mi nombre. Tenía la fecha de mi nacimiento, y de mi deceso sólo el año en que estaba viviendo, no el día ni el mes. Me llevé la mano a mi boca, para contener el grito de horror que brotaba de mi alma. La certeza de mi muerte, me dejó sin aliento, toda mi sangre se paralizó, mi corazón apenas palpitaba, todo mi ser se resquebrajó. Salí del lugar como si hubiese envejecido cien años. Sólo atiné a buscar refugio en mi cama, donde estuve dos días seguidos tratando de llorar sin derramar una lágrima.
 
Volví a buscar a mi otro yo, para entender. Cuando salía me paré frente a él, no me vio, me atravesó y continuó su camino. Pensé que estaba muerto, e intenté pararme frente a otro que venía en sentido contrario quien me dio un empellón acompañado de un insulto.
 
Me pasé el resto del tiempo que me quedaba supuestamente de vida haciendo todo lo posible por expiar mi alma de las culpas terrenales, pensando que moriría en cualquier momento. Los domingos solía llevarles flores a mis padres al cementerio. Visité a familiares y corté mi relación con Lucía y Marisol, quienes no entendieron nada. Aquella Navidad decidí hacerme un regalo especial y fui a depositarlo ante mi fosa. Cuando llegué, estaba ocupada y la lápida correspondía a una mujer joven.
 
Desde aquel día, he deambulado por años como un errante entre los cementerios, buscando la fosa donde finalmente descansarán mis restos.
 
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

Todo es real?

Palabras Clave: vida

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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