Amo la grandeza de tu mar, tus matices y tu majestuosa impotencia. Amo tu obstinado viaje aventurero, la búsqueda implacable de tu destino, tu fidelidad eterna regresando una y otra vez a mis brazos, renegando de tu naturaleza.
Amo tus besos enamorados, esa boca osada siempre lamiendo, tu necesidad de cobijo y el afán de sujetarte  o explotar  con insistencia contra los acantilados que nos separan, como guardianes de amores prohibidos.
Amo los cambios de humor que ya presiento, la violenta entrega o tu renuncia acariciando mi playa, desarmando mi cuerpo, arremetiendo de nuevo sin pausa.
Amo esperarte porque sé de tu regreso, de tu inesperado arrebato por demostrarme cuánto me  necesitas, y como deseas saciar tu locura en mi cuerpo.
Amo tus celos, tus regalos desplegados en todo mi suelo. Amo la sal de tus lágrimas y la frescura de tus palabras cuando me alcanzas y me penetras de nuevo. Amo tu abrazo apretado, posesivo y hambriento.
Amo reconstruirme después de tus avances, de los respiros que me dejas cuando ya creo estar sin aliento y amo que reconozcas  cuando ya te extraño, porque regresas apurado  para acariciarme de nuevo.
Amo ser la playa de tus olas embravecidas, apasionadas y absorbentes. Amo ser la arena blanda que se amolda a tus caprichos y te acompaña allí adonde vayas sin que lo notes, sin que me lo pidas.
Amo que me tengas presente y que regreses fiel a mi lecho con fuerzas, con ganas; para envolverme y devorarme.
 Amo tu insistencia y tu constancia; tu inmensidad y tu belleza; los amaneceres que me regalas  y el sabor que me dejas para tenerte en mi boca siempre.
Amo ser  la incondicional que te espera y que te recibe como quieras y cuando sea; en el lugar de siempre. Amo ser arena blanda, la playa donde te rompes, la que desinfla  tu inmensidad y  la que te conoce cuando te desvaneces. Amo abrirme a tus embistes, absorberte y contenerte.
Amo tus partidas y amo tus regresos; amo que seas el mar de mis deseos, el mar que siempre acaricia mi playa.