LA TUMBA Y LA AMAPOLA.
Publicado en May 20, 2013
Paseaba al atardecer por la evocadora necrópolis visigótica de Segóbriga cuando de repente la vi. Estaba allí solitaria, con su profundo color rojo (como la sangre, como el fuego, como la pasión) asomada a la negra boca de la vacía sepultura. Y algo en aquella humilde amapola tocó la fibra sensible de mi espíritu dándome que meditar. Y pensé que aunque jamás (Dios como odio ese adverbio de tiempo) conocería a la persona que fue enterrada allí, me gustaba imaginarla lozana y bella, creyéndose inmortal como todos nos creemos en nuestra juventud. Y también quise pensarla encendiendo el amor y la pasión de un hombre, desaparecido al igual que ella hacía incontables siglos de la memoria de la historia. Quizá esa pequeña amapola era la prueba tangible de que el amor todo lo vence. Tal vez esa limpia flor había sido puesta allí por aquel enamorado, que venciendo al tiempo y al olvido había regresado de la nada para rendir un postrer homenaje a su amada. "Amor omnia vincit": el amor todo lo vence. Que bella frase. ¿Dónde irá toda esa energía positiva que desprendemos cuando nos enamoramos? ¿Sería capaz de vencer a la muerte? ¿Es justo que todo ese bien desaparezca sin más? Y finalmente, mientras me alejaba de aquel sitio por el recto camino bordeado de esbeltos cipreses, me gustó soñarlos a los dos, a ella y a él, fundidos en un abrazo eterno en aquel cielo melancólicamente pintado por la dorada luz del crepúsculo. Salvados ambos por el amor de la siniestra boca negra de la tumba.
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kalutavon
Juan Carlos Rodrguez Por