11- Nadie muere de amor
Publicado en Sep 22, 2009
En un potente abrazo, adheridos y llameantes por el ecuador (por última vez en aquella noche en la que así amanecimos), Isabel me chupó la lengua con su boca y un dedo con el culo en cada espasmo de cada orgasmo. Suspirando, jadeando y gritando juntos, nuestros cuerpos fueron uno. Acabé en metrallas de perlas en la infinitud de su magma.
Dios... ese fue el adiós. Aquella noche, al momento epiléptico en que sentí que el corazón me iría a reventar, Isabel borró de mi mente el deseo de cualquier mujer que no fuese ella. Haciéndose tan transparente como el aire faltante en mis ahogos, Isabel me dejó al día siguiente; se fue llevándose el mundo bajo mis pies; se fue dejándome sólo humo entre los escombros. ¿Estoy llorando? Imposible. Estoy muriendo eternamente en esta fría habitación. Somos sólo fotos sepia (ni siquiera somos eso); y por eso las quemé, junto con los dibujos de su desnudez, apenas quise morir por no haberla matado en aquel momento criminal en el que la salvé de los pelos, sacándola de una habitación que luego destruí completamente. Así reinan hoy su fantasma y el inenarrable dolor de verla irse (aún tenía mis ojos) por última vez, altanera, meneando el culo bajo su pollera azul de secretaria ejecutiva, en aquella tarde en la que se subía a su Volkswagen, tarde de enero en la supe que ya no era mía porque nunca lo había sido (y que supe que sólo yo era de ella); aquella tarde en la que el dolor áspero y silencioso de la implosión de los celos me aturdía con un certero y falaz: "cogió con otro". Habíamos compartido un lecho, y a pesar de no haber soñado lo mismo en él, eso era estar muy cerca. Ahora que estábamos demasiado lejos, mi amor era debilidad y su indiferencia, poder. Así Isabel dejó de ser una persona para convertirse en la fuerza que gobernaba el territorio ideal de mi memoria, en la única luz que aún ven mis ojos huecos; y siento que esa fuerza soberana ha decretado arrancar cientos de páginas en la novela de mi vida, y que esas páginas fueran lo único que valiera la pena en Toda la Historia de la Humanidad, que fueran lo único que le diera sentido a este absurdo que ¿veo? cuando miro al espejo sin reflejo, con ojos huecos, con mis ojos cuencos. Apenas me enteré que Isabel había vuelto de sus vacaciones en la Isla de los Negros, la llamé obstinado cerca de cincuenta veces. Me atendió, sólo en el último ring de la última llamada, para terminar diciéndome, con voz maquinal antes de colgar, que "nadie muere de amor" ... "los perros se mueren de amor, mi amor", le dije a nadie. Así conocí a la invulnerable Isabel, incólume en el derrumbe de una Historia Aparente.
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inocencio rex
un gran abrazo
Delfy
Excelente mi estimado amigo
Saludos
Delfy
Gabriel F. Degraaff
inocencio rex
margui: ¿y romeo y julieta?
Anna Feuerberg
margui32
inocencio rex
siempre muy atinado en sus comentarios, lo que lo muestra como un lector con tercer ojo de escritor. sus felicitaciones me colman de alegría. (uy de nuevo no te tutee)
te mando un gran abrazo y gracias por leerme
inocencio rex
veo que te has compadecido de inocencio... jajaja... subí este texto, que es un retazo de "genoma y feromonas", porque creo en su mínimo valor literario; me gusta haberlo escrito y creo que tiene un par de ideas interesantes metidas entre sus párrafos... isabel es sólo una mujer despechada, no te enojes con ella... jajaja.
me encantó tu comentario visceral. gracias, anna
Guillermo Capece
Anna Feuerberg
Un beso y * * * *
Annita