Relumbra la luz en la página.
Es de noche en el mundo de los hombres.
Las letras corren tras sus encéfalos.
Las minutas saltan del escritorio.
Las atónitas vocales piensan que es una debacle.
Afuera, el cielo gime sus purezas moradas.
Entra por la ventana y pone yedras en las líneas.
Los destellos se detienen en el abecedario:
Luz y letras se reconcilian con el mundo.
En la quietud de la hoja se desparrama la lumbre,
haciendo cena con las prosas fantasiosas:
No es coincidencia este acontecimiento.
Siempre los saberes han arrojado luz
sobre las piras de hombres insensatos.
Se iluminan las quebradas de la página
y un agua familiar corre por ella:
Es tinta, que se va sin saber sus coordenadas
hacia el lomo del libro, ya llameante.
Los libros, inflados y repletos
se abren ante las puras luminarias.
El cielo lee párrafos concretos
y palpa historias recordables.
La luz es vasalla del conocimiento
desde el día de la creación de la imprenta.
Nosotros, debajo del cielo místico
somos los carceleros de nuestra propia ignorancia
pues ya no nos desgastamos más en instruirnos.
Como se hacía en el Siglo de las Luces.
Todas estas maravillas acontecen
cuando los hombres concretos se detienen a dormir
vencidos por la modorra de sus propias sombras.