Genoma y feromonas: El amor es fe
Publicado en Nov 17, 2009
Ganamos oros en Atenas e Isabel me dijo, en un sollozo, que no quería depender de nadie. Me dijo también, como en una revelación, que el amor un día se terminaría; lo dijo mientras mirábamos a un Dios azul / negro directo a sus mil ojos de aquella noche de luna nueva. Al oír aquello, mi lado diestro abandonó su claustro y quiso azotarle las nalgas con el látigo que lleva en ocasiones en las que se convierte en Talibán. Ella habló de esas cosas que mi lado izquierdo prefería omitir: dependencia y desamor.
La epifanía me agarró desprevenido porque, en realidad, yo quería creer que la vida era ese paraíso en el que su aorta se hinchaba y sonaba como un tren de carga por el gozo de nuestra complicidad creciente, y que eso era amor; yo quería creer que cada vez que se desenfundaba de su vestidito explosivo y cuasi porno para pedir refugio en mis abrazos, eso era amor; que cada vez que me perdía los estribos escondiéndolos en el misterio de su rebelde rodete rubio, para exigirme, como rescate, unos taquicardíacos polvos eternos, eso era amor. Quería creer que aunque todo aquel negocio, un buen día, fuera a dejarme tan absurdo como un obelisco en mitad del Sahara, eso era amor. El amor es fe.
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