DECISION DE MUERTE
Publicado en May 31, 2013
D e c i s i ó n d e M u e r t e
Parada en el andén, mirando angustiada ora a un lado ora al otro, la buscaba desesperadamente. ¡Tenía que encontrarla! Desde esta misma tarde, cuando tras la terrible pelea ella, enfurecida, había salido del apartamento, la venía siguiendo. Y pocos minutos antes había logrado entreverla con su elegante traje verde jade que tan bien hacía resaltar su belleza morena clara, cuando presurosa, entraba en la estación. Corrió tras ella y pudo observarla desde lejos cuando llegaba al andén colmado de gente bulliciosa e indiferente. Pero al llegar allí, ya había desaparecido nuevamente. Y frente a ella, el inmenso tren con sus innumerables vagones, una puerta tras otra cada pocos metros, engullendo pasajeros vorazmente. ¿Donde estaría? ¿En que vagón habría entrado? Solo le quedaba una solución. Rápidamente se dirigió a la boletería y luego de informarse del destino y del costo del viaje, compró un boleto y decidida, abordó el tren. El revisor tomó su ticket y charlando la guió gentilmente hasta uno de los compartimientos del coche cama donde debería pasar las horas nocturnas del largo trayecto hasta la costa. Pero, pensó, el no conocía ni podría sospechar el verdadero motivo de su viaje. Así que, agradeciendo amablemente su atención, se informó como al descuido, de cuantos vagones llevaba el expreso, de cuantos coche-cama y de si viajaban muchas mujeres solas esa noche. Todo esto sin hacer mucho hincapié en su interés, entremezclando sus preguntas discreta y cuidadosamente entre el caudal de información acerca del viaje que el buen hombre le ofrecía. Al quedarse a solas en el compartimiento, se dirigió hacia la butaca que formaba parte del cómodo moblaje del salón dormitorio que ocupaba, sentándose cerca de la ventanilla para observar cuidadosamente a todas las personas que circulaban por el andén o que se acercaban al tren dispuestas a abordarlo. Poco después, cuando este tras un largo y agudo silbido de aviso, se puso en movimiento, se acercó al gabinete tocador, levantando la tapa-espejo que cubría el lavabo. Y al ver su rostro demacrado y pálido reflejado despiadadamente en la luna del espejo, decidió corregir los estragos que las horas y la angustia habían causado en el. Se refrescó con agua helada y sacando de su bolso el estuche de los cosméticos, procedió a retocarse cuidadosamente. Luego, cuando devolvió el estuche al interior de la cartera, se sobresaltó al sentir que sus dedos rozaban una superficie dura y fría, que tras un instante identificó como la Lugger que desde años atrás poseía y que no recordaba haber metido ese día en su bolso. Entonces, con movimientos lentos y seguros la sacó del bolso y sosteniéndola con firmeza entre sus dos manos, comenzó a acariciarla mientras su mirada enigmática se perdía en el infinito, como mirando profundamente dentro de si misma, ensoñadora primero, triste después, y al final, decidida y violenta. Toda su vida pasó por su mente durante esos cortos minutos. Toda su triste, solitaria y desquiciada vida. Desde el lejano recuerdo de cuando niña aún le había tocado presenciar como su padre golpeaba salvajemente a su madre, lo que lo llevó a ser perseguido por la justicia, encarcelado, y luego, pocos años después, a fallecer en la prisión durante un motín que el mismo había provocado. Después la larga y mortalmente aburrida vida junto a su madre, quién, ya viuda, había cambiado de ciudad y de nombre y hacía creer a todo el mundo que su marido había sido un buen hombre que había fallecido en un accidente mientras cumplía con su deber, viajando por todo el país en asuntos de trabajo. Y bajo esta mentira vivía y hacía vivir a su pequeña hija, obligándola constantemente a confirmar sus palabras con innumerables “si mami, así fue” o “si mami, claro que lo recuerdo” etc. etc. etc. Y luego, el resplandor. El encandilamiento. El Amor. Así, con mayúsculas. Porque fue así. Maravilloso. Deslumbrante. Fue TODO. El era un apuesto estudiante de medicina próximo a graduarse. Atractivo. Elegante. Gentil Poseedor de todas las cualidades del mundo. O por lo menos, así lo pensaba ella. Se casaron en menos de un mes. Ella con diez y siete años y el con veintinueve. Todo un hombre ya, pensaba. Maduro. Formado. Eso era algo que la llenaba de orgullo y le daba una gran confianza en su felicidad futura. Pero, no es oro todo lo que brilla. Y el mismo día de la boda comenzó para ella una terrible pesadilla que habría de durar seis interminables años. Su marido se drogaba. Robaba en el Hospital donde cursaba su última pasantía, la morfina que necesitaba desesperadamente para vivir. Y durante las espantosas sesiones de drogas, alcohol y sexo, la golpeaba brutalmente. Y ella, doblegada por su amor, lo soportaba todo. Así siguió día tras día, mes tras mes, recibiendo constantemente su cuota de maltrato y violencia, y escondiendo de su madre y de sus amigos los moretones y las cicatrices que habrían denunciado públicamente la locura de su esposo, haciendo creer a todos ellos, tal cual había aprendido de su madre, que su matrimonio era un rotundo éxito. Poco tiempo después quedó embarazada, ilusionándose su corazón con la esperanza de que esta maravillosa noticia sirviese para calmar la violenta personalidad de su marido. Pero fue todo lo contrario y en una terrible noche decidió hacerle el mismo un “legrado” para librarla de una preñez no deseada ni buscada por el. Y procedió de inmediato, efectuando la operación allí mismo, en su propia casa, en su cama, sin anestesia ni la ayuda técnica necesaria. Fue tan bestial en su cometido que le desgarró el útero provocándole una hemorragia incontenible, que lo obligó a llevarla, ese mismo amanecer al hospital, para ser tratada por “un aborto espontáneo” como informó a sus colegas y amigos del nosocomio, interviniéndola de nuevo el mismo pero esta vez con la asistencia técnica pertinente, pero dejándola mutilada y estéril para el resto de su vida. Poco después de esa noche comenzó para ella el peor calvario que mujer alguna pueda sufrir de manos del hombre que ama. Estando ya tan afectado por los excesos y las drogas que no conseguía excitarse lo suficiente para alcanzar una erección satisfactoria para consumar el coito, su marido comenzó a llevar hombres, buscados en los peores sitios de la ciudad, para que se acostaran con ella en su presencia, humillándola y haciéndola caer en la mas abyecta depravación. Esto continuó año tras año, hasta que una noche, luego de una sesión de alcohol, drogas y licor mas prolongada e intensa que nunca, su organismo debilitado en extremo se negó a soportar mas y sufrió un colapso, falleciendo poco después antes de haber cumplido los treinta y cinco años de edad. Y ella quedó, ¡al fin¡ libre. ¡Completa y absolutamente libre¡ Increíblemente, gloriosamente ¡libre¡ Libre ya de su madre quien había fallecido de un infarto dos años antes. Y libre de la espantosa pesadilla de su matrimonio. ¡Libre¡ Pero todo este sufrimiento, todo ese maremagnun de sexo, violencia, promiscuidad y drogas en el que había estado sumergida, habían causado un profundo cambio en su personalidad, en su psiquis. Habían originado una metamorfosis radical en su alma, en su mente y en su espíritu. Pronto comenzó a darse cuenta de que sentía una profunda adversión por los hombres. Que no soportaba su cercanía. Que los detestaba vehementemente. Muchos, que atraídos por su belleza y por su enigmática mirada, la rondaban con intenciones amorosas pronto se veían rechazados con indiferente y despectivo desprecio. No podía, en realidad, soportar su cercanía. No lograba sentir ninguna atracción, ningún deseo por ellos. Le molestaba su insistencia, su presencia constante, su ocasional roce y hasta su olor. Y un día todo esto se aclaró de repente. Ese día, tan importante para su vida futura se dio cuenta de que estaba locamente enamorada de una compañera de trabajo. Y entonces, supo. Comprendió que el daño que su marido le había hecho había sido mucho mas profundo y permanente que unos cuantos golpes con sus inevitables cicatrices físicas y psicológicas, o la simple violación de su íntimo pudor femenino. El había logrado también trastocar su líbido, empujándola a sentir desprecio y repugnancia por los hombres. Y su alma, hambrienta de cariño, de amor y ternura, los buscaba ahora en seres pertenecientes a su mismo sexo, esperando encontrar en ellas lo que el no había sabido brindarle. Y durante mas de quince años había vivido pasado de un amorío superficial a otro, sin conseguir nunca algo verdadero, un sentimiento que realmente la llenara, colmando sus aspiraciones y satisfaciendo sus necesidades plenamente. Hasta que una noche, en una reunión de fin de año en el club que frecuentaba, conoció a Sharlín. Esa noche, extasiada, la admiró mientras bailaba con unos y otras. Alegre. Feliz. Desenvuelta. Luego, ya tarde, reunió el valor necesario y acercándosele, comenzó a enamorarla. Y, ¡oh dioses¡ ella le correspondió. Al día siguiente, luego de una maravillosa noche de amor, Sharlín se mudó a su apartamento, comenzando así una idílica relación que ya llevaba mas de seis meses de mágica luna de miel. Pero días antes una sombra de celos y desconfianza había comenzado a oscurecer esa brillante felicidad. Accidentalmente había visto como Sharlín coqueteaba descaradamente con un joven cliente de la librería donde ambas trabajaban. Aunque no le quiso reclamar nada en el momento decidió vigilarla cuidadosamente. Y esa misma tarde la había visto salir disimuladamente del negocio, en compañía del joven galán, dirigiéndose juntos al callejón vecino y entregándose allí a las mas apasionadas caricias. Los celos la enloquecieron completamente. Adentrándose en el callejón se abalanzó sobre ellos y tomando a Sharlín por un brazo comenzó a zarandearla violentamente mientras la insultaba con zaña y crueldad. Luego, deteniéndola frente a ella, la abofeteó innumerables veces, sin dejar ni por un segundo de insultarla, hasta que sintió su propia mano inflamada y adolorida por los golpes. Y al ver que el joven enamorado huía aterrorizado, la llevó a empujones hasta su auto estacionado en la acera cercana, ante la mirada asombrada de los peatones que circulaban por el sector. Ya adentro del vehículo, lo condujo a gran velocidad hasta el apartamento que ambas compartían. Al llegar allí, Sharlín que, aturdida por la violencia y lo sorpresivo del ataque no se había defendido, se engrifó como una gata y reaccionó salvajemente. Se dijeron cosas espantosas. Se sacaron en cara lo mas sucio y desagradable de su intimidad. Se ofendieron como solo dos mujeres celosas saben hacerlo. Y luego, Sharlín, dirigiéndose a la habitación, había preparado una pequeña maleta y recomponiendo su ropa y maquillaje, desordenados ambos durante la horrible pelea, había salido del apartamento sin agregar una sola palabra mas. Y ella, ya arrepentida, desesperada ante la posibilidad de no volverla a ver, la había seguido. Y siguiéndola, había llegado hasta la Estación Central, tomando, en su persecución, el tren expreso a la costa. Pero antes de salir de su apartamento, casi sin saber lo que hacía, había tomado la Lugger que había sido de su marido, recuerdo de guerra de un amigo alemán, y luego de cargarla, la había metido casi inconscientemente en su bolso. Y ahora, a medida que recordaba todo mientras la acariciaba casi sensualmente, una terrible sospecha y una mas terrible decisión se iba posesionando firmemente de su alma y de su mente, invadiéndola totalmente, sin dejarle la oportunidad de luchar contra ellas. Y la decisión era de muerte. Poco después el revisor mozo del vagón toco suavemente a la puerta de su compartimiento, avisándole que había llegado la hora de la cena y que podía pasar la vagón comedor. Sobresaltada al momento, al ser sacada bruscamente de sus pensamientos, contestó enseguida agradeciendo la información. Y tras guardar la Lugger nuevamente dentro de su bolso, salió y recorriendo lentamente los cinco vagones que lo separaban del suyo, llegó al vagón comedor. Allí, al entrar, vio su terrible sospecha confirmada plenamente, pues, en una de las elegantes mesas, sentados muy juntos y muy amartelados, estaban Sharlín y su joven enamorado. La impresión la dejó totalmente conmocionada. Su mente quedó momentáneamente en blanco y dejó de pensar. Solo sentía. Sentía un gran dolor que partiendo de su corazón, la invadía totalmente. Y supo que todo había terminado. Que solo quedaba desesperación. Como sonámbula, caminó lentamente hasta detenerse frente a la mesa ocupada por la pareja. Pero estos, estaban tan ensimismados el uno en la otra, tan absortos, que al momento no notaron nada. Luego, cuando al fin sintieron que algo ominoso y cruel se abatía sobre ellos, levantaron la mirada al unísono, fijándola asombrados sobre ella. Pero ya nada pudieron hacer. Ya ella había sacado el arma y mientras los ocupantes de las otras mesas la miraban aterrorizados, apuntó firmemente al hermoso rostro de Sharlín y disparó, atinándole en medio de la frente. En segundos, movió el arma unos pocos centímetros y disparó otro proyectil, esta vez dirigido a la cabeza del horrorizado joven. Y luego, volviéndola hacia ella misma, se disparó en la sien derecha, cayendo su cuerpo ensangrentado al pie de la mesa donde yacían los cadáveres de sus dos víctimas. Margarita Araujo de Vale 1990
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Tamara Bracho Formisano