DESLIZ LSBICO.
Publicado en Nov 25, 2012
Desde que me conozco odio esas apaisadas lloviznas, densas y sistemáticas, que no dan armisticio y que amodorran el pensamiento y espolean la nostalgia.
Me adormece el cantarín golpe de un enorme chorro que se precipita por entre la boca de una gárgola alada y mefistofélica de la vetusta edificación de estilo republicano al frente del pequeño bar donde me refugio. Intento por enésima vez retomar la lectura del intricado pero tierno -a mi juicio- ensayo de uno de mis escritores tutelares: Don Ernesto Sabato titulado " La resistencia". No lo consigo por las distracciones que me seducen los retazos de conversaciones en otras mesas de jóvenes universitarios y viejos profesores en las que desarreglan y luego pretenden remendar el irremediablemente estropeado universo. Mariana - ex novia de los setentas- entra sacudiendo su bolso y pasando ambas manos por su bello rostro sin gota de maquillaje y rociado por esta lluvia impenitente. Me ve y sonríe burlona. Se acerca y luego de un rápido y formal beso en la mejilla, pregunta por mi vida, y yo por la de ella. Nos ponemos al día, en medio de un almuerzo ligero y vegetariano para colmo de mis males. Hace años no la veo y por lo que me cuenta nunca se ha casado, no me habla de amores, ni desamores. En cambio yo le notifico mi formal relación con la madre de mis tres hijos, de mi vida rectilínea, como la de una vieja locomotora, destinada a franquear una carrilera predecible. Me da "el sentido pésame" muerta de la risa y unos sutiles toquecitos en la espalda a modo de consolación. Estamos en eso cuando entra como una exhalación sublime mi otra amiga de hace ratos: Rosmira, novia de la atolondrada juventud, cuando todo está por ser descubierto y al igual que Mariana me marcaron con la impronta de la idealización, el requiebro y la efusión de los amores de aquellos tiempos. Nos saludamos con la misma afectuosidad de toda la vida, le presento a Mariana. El tono, el beso y el roce de sus manos, incluyendo la mirada que se prodigan, al tiempo que me sorprenden, me generan un sentimiento de engorro y para complemento quedo en medio de las dos. A partir de entonces, luego de ordenar unas cervezas, me sitúan como el espectador estupefacto y desdeñado de estas mujeres que encontraron entre ellas una avenencia que en un comienzo digiero sin morbo alguno.Horas después.La lluvia persiste y me urge ir al baño, pido permiso, sin darse cuenta de mi apremio una de ellas se mueve sin dejar de hablar y mirarse con una turbadora sujeción. como si el mundo de las dos se abrevió a ellas. Cuando regreso del baño, miro espantado como Mariana sostiene el rostro de Rosmira con ambas manos, en un tierno e hipnótico beso en los labios y murmura palabras farragosas que prefiero no confirmar. Me acerco a la mesa, recojo mi maletín y me despido sin mirarlas a los ojos, dejo un billete que cubra los gastos y me doy vuelta para lanzarme al diluvio que me empapa hasta el esqueleto, castañeando los dientes me detengo bajo el umbral de un enorme portón colonial y se viene a mi memoria uno de los sabios fragmentos del maestro Sabato: "Ni el amor ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obras de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados. ¡ Cuantas veces en la vida me ha sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se lo buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino." (La Resistencia, pag. 28) Colijo entonces que me convertí en el instrumento de ese destino implacable para que dos amigas de mi juventud creyendo que caminaban perdidas, en realidad avanzaban con rumbo fijo, ya sea por una visible voluntad o por una voluntad desconocida para ellas mismas, pero no obstante poderosa e inmanejable que las hizo marchar y acudir a aquel encuentro en donde, ese mismo destino insondable y preñado de perplejidad como un árbol de navidad puso al descubierto con sorna y crudeza una realidad inédita como pasmosa.
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