Sorpresa
Publicado en Jul 20, 2009
Ayer domingo, 19 de junio del 2009, me levanté tarde a preparar el desayuno porque la semana había sido un poco ajetreada de trabajo y reuniones sociales. Preparé el té, bostezando. Abrí tanto la boca, que se me desvió un poquito la quijada, esto me pasa muy seguido, pero ya tengo una técnica para ponerla en su lugar con un leve golpe en el mentón. Metí a calentar el pan en el horno, llevé platos, tazas, cuchillo, cucharas sobre la mesa del comedor, saqué del refrigerador el jamón, el dulce de leche (la cajeta en México), mermelada y queso amarillo. Estando todo sobre la mesa, llamé a mi señora, quien dejó la cama un poco soñolienta, me dijo que todo ese día se la iba a pasar sobre ésta, leyendo, durmiendo o viendo televisión, me preguntó sobre mis actividades de esa jornada, yo le contesté que iba a leer el periódico y después iba a ponerme enfrente de la computadora a escribir, terminamos y cada quién se fue a su rincón. Ese domingo también teníamos una reunión para ir a cenar con unas fotógrafas polacas que habían llegado a Lima para realizar un trabajo gráfico sobre el bicentenario de la Independencia, así que, comimos sólo algunas frutas. Entre lectura, siestas y escritura se nos pasó ese tiempo libre. A las seis de la tarde, después de haber leído algunos relatos de mis amigos de Textale y haberlos comentado, me fui a duchar y a ponerme ropa decente para ir a cenar con tres mujeres. Nos subimos al auto y mi esposa empezó a reclamarme que la dejé sola todo el tiempo, pues yo me la pasé enfrente de la computadora. Me preguntó, qué era lo que hacía, yo le contesté: leyendo y escribiendo. Ella respondió que ya estaba exagerando con la escritura, pues ni un minuto convivimos, y por supuesto tampoco hubo una respuesta de mi parte, pues ella tenía razón. Como habíamos salido más temprano a nuestra cita, fuimos a comprar algunas cosas que faltaban para la semana. En la tienda, en el mostrador de los fiambres se me acerca una señora, no digo señorita porque iba acompañada por un niño, quien me pregunta, si yo era escritor, naturalmente, le digo que no, entonces ella dice que mi nombre es Carlos, yo sorprendido le digo que si, y aunque no se crea, dice mi apellido. Entonces empieza a contar que cuatro semanas atrás encontró la página en donde nosotros estamos publicando nuestros textos y además había leído algunos de mis cuentos y poesías, volteé a ver a mi mujer, quien había abierto más sus grandes y hermosos ojos de color aceituna, también sorprendida de ese encuentro inesperado. Desafortunadamente ya no teníamos tiempo para seguir con esa agradable conversación, me despedí con el corazón en los oídos de la alegría que, alguien me hubiera reconocido por mis historias escritas, pero más orgulloso me sentí cuando me dijo que saludará a Maval, Verano, Ana y Alberto.
¿ A poco no está para Ripley?
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alberto carranza