Corazón de hormigón
Glenda busca. Todos buscamos de alguna manera. Ella busca botellas de vidrio y algún cartón que le gane a la húmeda ciudad y que valga unos pesos en el bolichito del gitano. Son las perlas que van brillando para ella en esta noche. Glenda valiente, busca en los márgenes. No es cosa de cobarde andar hurgando en el resto de la ciudad. Busca, y se esconde de las estrellas que iluminan. Algunos más que a otros, claro está. Pero del balcón no puede esconderse. Desde allí, otros ojos andan de búsquedas por el cielo. Quizás alguna respuesta que dé sosiego al insomnio que se cuela por la ventana. Como estos ojos, los míos, que ven desde el papel, desfilar los de ellos, y que suelen detenerse en los verdes rebeldes que brotan de los cementos sin pedir permisos a nadie. Esos ojos de amplio balcón, que encuentran hasta tucumanos en el corazón de un hormigón. Ojos que no advierten los intentos que ella hace jugando una suerte de antiguo fort-da, que busca y esconde. Ojos que irremediablemente la encuentran en una mirada punzante, que tira y como tira hacia atrás. A la vez que procuran ser faroles que acaricien la noche en una tenue luz. Un remanso para la soledad.
Pequeñas grietas que, a su manera, inauguran vida: el verde corazón de cemento, las nubes como grandes pizarras, el aceite que pincela en el asfalto y también las botellas y los cartones.
Argumentos mínimos para desplegar grandes almas en búsquedas.