Permítame princesa, recorrer su comarca,
su territorio, sus tierras...
 
Permítame creer que soy un caballero
de oro, plata, hierro y alpaca...
 
Permítame custodiarla de cualquier amenaza
A Usted y a los límites de su reinado...
 
Y permítame cabalgar, recordándola,
con el suave trote de mi corcel despeinado por el viento,
ese viento que logra encontrar el espacio suficiente,
al ingresar a pulmones infinitos y enamorados.
Mientras hago tiempo, esperando verla algunos segundos,
Cuando pasa con su cortejo real protegida,
Por las calles de esta comarca,
Cuando regresa de las montañas,
Cuando vuelve a su castillo cada tarde...
 
Y si se asoma por la ventana de su alcoba,
O por la ventanilla de su carroza, yo quisiera:
 poder sonreírle con una flor en mi mano
y con una pequeña lágrima en mis ojos,
que quizás nunca llegue a distinguir, ni a sentir...
 
Permítame princesa,
amarla por lo que usted misma es
y no por lo que los demás deseen que Usted sea...
 
Permítame amarla...
Y permítase a Usted misma no cambiar jamás...
 
Y si por si acaso a Usted le interesa por intriga femenina,
Saber algo respecto a la forma de amar que le ofrezco,
Tenga bien a saber que mi intención,
Ni siquiera pretende llegar a enamorarla,
Mi intención es acompañarla del brazo como su caballero,
De camino de regreso a lo que Usted siempre quiso ser,
Delicadamente, hacia Usted misma.
Hacia la magnitud del ser que a este caballero lo enamoró…