Hijas de la mala vida (Les demoiselles d'Avignon)
Publicado en Jun 02, 2013
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“Les Demoiselles d’Avignon”
  
Comedia en un acto escrita por Humberto Robles

 
 
Personajes:
Margot
Penélope
 
 
Ambas mujeres son veteranas de la misma edad más o menos. Penélope viste sumamente elegante y sofisticada, con sombrero, bolso y guantes, de luto riguroso (o también, podría ir totalmente de rojo), estilo Coco Chanel. Margot viste con evidente mal gusto, colores chillones, telas baratas, mal combinada, sombrero, lentes oscuros; parece una turista gringa.
 
 
La acción transcurre en una sala del Museo de Arte Moderno de Nueva York, a finales de la década de los 50, Siglo XX.
 
 
En el escenario vemos una reproducción del cuadro “Las señoritas de Avignon” de Picasso (óleo, 245 × 235 cm.) y frente a éste una banca de museo.
 
 
Los poemas de Rafael Alberti pertenecen al libro “Lo que canté y dije de Picasso”.
 
 
El personaje de Penélope fue escrito pensado para Cristina Morán en Uruguay y para Helena Rojo en México.

ACTO ÚNICO
 
Oscuro. Escuchamos un fragmento de “Bucovina” de Shantel (del disco Putumayo Presents: Gipsy Groove). El escenario se va iluminando lentamente hasta descubrir el cuadro “Las señoritas de Avignon” de Picasso. Hay una banca de museo frente al cuadro. Tras unos instantes, por un lado entra Margot, mascando chicle, sigilosa, cerciorándose de no ser vista; observa el cuadro; le escupe y sale. Tras unos momentos, por el otro lado, entra Penélope, con una vela encendida, como en un ritual místico. Al ver el cuadro adopta pose y lanza una exclamación teatral, grave, llena de histrionismo y admiración:
 
Penélope: ¡Ah…!
Aquí está el toro de cuya cola arrastra
La sal y la aspereza, y en su ruedo
Tiembla el collar de España con un sonido seco,
Como un saco de huesos que la luna derrama[1].
 
Penélope hace una reverencia y pone la vela frente al cuadro. Se sienta en la banca a contemplarlo con una devoción casi religiosa. Margot entra por su lado, trae un hacha; no se percata de la presencia de Penélope. Margot se acerca, trata de darle al cuadro con el hacha pero el peso de ésta la vence hacia atrás. Penélope la observa y carraspea para hacerse notar. Margot no la escucha y hace otro intento, pero el peso del hacha la vence de nuevo, ahora hacia adelante, y la hace trastabillar. Resopla. Vuelve a empuñar el hacha y la levanta con dificultad.
 
Penélope: Querida... ¿se puede saber qué pretende?
 
Margot: ¡Ay, madame...! (Baja el hacha) ¡Qué susto me pegó!
 
Penélope: No era mi intención... le ofrezco mis disculpas.
 
Margot: Aceptadas.
 
Ambas se miran unos instantes. Penélope vuelve a posar su vista en el cuadro. Margot la mira de soslayo.
Margot (tras pausa): Yo también digo que “lo malo de la pintura abstracta es que hay que molestarse en leer el título de los cuadros[2]”… (Margot ríe de su “chiste”. Penélope apenas la mira) Era una broma... (Tras pausa, carraspea) Una preguntita.
Penélope: Sólo una... Sea breve... Adelante.
 
Margot: ¿Piensa quedarse mucho rato en esta sala?
 
Penélope: ¡Una eternidad… la vida entera si pudiera!
 
Margot: ¡¿Tanto tiempo?! ¡Qué barbaridad! Yo tengo tantas cosas qué hacer  todavía.
 
Penélope: Respondida su pregunta y aprovechando que aún no viene la multitud de turistas con sus desagradables camaritas, ¿me podría dejar unos minutos con ella?
 
Margot (mira alrededor): ¿Con quién?
 
Penélope: Con ella… (Señala) Con la pintura. (Mira el cuadro) ¡Ojos me faltan para verla y corazón me sobra para venerarla!
 
Margot: ¿Se refiere a este cuadro horripilante que jamás debió haber existido?
 
Penélope: ¡Por favor! ¡Si es usted una iletrada, al menos tenga un mínimo de respeto al referirse a esta obra maestra!
 
Margot: ¡“Obra maestra…”! ¡Obras maestras la Mona Lisa… o la Gioconda!
 
Penélope: Querida, querida... no demuestre su galopante incultura de esta forma tan penosa... La Mona Lisa y la Gioconda son la misma pintura.
 
Margot: ¡No me diga! Fíjese que siempre tuve esa duda. Gracias por despejármela.
 
Penélope (se levanta; docta): “Las señoritas de Avignon”... ¿Sabe que antes de ser llamado así se le conoció como “El burdel filosófico”...? Esta pintura revolucionaria, obra germinal del cubismo, es uno de los más grandes paradigmas de la pintura... Una obra que quebró la concepción del arte hasta ese momento... Fue una pintura muy criticada e incomprendida incluso entre los artistas, coleccionistas y críticos de arte más vanguardistas de la época, que no comprendieron el nuevo rumbo tomado por el artista… Con “Les demoiselles d’Avignon” Picasso mandó a Venus al cementerio[3].
 
Margot: Ah…
 
Penélope: Dios creó el mundo –dicen-
Y en el séptimo día,
Cuando estaba tranquilo descansando,
Se sobresaltó y dijo:
“He olvidado una cosa:
Los ojos y la mano de Picasso”[4]
 
Margot (para sí): ¿Eso viene en la Biblia?
 
Penélope: Obviamente no… es poesía, señora… (Prosigue; contempla la pintura) Bien dicen que “un cuadro debe ser pintado con el mismo sentimiento con que un criminal comete un crimen[5]”...
 
Margot: En eso estoy totalmente de acuerdo con usted... Esta obra es un crimen, un atentado a la mirada, y ya que no puedo castigar al culpable… (Empuña de nuevo el hacha y la levanta con dificultad) ¡Permítame acabar con el producto de esta infamia!
 
Penélope: ¡¿Qué le pasa, insensata?! ¡Deténgase!
 
Margot (empuñando el hacha): ¡Debo destruir este cuadro!
 
Penélope: ¡¿Está usted perturbada?!
 
Margot intenta ir hacia el cuadro para golpearlo con el hacha. Penélope intenta quitársela. Ambas forcejan.
 
Margot: ¡Apártese, no quiero hacerle daño a usted!
 
Penélope: ¡Baje esa hacha de inmediato!
 
Margot: ¡Madame, usted no entiende!
 
Penélope: ¡No me obligue a llamar a los agentes de seguridad!
 
Margot: ¡Quítese o no respondo de mí!
 
Penélope: ¡Basta, desquiciada!
 
Terminan de forcejear y quedan exhaustas. Margot deja el hacha por ahí. Se sientan en el banco, resoplando.
 
Penélope: Óigame bien: en cuanto me reponga de semejante sofocón, voy a llamar a la policía.
 
Margot (sobándose un brazo): Creo que me dislocó un brazo, señora… y a mi edad los huesos ya no sueldan tan fácilmente.
 
Penélope: ¡Loca! ¡Está usted rematadamente loca!
 
Margot: No me levante falsos, que la puedo llevar ante un tribunal.
 
Penélope: ¡Ah, lo que me faltaba! Una lunática amenazándome… (Mira alrededor) ¡Y yo sin testigos…! ¡Maldita suerte la mía!
 
Margot (sobándose el brazo): Me parece que voy a tener que ir a un hospital.
 
Penélope: Sí… ¡pero psiquiátrico!
 
Margot: Más respeto, señora, más respeto... Que conste que la puedo demandar por abusar de una pobre anciana frágil e indefensa.
 
Penélope: ¡Pobre y anciana, sí... pero nada de frágil e indefensa!
 
Margot: Por la zarandeada que me dio, la puedo meter presa.
 
Penélope: En todo caso, aquí la que va a acabar tras las rejas es usted: una facinerosa maniaco-compulsiva atentando contra el legado del artista más grande que haya dado la humanidad: ¡Picasso...! (Se levanta, lanza una exclamación teatral y habla llena de histrionismo) ¡Ah, Pablo Ruiz Picasso…!
Siempre es todo ojos.
No te quita ojos.
Se come las palabras con los ojos.
Es el siete ojos.
Es el cien mil ojos en dos ojos.
El gran mirón
como un botón marrón
y otro botón.
El ojo de la cerradura
por el que se ve la pintura.
El que te abre bien los ojos
cuando te muerde con los ojos.
El ojo de la aguja
que sólo ensarta cuando dibuja.
El que te clava con los ojos
en un abrir y cerrar de ojos.
[…] Todo el amor para esos ojos.
El cielo entero para esos ojos.
El mar entero para esos ojos.
La tierra entera para esos ojos.
La eternidad para esos ojos.[6]
 
Margot (tras pausa, aplaude): ¡Bravo, bravo…! Hermosas palabras, madame, muy bellas realmente.
 
Penélope: No son mías. Se las tomé prestadas a Rafael Alberti.
 
Margot: ¿Algún amigo suyo?
 
Penélope: Un celebérrimo poeta español, querida.
 
Margot: ¿No me diga? No he tenido el gusto… Fíjese, una vez conocí a un poeta, muy simpático el muchacho… Ah, pero cómo le entraba la bebida… ¡y a las mujeres…! Era un pillo redomado… y estaba de un dotado que, si yo le contara…/
 
Penélope (interrumpe): ¡No me interesa su historia!
 
Margot: Es que no le miento, el tamaño era descomunal. (Va a ilustrar con las manos)
 
Penélope: Le suplico que no sea prosaica... (Pausa) Después de este incidente por demás bochornoso, le ruego que se vaya para que pueda quedarme a solas con la pintura… Vine aquí sólo para estar con ella... Si lo hace, le doy mi palabra de que no llamaré al personal de seguridad...  (Mira la pintura, dando por terminada la conversación) Buen día.
 
Margot: Lo siento, pero yo no tengo todo el tiempo del mundo como para esperar a que usted contemple esta basura y se vaya de aquí cuando le pegue su regalada gana… Soy una mujer de negocios, a business woman, y mi lema es: time is money.
 
Penélope: Entonces, ¿quiere que llame a la policía en este instante?
 
Margot: ¿Sabe qué, madame? Por mí haga lo que le plazca; con que me deje terminar con lo que debí haber hecho hace muchos años, me doy por bien servida.
 
Penélope: ¡Loca, absolutamente loca...! ¡Esto es demasiado!
 
Discretamente, Penélope se aparta, saca una anforita de su bolso y bebe tratando de no ser vista. Por su lado, Margot aprovecha, va a tomar el hacha pero descubre la vela y la toma.
 
Margot: ¿Y esto?
 
Penélope (sobresaltada, sintiéndose descubierta): ¿Qué? (oculta la anforita y la guarda en su bolso) Ah, eso... ¿Sabe? Soy una mujer muy mística... Una luz es mi manera de rendirle tributo a este icono… y a su creador... (Adopta pose, histriónica y teatral) ¡A él…! ¡Ah, Pablo Ruiz Picasso…! ¡Mátanme los ojos de aquel andaluz[7]…!
Venus podrida. La sublime
Belleza eterna al panteón.
Un salvaje asesino surge.
Les demoiselles d’Avignon.
 
Pasmo. Al burdel nuevos clientes.
El siglo entero en conmoción.
Irrumpen ángulos en furia.
Les demoiselles d’Avignon.
 
Hieren codos, nalgas, narices,
Pezones, ímproba agresión.
Castigo en formas que se aplastan.
Les demoiselles d’Avignon.
 
Grito el espacio sin espacio.
Libertad. Descomposición.
Rayan las tripas, no soportan.
Les demoiselles d’Avignon.
 
Cementerio de lo agradable,
El buen gusto, la picazón
De fornicar con lo pintado.
Les demoiselles d’Avignon.
 
Día y noche el portón abierto.
Hoy visitas sin restricción.
Cuidado. Muerden todavía.
Les demoiselles d’Avignon[8].
 
Margot (con la vela en la mano): A lo mejor esto sirva para prenderle fuego.
 
Margot saca un pedazo de papel o de periódico de su bolso, lo enciende con la vela. Va hacia la pintura y hace ademán de que va a arrojar el fuego hacia ella. Penélope la ha estado observando sin dar crédito y finalmente va hacia Margot y la detiene con la mano.
 
Penélope: ¡Encima de desequilibrada: piromaniaca! ¡Habráse visto, traiga acá!
 
Ambas forcejean por el papel con fuego.
 
Margot: ¡Con un chispazo, la tela arderá!
 
Penélope: ¡Eso es justamente lo que quiero impedir, incendiaria! (forcejean; inalmente el papel cae al piso y el fuego se extingue) De mi cuenta corre que usted vaya a terminar en un manicomio con una camisa de fuerza... ¡Es usted una psicótica peligrosa!
 
Margot: Señora, usted está agotando la poca paciencia que me queda.
 
Penélope: Y usted con la sobrada educación que me caracteriza… ¡Lárguese de aquí de una vez por todas!
 
Margot: ¡No me grite que me pongo mal y cuando me pongo mal, me pongo muy violenta!
 
Penélope: ¡Ah, ¿se pone peor?!
 
Margot (asiente): ¡Tanto que yo misma me desconozco!
 
Penélope (al cielo): Dios mío, ¿por qué me envías pruebas tan difíciles?  ¿Qué te hice para que me castigues de esta manera? ¡Primero mi marido… y luego esta vieja chiflada!
 
Margot: ¡Viejas las pirámides, y siguen en pie! (La observa) Además usted tampoco se cuece al primer hervor.
 
Penélope: ¡¿Qué insinúa?!
 
Margot: Que en un descuido, usted debe ser una prófuga de una sala de arte egipcio... ¡Momia!
 
Penélope: ¡Atrevida...! Soy una mujer mayor, pero ya quisiera usted estar así de bien conservada... Mire, abuelita, siga su camino y aquí no ha pasado nada... (Aparte) ¡Virgen santísima, si a algo le temo es a la demencia senil!
 
Margot: A mí no me engaña, usted y yo debemos ser de la misma generación.
 
Penélope: Ya fue más que suficiente, señora…/
 
Margot (interrumpe): Margarita Doria… aunque mis allegados me llaman Margot… (Le tiende la mano) Mejor conocida en ciertos barrios y suburbios como Mimí.
 
Penélope (mira la mano de Margot): Los buenos modales ante todo. (Se quita un guante y le tiende la mano) Penélope Maris viuda del barón del Trocadero.
 
Margot (le estrecha la mano, efusiva): ¡U lá lá, enchanté, madame!  
 
Penélope: ¿Puede devolverme mi mano…? (se sueltan) Merci… Querida, basta de convencionalismos… Por última vez, le imploro, ¿sería tan amable de dejarme a solas...? Comprenda que salir de un funeral para venir a…/
 
Margot (interrumpe): ¡Una baronesa, qué honor…! ¡Enchanté, enchanté…! Jamás me imaginé estar hablando tête a tête con una dama de la nobleza.
 
Penélope: Pues ya lo hizo.../
 
Margot (prosigue): Mi estimada amiga.../
 
Penélope (interrumpe y la frena): ¡Mida su distancia…! Usted y yo jamás de los jamases podríamos ser amigas... Entre mis allegados se encuentran la reina de Inglaterra, el Sha de Irán y el Negus de Etiopía... A usted y a mí nos separa un abismo inmenso... Casta en los toros, sangre en los caballos y clase en los seres humanos[9].
 
Margot: No sé por qué presiento que me acaba de insultar.
 
Penélope: Señora, pongo punto final a esta conversación. Ahora, por enésima vez, ¿me haría el grandísimo favor de abandonar la sala…? O me voy a tener que ver en la penosa, penosísima necesidad de dar la señal de alarma para que la saquen a rastras del museo. Yo que usted me ahorraba semejante humillación.
 
Margot: ¡Ja…! ¡Bonitas ínfulas las suyas! ¡Cuánta arrogancia! ¡Claro!, a una plebeya como yo se le mira de arriba abajo, por encima el hombro. ¡Clasista!
 
Penélope: Querida, querida, si existe la lucha de clases es porque existen… afortunadamente.
 
Margot: ¡Qué soberbia! Pero hay un Dios que todo lo ve y que le debe estar llevando la cuenta de sus desplantes de ricachona emperifollada.
 
Penélope: ¡¿Pero qué se cree, igualada?!
 
Margot: Camina con la cabeza erguida, alzando la nariz por el olor a mierda.
 
Penélope: ¡Llegó al límite de mi tolerancia, bataclana en decadencia!
 
Margot: ¡Frígida!
 
Penélope: ¡Ninfómana!
 
Margot: ¡Menopáusica!
 
Penélope: ¡Gárgola!
 
Margot: ¡Tarántula!
 
Penélope: ¡Cachalote, yegua…!  ¡Verdulera!
 
Margot: ¡Óigame, eso sí que no! ¡No sea grosera!
 
Penélope: ¡Fuera de aquí! (empuja a Margot hacia fuera)
 
Margot (resistiéndose): ¡Qué tosca!
 
Penélope (empujándola): ¡Usted me obliga, bruja trasnochada!
 
Margot: ¡Ay, no sea brusca! (se frena) ¡Espérese!
 
Penélope: ¡¿Qué diablos quiere?!
 
Margot: Mi hacha... que mi dinero me costó... No me la regalaron.
 
Penélope: Tómela y desaparezca de mi vista. No quiero volver a verla nunca.
 
Margot: Pero tengo que…/
 
Penélope (interrumpe y truena los dedos): ¡Fuera de mi vista, largo!
 
Margot toma el hacha a regañadientes y sale bajo la mirada vigilante de Penélope. Cuando está sola, saca su anforita, bebe, la guarda en su bolso y va hacia el cuadro. Se toma su tiempo, adopta pose, teatral e histriónica.
 
Penélope: A ti, lino en el campo. A ti, extendida
Superficie, a los ojos, en espera.
A ti, imaginación, helor u hoguera,
Diseño fiel o llama desceñida.
A ti, línea impensada o concebida.
A ti pincel heroico, roca o cera,
Obediente al estilo o la manera,
Dócil a la medida o desmedida.
A ti, firma, color, sonoro empeño
Porque la vida ya volumen hable,
Sombra entre luz, luz entre sol, oscura.
A ti, fingida realidad del sueño.
A ti, materia plástica palpable.
A ti, mano, pintor de la pintura[10].
A ti, Pablo Ruiz Picasso, toro español, todo ojos, todo manos…/
 
Es interrumpida por Margot que entra precipitadamente empuñando el hacha. Al tratar de dar el golpe al cuadro, el peso del hacha la vence hacia delante y casi pierde el equilibrio. Resopla. Penélope la observa impertérrita.
 
Penélope (tras pausa): Querida, querida, querida… es usted francamente patética... ¡Qué espectáculo tan lamentable! (Mira alrededor) Para fortuna suya esta vez tampoco hubo testigos del ridículo que acaba de hacer.
 
Margot (jadea): El peso del hacha me venció… es que a mi edad… Es cierto, soy una vieja llena de achaques… Ah, pero 15 años atrás, lo hubiera logrado… ¡lo hubiera logrado! (se soba una mano)
 
Penélope (la mira de soslayo. Tras pausa): ¿Se lastimó?
 
Margot: No, no... Creo que estoy bien.
 
Penélope: ¿Segurísima?
 
Margot: Segura.
 
Penélope (le hace espacio en la banca): Siéntese.
 
Margot (sentándose): Gracias... (Olfatea) Debe ser defecto profesional, pero soy de olfato refinado... ¿Es mi imaginación o huele a coñac?
 
Penélope (mira alrededor): No piense que soy dipsómana... es sólo para olvidar el caudal de penas que llevo encima... (Saca la anforita y se la ofrece) ¿Gusta un sorbo?
 
Margot: ¿Quién soy yo para decir que no? Nunca he sabido resistirme a los placeres. A ninguno. (Va a beber)
 
Penélope: ¡Pero antes sáquese el chicle!
 
Margot: Está bien. (Se saca el chicle de la boca y lo pega bajo la banca)
 
Penélope: ¡Por los clavos de Cristo, no lo deje pegado bajo la banca!
 
Margot: Es por si al rato quiero volver a masticarlo... Todavía le queda saborcito… (Bebe de la anforita) Oiga, se nota que es del fino... (Bebe) Divino, exquisito, sublime... (Va a beber)
 
Penélope (le quita la anforita): Suficiente, querida, dije un sorbo. (Bebe y se guarda la anforita, discretamente)
 
Margot: Ah... ya no me duele nada... (Hipa) Usted disculpe, es lo malo de no estar acostumbrada a las cosas finas... (Hipa)
 
Penélope: Reconozco que me tiene intrigada… ¿Se puede saber porqué ese afán desmedido por destruir esta joya del arte, el máximo exponente de la modernidad, el parteaguas de la pintura?
 
Margot: Tengo mis motivos.
 
Penélope: ¿Puedo saber cuáles son?
 
Margot: Usted no está para saberlo ni yo para contarlo, pero ya que me pregunta, y porque usted me simpatiza a pesar de ser tan ruda, se lo diré.
 
Penélope: La escucho.
 
Margot: Uno, y no podrá negármelo: este cuadro es espeluznante, de un mal gusto que da pánico.
 
Penélope: ¿Usted hablando de mal gusto…? Pero si usted es la quintaesencia del.../
 
Margot (interrumpe): Déjeme terminar y después, si quiere, comienza con su retahíla de insultos… (Prosigue) Dos: a partir de esta pintura, y perdone la expresión, el arte se fue al traste.
 
Penélope: ¡Lo que tiene una que oír! ¡Qué ordinaria!
 
Margot: ¿Me permite continuar?
 
Penélope asiente.
 
Margot: Tres: es una venganza contra ese pérfido malagueño.
 
Penélope: ¡¿Contra Picasso?!
 
Margot: ¡Maldito perro sarnoso… animal rastrero, ponzoñoso escorpión!
 
Penélope: ¡Contrólese! Frente a mí no le permito que se exprese así de él.
 
Margot (prosigue): Y finalmente, cuatro... destruir esta pintura será en desagravio de una jovencita a la que conocí hace muchos años atrás y a la que nunca volví a ver.
 
Penélope: ¿En desagravio?
 
Margot: Sea franca... pero lo que se dice franca.
 
Penélope: Ah, yo como franca, franquísima.
 
Margot: ¡¿Encima de todo es franquista?!
 
Penélope (armándose de paciencia): Fije fran-quí-si-ma… de franqueza, sinónimo de sinceridad.
 
Margot: Ah, es que yo soy republicana… y los sinónimos nunca han sido mi fuerte… (Prosigue) Bueno, continuando: ya que estamos en confianza usted y yo... (Va hacia el cuadro y lo señala) Mire usted qué formas más desagradables, qué trazos más burdos… (Señala las dos figuras a la derecha del cuadro) Estas caras provocan pesadillas de sólo mirarlas... Cada línea va en contra de la naturaleza.
 
Penélope: “El color de una simple línea pintada con el pincel puede llevar a la libertad y a la felicidad”[11]... ¡Pero usted qué va a entender de belleza!
 
Margot: Este hombre debió haberse dedicado a la caricatura... Su obra es un delito contra la estética.
 
Penélope: Guárdese sus comentarios, querida, que si de estética hablamos usted sale perdiendo de todas, todas.
 
Margot: ¿Por qué lo dice?
 
Penélope: Usted me pidió que fuera honesta y yo como honesta, honestísima... Querida, querida, lo suyo no tiene remedio: su indumentaria deja mucho qué desear... Telas baratas, colores chillones, maquillaje de carnaval, joyería de fantasía, la cara ajada, y para colmo... ¡esa peluca de payaso!
 
Margot: ¡Óigame, no es peluca, es mi pelo!
 
Penélope: Peor aún... desteñido y crespo... Acepte un consejo: cómprese una peluca.
 
Margot: Ah, perdón, ¡perdón...! ¡Claro!, como estoy ante la elegancia personificada... el vivo retrato del garbo y la perfección.
 
Penélope: Me sorprende que a pesar de su ceguera espiritual, lo haya notado.
 
Margot: Aunque no lo crea, y así como me ve, sé reconocer las cosas buenas.
 
Penélope (Se levanta y modela): Chanel. Diseño exclusivo de mi amiga Cocó. Nada más apropiado para un funeral... De precios mejor ni hablamos, querida, porque ni en sueños podría adquirir un conjunto así.
 
Margot: ¡Presumida! Sépase que en otras épocas, con dos o tres de mis favores, más de un caballero me habría regalado un modelito así... (Va a tocar el vestido)
 
Penélope (la frena): ¡Sin tocar, sin tocar...! Me enervan las arrugas y las manchas... Todo debe ser pulcro, correcto, perfecto.
 
Margot: ¡Entonces usted se contradice o miente!
 
Penélope: ¡Nunca me contradigo...! Bueno, a veces... No, nunca... (Pausa) Y mentido, eso sí jamás. Yo no he roto ni un mandamiento en mi vida.
 
Margot: ¡Qué aburrida! ¡Yo los rompo todos, de lunes a domingo!
 
Penélope: ¡Tanta vulgaridad me produce escalofríos!
 
Margot: Si tanto aprecia la perfección, (señala el cuadro) ¿cómo puede admirar esta bazofia?
 
Penélope: Mire... (Muestra su brazo) Pero mire bien: su falta de cultura me pone la piel de gallina. Literal. ¡Me eriza!
 
Margot: Sinceramente, madame, ¿alguna vez ha visto una cara así... o así? (señala en el cuadro las dos caras del lado derecho)
 
Penélope: ¡Ignorante, es una interpretación de la realidad....! Son máscaras... ¡Influencia del arte africano...!
 
Margot: ¡Ah, lo que nos faltaba: además de clasista, racista!
 
Penélope: ¡Usted no entiende nada! Es inútil discutir con usted... ¡Me rindo!
 
Margot: Dígame con sinceridad.
 
Penélope: Ah, yo como sincera, sincerísima.
 
Margot (Le da la espalda y luego gira con la cara desfigurada por sus manos): ¿Me ve a mí con semejante cara? ¡¿Eh?!
 
Penélope: ¡Ay, no sea grotesca! (evita verla) ¡Por favor, un poco de pudor nunca está de más!
 
Margot (sin dejar de desfigurarse la cara): ¿Me reconoce a mí con este rostro?
 
Penélope (la mira): ¿A usted por qué? ¿Qué tiene que ver con este cuadro?
 
Margot (deja de desfigurarse la cara): Yo no estoy para contarlo ni usted para saberlo, pero esta figura que está aquí, mi estimada y distinguida dama... (Señala la figura que está sentada) soy yo.
 
Penélope: ¡¿Cómo?! ¡¿Usted posó para esta pintura?!
 
Margot: Ni más ni menos... Margot Doria, mejor conocida en ciertos barrios y arrabales como Mimí.
 
Penélope: ¡Mimí!
 
Margot: ¿Qué?
 
Penélope: Mi... mi... ¡mi anforita! (la saca, bebe discreta y luego la guarda)
 
Margot (evoca): Verano de 1907, lo recuerdo perfectamente... No tenía ni 20 años cuando fui la modelo de ese minotauro goloso y perverso.
 
Penélope: ¡Pero si este cuadro es el retrato de un prostíbulo!
 
Margot: Ya lo sé, yo estaba ahí.
 
Penélope: ¿Margot Doria? 
 
Margot: La misma... (La observa) ¿Acaso nos conocemos?
 
Penélope: ¡Por supuesto que no! ¡¿Una dama como yo qué tendría que ver con una practicante del oficio más viejo del mundo?!
 
Margot: No sé si el más viejo, pero sí uno de los más redituables.
 
Penélope: ¡Cínica! ¡Una meretriz!
 
Margot: ¡Y a mucha honra!
 
Penélope: ¡Qué desfachatez!
 
Margot (prosigue): Pero permítame corregirla: ¡ex meretriz...! Lo fui en mis buenos tiempos... Tenía una figura muy agradable, la piel tersa y curvas apetecibles... Una sonrisa pizpireta y ojitos llenos de picardía... Ya no ejerzo porque el tiempo no pasa en balde.
 
Penélope: Menos mal... ¡no quiero ni imaginarme...! ¡Qué horror!
 
Margot: Aunque no por falta de ganas, sino porque la piel se hace flácida, las carnes se cuelgan, (mostrando sus senos) la ley de gravedad no perdona a nadie.
 
Penélope (interrumpe): ¡Sin descripciones, por favor!
 
Margot (mirándola): A nadie... (Prosigue) Gracias a mi profesión, crié a mis cinco hijos, todos ellos universitarios, cada uno de distinto padre... Casada nunca estuve porque, aunque los hombres sean un mal necesario, no necesité de ninguno para sobrevivir... ¡Porque una cosa sí le digo: proxenetas no mantengo, faltaba más...! Hoy en día, gracias a mis ganancias, soy la dueña de una alegre y popular casa de citas.../
 
Penélope: ¡No me venga con eufemismos, querrá decir un burdel!
 
Margot: Si prefiere llamarlo de esa manera, por mí está bien… Para las buenas conciencias, “casa de citas” suena menos escandaloso que burdel, lupanar o prostíbulo… Hay otros que prefieren llamarlo con todas sus letras: pu-te-ro…/
 
Penélope: ¡No siga, por el amor de Dios! ¡Me enferman las malas palabras!
 
Margot: Como guste, madame... Ah, si supiera la clientela que se deleita con  mis complacientes pupilas... Hay de todo: políticos, aristas, estudiantes, proletarios... En mi casa, créame, no existe la lucha de clases... ¡se dan cita todas y conviven felizmente!
 
Penélope: ¡Dirá lujuriosamente! ¡Explotadora de inocentes criaturitas!
 
Margot: ¡Para nada! Yo sólo les cobro una pequeña comisión. No soy una lenona ni una tratante de blancas. Todo lo que hago está dentro de la legalidad.
 
Penélope: ¿Sabe qué? No me interesan los pormenores de su “trabajo”, señora.
 
Margot: Tiene razón, en mi oficio, como en el de los curas, la discreción es indispensable. Secreto de confesión. Así que por eso... (Hace ademán de cerrarse la boca con la mano) Chitón.
 
Penélope (observa el cuadro y luego a Margot): Ha pasado más de medio siglo desde que él... de su puño de artista soberbio y con esos ojos que todo lo saben expresar, realizó esta magnífica pintura…
 
Margot: ¿Y eso qué?
 
Penélope: Que... que... ¡Que viéndola, no hay nada que nos confirme que ésta que está aquí (Señalando la figura en le cuadro) sea usted!
 
Margot: ¿Verdad que estoy irreconocible? ¡Gracias por darme la razón! ¡Hasta que nos ponemos de acuerdo en algo! ¿Ahora entiende mi furia? Porque yo era, si no un derroche de belleza, por lo menos bonitilla… Y me esmeraba con el cuerpo y mis talentos que provocaba alaridos.
 
Penélope: ¡No quiero saberlo!
 
Margot: Sépase que lo que tenemos las poco agraciadas es que somos una caja de sorpresas en la cama.
 
Penélope: Si usted lo dice...
 
Margot: ¡Yo los hacía ver fuegos artificiales! (prosigue) Y todo eso para acabar plasmada así: fea, fea y en una posición anatómicamente imposible... ¡no hay que ser… qué majadería!
 
Penélope: Margot, Margot, ¡Margot...!
 
Margot (imitándola): ¿Qué, qué, ¡qué!?
 
Penélope: Nada. (Pausa) Entonces, como usted posó para el pintor y no le agradó el resultado, ahora quiere acabar con él... ¡Ya entiendo, es usted una María Magdalena, que encima de todo peca de vanidosa! ¿Es eso? ¡¿Eh?!
 
Margot: Madame, es una larga, larga historia... De cualquier forma, no me negará que el cuadro es feo... Feo, feo... lo que se dice feo... feo con ganas.
 
Penélope: No voy a discutir sobre criterios artísticos con una prostituta semi analfabeta.
 
Margot: ¡Óigame... prostituta sí… analfabeta no!
 
Penélope: ¡Pero si apenas puede hilar dos frases juntas...! Dígame una cosa, ¿cree que sólo porque a usted no le gusta el cuadro, tiene derecho a destruirlo?
 
Margot: Si mi cara aparece así... (Se desfigura de nuevo la cara) ¡Sí!
 
Penélope: ¡Ay, por Dios misericordioso, no vuelva a hacer eso...! Me da taquicardia, se me sube la presión arterial, me va a dar un vahído...
 
Margot: No se exalte, que le puede dar el patatús.
 
Penélope: Para acabar pronto, señora, nadie en este mundo sabe (señala el cuadro) que ésta de aquí es usted... Ni quiénes son el resto de mujerzuelas... ¿Qué más le da que la humanidad siga apreciando esta obra maestra?
 
Margot: Usted quería saber mis motivos y ya se los expuse... ¿estamos?
 
Penélope: En todo caso, no me ha dado una razón convincente... Sólo veo en usted una tirria irracional hacia el artista más grande de todos los tiempos... el pintor del siglo XX... (Adopta pose, teatral) ¡Ah...! ¡Pablo Ruiz Pica...!/
 
Margot (interrumpe): ¡Ya, ya! Ya estuvo bueno... Cada vez que menciona el nombre de ese canalla se transforma y comienza con “Ah, Pablo Ruiz...”/
 
Penélope (interrumpe): ¿”Canalla”? ¿Dijo “canalla”?
 
Margot (asiente): Ajá...
 
Penélope: Le pido... No, no, no, más bien, le exijo que en mi presencia, al referirse a él, lo haga con la propiedad y con el respeto que un genio de su talla se merece.
 
Margot: Bien se ve que no conoce a ese hombre... a esa bestia humana… Si el marqués de Sade no hubiera existido, Picasso habría inventado el sadismo... Y hoy en lugar de decir sadismo, diríamos “picassismo”... (Ríe. Pausa) Que conste que se lo digo yo, que fui experta en las artes del sadomasoquismo, con el látigo y los correctivos.
 
Penélope: ¿Por qué? ¡¿Por qué tengo que enterarme de sus intimidades?!
 
Margot: Si usted supiera de la que se salvó por no haber caído en las garras de esa toro en brama.
 
Penélope: ¡Yo daría lo que me resta de vida por estar un instante con él!
 
Margot: No tiene ni la más pálida idea de lo que dice... Con su crueldad, ese tipo le arruinó la vida a todas sus mujeres... Comenzó amándolas y acabó destruyéndolas... Empezó pintándolas y terminó matándolas con el pincel.
 
Penélope: Hubiera preferido eso, a la vida que yo llevé.
 
Margot (evoca): Me acuerdo de Fernande, a la que tenía encerrada en su estudio y le escondía los zapatos para que no pudiera salir... Eva, que murió de tristeza una navidad en la Gran Guerra... O aquella bailarina rusa que le dijo... (Adopta pose y actúa) “Yo soy Olga Koklóva, la sobrina del Zar Nicolás II”, y se abrió el escote... (Hace ademán de que va a abrirse el escote)
 
Penélope (evadiéndola): ¡Sin demostraciones...!
 
Margot (prosigue): Y se casó con ella... Bien dicen que “jalan más dos tetas, que un par de carretas... “
 
Penélope: Querida, modere su lenguaje, no sea soez.
 
Margot (prosigue): También una mulata de la Martinica... Y otra mujer fascinante, que jugueteaba sobre la mesa de un café con una navaja. Se cortaba y la sangre comenzaba a brotar a través de sus guantes negros con rosas bordadas... Él le dijo que ella le recordaba a los toros en la plaza...
 
Penélope: Qué tendría Dora Maar,
que Pablo Ruiz Picasso
la inmortalizó con su gato.
Ni las amantes, ni los felinos
suelen ser fiel,
quizás por ello,
la dejó en la piel,
del inmortal lienzo.
 
Margot: La belleza a veces tiene nombre...
 
Penélope: Dora Maar, bendito París
que ya te conoce
pequeña sucursal de tus ojos
no dejes que el sueño te ahogue
las jaulas nacieron para volar con tu libertad
vuela, sólo vuela
en el color de la noche
tú, de alas rojas, divinas.
Qué fiesta tu cuerpo.
Dora Maar, si París no te nombra
es porque no existe.
 
Margot (prosigue): Gaby, Irene, María Thérèse que le dio una hija, Françoise que le dio dos, y tantas mujeres que sucumbieron en el vértigo del remolino... Usted solamente habría sido una víctima más, porque él devora a las mujeres para liberar su creatividad.
 
Penélope: ¡Devórame, Picasso!
 
Margot: Sepa que ese hombre muda de aires como de amante, estilo, casa, musa, tertulia y perro al mismo tiempo. Es una serpiente venenosa que cambia de piel y de vida constantemente.
 
Penélope: ¡Clávame tus dientes, Picasso, inyéctame tu veneno!
 
Margot: ¡Qué explícita!
 
Penélope: Era una metáfora, querida.
 
Margot: No es mi intención ofenderla, nada más lejos, pero actualmente el sátiro degenerado anda con una jovencita de 30 años... él está rozando los 80... Usted es muy bella y atractiva... es evidente que fue muy buena moza en su juventud... pero él no le haría el menor caso... El vejete erotómano sólo se alimenta de carne fresca.
 
Penélope: ¡De veras que usted lo aborrece!
 
Margot: ¡Con toda mi alma!
 
Penélope: Ah... creo que entiendo... Me parece que estoy frente a una mujer despechada... ¡Ja…! Sólo así se entiende tanta animadversión.
 
Margot: Se equivoca, madame. A lo sumo, y para mi desgracia, ex amante... Una más en la larga lista de ese hijo de la gran pu.../
 
Penélope (interrumpe): ¡Cállese! ¡Improperios no! Educación ante todo... (Pausa) A ver, a ver… ¿Dijo usted... “ex amante”?
 
Margot: Miento... no fui la amante de Picasso... él fue mi amo.
 
Penélope: Entonces, ¿me va a decir que esos labios llenos de carmín barato besaron la boca de él?
 
Margot: ¡Uy, tantas veces! (Escupe al piso y se limpia la comisura de los labios) Y muchas cosas más, que dudo usted quiera saber.
 
Penélope: ¡No escupa en el piso, estamos en un recinto cultural!
 
Margot: Disculpe, pero se me revuelve el estómago pensando en la saliva de esa rata de alcantarilla.
 
Penélope: Así que esos labios... esa boca... esa lengua... (Se le acerca intensa a Margot) ¡Margot...!
 
Margot: ¿Qué le pasa, madame?
 
Penélope: Margot...
 
Margot: ¿Por qué me mira así? Me asusta el brillo de sus ojos… la intensidad de su mirada.
 
Penélope (se le acerca más): Béseme.
 
Margot (huidiza): ¡¿Qué dice?!
 
Penélope (acercándosele): ¡Que me bese!
 
Margot (apartándose): ¡Momentito…! Gratis no lo hago... tendría que pagarme muy bien para realizar ese tipo de actos que, aquí entre nos, yo no acostumbro... Lo hice algunas veces porque: cliente que paga, cliente que manda... ¡pero los actos lésbicos nunca fueron mi fuerte!
 
Penélope (acosándola): ¡Cállese! ¡Cállese y béseme!
 
Margot (huyendo): ¡Madame! No crea que es por prejuicio, pero el vicio y el fornicio sólo por dinero si es preciso.
 
Penélope: Esos labios tocaron los labios de él... Esa boca probó la dulzura y la miel de su boca... ¡Béseme, Margot, béseme con la misma fuerza con la que él la besaba!
 
Margot (huyendo): ¡No, no, no...! Ya veo por dónde va, vieja cochina, cochambrosa... No sea sucia... Comienza pidiéndome un beso y luego querrá llegar más lejos.
 
Penélope: ¡Sólo le estoy pidiendo un ósculo!
 
Margot: ¡Ah, no...! ¡Ve que sí quiere llegar más lejos, depravada!
 
Penélope: ¡Un ósculo es un beso!
 
Margot: ¡Que no, no insista, vieja mañosa! ¡Además estamos en un lugar público! ¡Reprima sus instintos, madame la baronesa! ¡Acuérdese del “qué dirán”! (pausa, para sí) Jamás creí que a mi edad aún despertara pasiones desenfrenadas... ¡y mucho menos en una mujer!
 
Penélope: No me malinterprete, las mujeres no me atraen... Lo más cerca que puedo estar del hombre al que siempre he amado es usted... A través de su boca llegaré a la de él... Quiero besar los labios que besaron los de... ¡Ah, Pablo Ruiz Picasso...!
 
Margot (apartándose): ¡Apláquese, estése quieta y hágase para allá, libidinosa!
 
Penélope (Adopta pose, histriónica y teatral, arrebatada, in crescendo): Picasso ofende y cuanto más ofende crecen más los que te aman[12]… (in crescendo) ¡Ah, Pablo Ruiz Picasso, perfora con tu falo mi carne...! ¡Picasso, hazme un hijo...! ¡Picasso, tómame, poséeme, ultrájame…! ¡Picasso, sodomízame...! (se corta)
 
Margot (tras pausa tensa): Mire que yo no soy de ésas ancianas bobas que se asustan por cualquier insignificancia... ¿Quién soy yo?, si he visto y hecho de todo un poco... mi repertorio va del fetichismo a las orgías... pero francamente después de lo que he presenciado no sé qué pensar.
 
Penélope: Disculpe el exabrupto.
 
Margot: Haga de cuenta que no pasó nada.
 
Penélope: Se lo agradezco.
 
Margot: Asunto olvidado.
 
Ambas se sientan incómodas, se miran unos instantes, evaden sus miradas, sonríen esquivamente. Penélope saca su anforita, se cerciora de no ser vista, bebe y después se la tiende a Margot.
 
Penélope: ¿Quiere?
 
Margot: Gracias, baronesa, le acepto un trago, creo que lo necesito. (Bebe) De veras que este coñaquito está muy bueno.
 
Penélope: ¿Verdad que sí…? XO… Napoleón.
 
Margot (Alza la anforita): ¿Otro?
 
Penélope: Por favor.
 
Margot (bebe): Ah... qué delicia... (Bebe más) Debe ser muy caro.
 
Margot va a volver a beber. Penélope le quita la anforita.
 
Penélope: Como caro, carísimo, querida. (Bebe y guarda la anforita) Mi marido, que en paz descanse, era muy afecto al coñac, y estando a su lado me aficioné a él... Al coñac, no a mi marido... Pero no vaya a pensar que soy una viuda alcohólica, decadente y perdida.../
 
Margot (interrumpe): Ay, no, no, no, de ninguna manera, ¿por qué habría de pensar eso, madame…? Usted tan fina, tan culta, tan mística... tan lésbica... ¡quiero decir: tan lúbrica! ¡Digo: tan lánguida…! Usted disculpe, con las esdrújulas no me llevo.
 
Penélope: No se confunda, señora.../
 
Margot: La que me confunde es usted, pero no tiene que darme explicaciones... De todas formas, ¿qué tendría de malo...? Cada quién sus gustos... Yo soy muy liberal, muy moderna... No comparto, pero respeto: el amor no tiene sexo.
 
Penélope: Le juro que las féminas nunca me atrajeron... Fui mujer de un solo hombre: de mi esposo. Pero sólo tuve un gran amor.
 
Margot: Su marido.
 
Penélope: No... Querida, raramente el amor de la vida de una esposa es el hombre con el que se casa.
 
Margot: Muy cierto.
 
Penélope (Mira el cuadro): El único amor que he tenido y tendré es él... El hombre que estaba detrás de ese lienzo y que con su puño cambió la faz del mundo, de la pintura, de la vida... El padre de un lenguaje maravilloso que ninguna literatura puede expresar… Pablo Ruiz Picasso…
Es un demonio. Se metió en el siglo
Por la puerta menos pensada.
Escondía colores nunca vistos,
Carretes y bobinas y bobinas de líneas
Para tender por todos los espacios.
Se veía en sus ojos que era hijo de las llamas.
Llegaba del infierno
Para implantar la libertad, ese enemigo.
Lo que al fin desató
Nunca ha habido hasta hoy fuerza capaz de detenerlo[13].
 
Margot (tras pausa): ¿Lo conoció?
 
Penélope: Muy poco... y hace mucho, muchísimo tiempo... ¡Pero no me haga recordar aquellas épocas...! Yo vivía en la miseria, el hambre, las carencias... Sólo tenía una cualidad: era muy linda... lindísima… Así que, cuando se me presentó la oportunidad, no lo dudé y me casé con un barón.
 
Margot: Se entiende, no podría casarse con una mujer... aunque yo respeto, yo respeto.
 
Penélope: Barón con be larga, querida, no varón con ve corta.
 
Margot (tras pausa): ¡Ah, barón de título nobiliario, yo creí que…! (ríe nerviosa) Nunca fui muy ducha para la ortografía, ni la geometría, ni la zoofilia...
 
Penélope: ¿Zoofilia?
 
Margot: Prácticas sexuales con animales... pero olvídelo, a usted no le gusta ahondar en detalles.
 
Penélope: No, no, no, dejémoslo así.
 
Margot: Mejor.
 
Penélope (prosigue): Mi esposo era un hombre bueno, extremadamente bueno... Viví con él hasta hace unos días, que falleció.
 
Margot: Lo siento mucho.
 
Penélope: Yo no… ¡Estoy liberada…! ¡Al fin!
 
Margot: ¿No lo quería?
 
Penélope: Nunca pude.
 
Margot: ¿No me dice que era un buen hombre?
 
Penélope: ¡Por lo mismo, querida…! Usted me entenderá… ¿Qué mujer cuerda y apasionada puede amar a un hombre bueno?
 
Margot: Es verdad, somos hijas de la mala vida... Nos gusta el rigor y nos rendimos al castigo... ¿Le pegaba?
 
Penélope: ¡Jamás! Era un caballero. Y yo no estaba manca como para dejarme.
 
Margot: Sí, se nota... ¿La celaba?
 
Penélope: Era un Otelo.
 
Margot: ¿No que era barón?
 
Penélope: Es una metáfora shakesperiana, querida... Otro día le explico.
 
Margot: Y el santo varón... ¿con be larga o con ve corta...?
 
Penélope: Da igual, para lo que va a decir, se entiende como lo diga.
 
Margot (prosigue): Bueno, su esposo, ¿se dio cuenta de su amor por el pintor?
 
Penélope: Siempre supo que yo estaba enamorada de otro... Eso es evidente, no se puede ocultar... se siente en la piel... Cuando ya no pudo más con el peso de la duda, fue una noche hasta mi habitación y me dijo... “Penélope, tú amas a un hombre que no soy yo... Dime quién es… y te dejaré libre”.
 
Margot: ¡Qué barbaridad, madame... qué oportunidad! ¿Y usted qué le respondió?
 
Penélope: Me armé de valor y le dije mirándolo fijamente a los ojos con toda la seriedad que ameritaba el momento... “Perdóname por no haber podido amarte nunca... mi corazón le pertenece a Pablo Picasso”.
 
Margot: ¡Qué osada! Continúe, que me tiene en ascuas, ¿qué le contestó su marido?
 
Penélope: Después de unos segundos, soltó una carcajada y me dijo mientras se iba: “Despreocúpate, a mí me pasa lo mismo... ¡mi corazón le pertenece a María Callas!“
 
Margot: ¡¿No me diga que no le creyó?!
 
Penélope: Ni media palabra.
 
Margot: ¡De veras que los hombres tienen poco seso…! Verá, todo es proporcional, y se lo digo por mi vasta experiencia... Si la materia gris escasea, seguro que aquello es (hace una seña con las manos) ¡tremendo animalón!
 
Penélope: ¡Por lo que más quiera!, sin muestras gráficas, querida.
 
Margot: Perdone, madame... Así que le soltó la verdad a su esposo en plena cara... y el pobre creyó que se trataba de una broma.
 
Penélope (asiente): Los hombres creen lo que quieren creer... ven lo que quieren ver... y aman a quien no los ama.
 
Margot: No sólo ellos, madame, también nosotras.
 
Penélope: Es verdad... Soy el vivo ejemplo... Vengo de enterrar a mi marido para encontrarme con el hombre que siempre amé... Lo más cerca que podía estar de él era esta obra... y ahora lo más cercano a él es usted.
 
Margot: Y durante todos estos años, ¿nunca tuvo la oportunidad de encontrarse con Picasso? No sé, en una recepción, una fiesta, una exposición...
 
Penélope: Jamás... Mi marido, el barón del Trocadero, decía que a los artistas había que venerarlos por sus obras... pero jamás conocerlos personalmente para no decepcionarnos.
 
Margot: Sabias palabras, nada más cierto.
 
Penélope: Así que sólo me queda el recuerdo de Picasso en mi juventud.
 
Margot: Perdone que le pregunte, pero es que me carcome la curiosidad... No piense que soy una morbosa de lo peor, pero ¿alguna vez estuvo con el pintor en la cama...? Quiero decir… ¿Tuvieron relaciones?
 
Penélope: No. Nunca.
 
Margot: No puedo creerlo, ¡tanta devoción, ¿y ni siquiera se acostó con él?!
 
Penélope: ¡Por favor...!/
 
Margot (interrumpe): Sí, sí, ya sé, el lenguaje, los modales... Pero es que no concibo a una mujer enamorada tanto tiempo de un hombre al que apenas conoció y con el que no tuvo sexo.
 
Penélope: Hay cosas más fuertes que el sexo. Más perdurables. El amor, por ejemplo.
 
Margot: ¿Al menos se besaron alguna vez?
 
Penélope: Ni una.
 
Margot: Oiga, lo suyo es grave... Fíjese, yo soy al revés, debe ser desviación profesional: yo primero los conozco bajo las sábanas, se enciende la llamarada de pasión... y ya luego veo si me enamoro... Antes que nada: besos, caricias, abrazos, sudores... porque yo tendré malos gustos, ¡pero tengo unos ratos que uy...! (Se corta) Perdón, no le doy más detalles.
 
Penélope: A propósito... (Carraspea) ¿Le puedo hacer una pregunta un tanto... indiscreta?
 
Margot: Depende... De mi clientela nada, (hace ademán con la mano de cerrarse la boca) secreto de confesión... De mí lo que quiera.
 
Penélope: Picasso.... ¿cómo besaba?
 
Margot: Era un deleite... Qué manera de besar... Con un beso, ese hombre la hacía ver a una... todas las constelaciones.
 
Penélope: Y a solas... íntimamente quiero decir... ¿cómo la trataba?
 
Margot: A veces suavemente... Otras con una fiereza salvaje.
 
Penélope: ¿Y...? (se corta)
 
Margot: Dígame.
 
Penélope: Y de lo demás... ¿cómo estaba?
 
Margot: ¡Era un portento…! Adán, Casanova, Romeo, don Juan, Adonis, todos en uno.
 
Penélope: ¿Y... y... y...?  Usted me entiende... De aquello…
 
Margot: A usted que le gustan las metáforas, verá: era la personificación del unicornio... Y no le hago muestras gráficas porqué sé que le molestan.
 
Penélope (mira alrededor): Hágalas, querida, hágalas.
 
Margot: ¿Está segura?
 
Penélope: Estamos en confianza... (Mira alrededor) Y sin testigo alguno.
 
Margot: Debe ser la sangre andaluza que hervía en sus venas y lo convertía en un torero adentrándose en la plaza... ¡Ole, matador...! Desnudo, hermosamente desnudo, con esos ojos terribles, clavaba la espada con tal destreza, que una llegaba al cielo y bajaba al infierno en un suspiro... era como morir un poco en cada orgasmo... y volver a nacer en un espasmo.
 
Penélope: ¡No se detenga!
 
Margot: Al terminar, con sus dedos dibujaba ríos de saliva en mi espalda... y después, nuevamente, con su lengua, trazaba un camino húmedo que subía y bajaba por todo mi cuerpo... ¡Era imposible no amar a ese hombre!
 
Penélope: ¿Puedo saber... cómo la conquistó?
 
Escuchamos in crescendo “Bucovina” de Shantel.
 
Margot: Ay, madame... Como se nos conquista a todas las mujeres: con flores, champaña y música... ¡Ay, maldito español, bendito malagueño...! Una noche, al salir de una taberna de mala-muerte, me encontré con una banda de gitanos que tocaba sus hechizantes melodías... (Tararea y sigue la música, meciéndose) Y yo, con tan pocas primaveras... borracha y bullanguera como siempre he sido, me puse a bailar sola en la acera... ¿Qué se puede esperar de una mujer-de-la-vida-alegre joven, soñadora y llena de deseos...? De pronto, sin darme cuenta, estaba rodeada de gente que me animaba y me aplaudía... y al abrir los ojos, apareció entre mis brazos, como de la nada: él...  (Comienza a bailar)
 
Penélope: Pablo Ruiz Picasso...
 
Margot (prosigue): Con una botella de cava en la mano y un gran ramo de rosas rojas en medio de los dos... Y yo estaba en pleno carrer d’Avinyó, en la embrujante Barcelona, bailando con el mismísimo Satanás... ¡Ay, bendito español... maldito malagueño... irresistible andaluz!
 
Margot se entrega a la música y baila. Luego invita a Penélope. Ambas bailan hasta el final de la canción. Al finalizar, se sientan en la banca.
 
Margot: ¿Qué dice, madame la baronesa...?
 
Penélope: Llámeme Penélope.
 
Margot: Muy bien, Penélope... ¿Qué? ¿Le damos gusto al cuerpo con otro coñaquito?
 
Penélope (saca la anforita, bebe y se la tiende a Margot): Beba con gusto.
 
Margot: Sólo un traguito.
 
Penélope: Ya conozco sus traguitos... No se preocupe, querida, tengo más en mi bolso... Pero no vaya a pensar que yo.../
 
Margot: Yo no pienso nada.... yo respeto... (Bebe y le pasa la anforita)
 
Penélope (alza la anforita): ¡Ahoguemos las penas y la nostalgia con alcohol! (Bebe)
 
Margot (tras pausa): Verá, yo vengo del populacho, de la barriada... Nunca pasé de los tugurios, del vino corriente y del tabaco oscuro, pero sé reconocer cuando algo es bueno... (Muestra la anforita) y esto es calidad... (Mira a Penélope) Así como usted, que se le nota a leguas su aire aristocrático.
 
Penélope: Gracias por el cumplido, Margot... ¿puedo llamarle así?
 
Margot (toma la anforita): Margot o Mimí, como más le guste... (Bebe y luego la observa) Ahora que la veo bien... realmente debió haber sido muy hermosa.
 
Penélope: Modestia aparte, así es... Nací solamente con esa virtud... Las demás las fui adquiriendo poco a poco hasta convertirme en lo que soy.
 
Margot (después de beber): ¿Sabes, Penélope...?
 
Penélope: Ah, ¿ya pasamos tan rápido al tuteo?
 
Margot (prosigue): Me recuerdas a alguien... a una muchacha que conocí hace años.
 
Penélope (se aparta): ¡No puedo recordarle a nadie! La gente como yo no se mezcla con la gente como usted. Y deje de tutearme que no somos iguales.
 
Margot: No se ofenda, madame... sólo digo que ahora que la veo con detenimiento, me hizo recordar a.../
 
Penélope: Es mejor que ya no beba... (Le arrebata la anforita) De las alucinaciones al delirium tremens sólo hay un paso, querida.
 
Margot: Tenía unos ojos de mar, de verde mar... Toda ojos, toda mar... ¡Era preciosa...! Eso sí, muy tímida... Y sufría mucho...  pero era un terrón de azúcar.
 
Penélope: No siga.
 
Margot: Estaba fuera de lugar... La vida de un burdel no era para un ser tan inocente como ella... Era un capullo que apenas se abría.
 
Penélope: Créame… también en los pantanos crecen flores.
 
Margot: Ella no pertenecía a ese ambiente... De haber seguido ahí, hubiera estado destinada a marchitarse rápidamente.
 
Penélope: De cualquier forma, ahora está marchita.
 
Margot: Si me la recuerda es porque, al igual que usted, amaba locamente a Picasso... con desesperación, obsesivamente.
 
Penélope: En la juventud la gente se enamora tontamente.
 
Margot: En la juventud y en la madurez... Si el amor no tiene sexo, ¡menos tiene edad!  
 
Penélope: Debe ser muy tarde, tardísimo... Ha sido agradable la charla... Ahora, si me lo permite, quiero quedarme a solas con la pintura... (Mira el cuadro) Sólo vine a verla... A saciarme los ojos con ella... Adiu. Au revoir.
 
Margot (Mira el cuadro): Perdone que insista, pero mire... (Va hacia el cuadro) La joven de la que le hablo era ésta... (Señala en el cuadro la figura que parece que está entrando, en el extremo superior derecho) Tierna, sonrosada, con una sonrisa siempre triste y con sus ojos de gato... ¡¿No le parece el colmo de la ingratitud y la maldad que el pintor la haya retratado así de siniestra?!
 
Penélope: Ya habíamos acordado usted y yo no discutir sobre cuestiones artísticas ni estéticas... No tiene caso.
 
Margot: ¿Se acuerda que le dije que uno de mis motivos para destrozar esta pintura era resarcir el daño que el desnaturalizado ése le hizo a una jovencita?
 
Penélope: ¡¿Cómo?! ¡¿Se refería a ella?!
 
Margot: ¡Perro maldito! La ferocidad magnética de su mirada, su vigor, su inteligencia y su talento provocaban fascinación entre hombres y mujeres... Y ella tan inexperta, tan llena de ilusiones, sucumbió a la tentación.
 
Penélope: Y él... ¿le correspondía?
 
Margot: Las dos grandes pasiones de Picasso han sido el arte y las mujeres. El arte lo domina, pero las mujeres no. Ejerce todo su poder y todo su desprecio con sus esposas, novias, amantes, pretendientes.
 
Penélope: ¿Dijo “desprecio”?
 
Margot: Al principio él se interesó por ella... Lo tenía seducido... Quería ser tragado por el océano de sus ojos.
 
Penélope: ¿Entonces?
 
Margot: Que le duró muy poco la fascinación... Cuando él se dio cuenta de que ella lo amaba enloquecidamente, comenzó a repudiarla... Él puede pasar del amor pasional al desprecio más absoluto en un dos por tres... Una vez me dijo: “Las mujeres que no amo, se me pegan. Y las que amo, desaparecen...”
 
Penélope: Picasso ama intensamente y mata lo que ama… Lo que Picasso ama verdaderamente es lo ya matado o destruido por él mismo…Picasso nos posee cuando ya no nos deja ni huella del ser real que fuimos[14]
 
Margot: ¡Exactamente! ¡Lo que es más que la verdad: no existen mejores palabras para describirlo!
 
Penélope: No son mías, son de Alberti, el poeta que le comenté… (Pausa) Así que él rechazaba a esa jovencita.
 
Margot: Decía que le daba náuseas... Aunque él busca a quien esclavizar, ¡no soporta que se le entreguen fácilmente…! Al terminar el cuadro, nunca quiso saber más de ella... Simplemente no pudo con la idolatría y el fervor que ella le profesaba.
 
Penélope: Qué ironía... (Pausa) ¿Sabe qué fue de la muchacha?
 
Margot: No... Una noche la vi desaparecer por un callejón oscuro rumbo a La Rambla y no volví a verla... Él la citó ahí, pero la enagñó y la dejó plantada... Sólo quería deshacerse de ella... No fuimos amigas... pero yo le tenía un aprecio especial.
 
Penélope: ¿Por qué?
 
Margot: Porque veía en ella lo que yo nunca tuve.
 
Penélope: ¿Qué cosa?
 
Margot: Inocencia... ingenuidad... pureza... Una enorme necesidad de afecto… Estaba llena de amor para entregar.
 
Penélope (tras pausa): Ya veo... ¿Recuerda cómo se llamaba?
 
Margot: Ahora que lo dice, nunca supe su verdadero nombre... En este oficio usamos alias, como los ladrones... nombres de batalla... pero la llamábamos.../
 
Penélope (interrumpe): Nina...
 
Margot: ¡Nina, exactamente...! ¿Cómo lo sabe?
 
Penélope: Esa muchachita nunca volvió a ver al pintor que la dejó inmortalizada en este lienzo... Ella, después de esperar a Picasso hasta el amanecer, se fue de La Rambla limpiándose las lágrimas, con su desolación a cuestas, buscando una vida mejor... Tenía una meta muy clara: salir de ese mundo a como diera lugar... Y acostumbrada a venderse a los hombres, se vendió a uno solo... A un barón... -barón con be larga, querida-… Un hombre que no dejó de amarla hasta el último día de su existencia... La rodeó de lujos, le compró todo lo que fuera parecido a la felicidad... alhajas, pieles, viajes, perfumes, ropa, yates, chalets... pero nunca fueron felices.
 
Margot: ¡¿Usted, madame?!
 
Penélope: La joven se convirtió en mujer... Enterró su pasado y no hubo nada que se lo recordara... (Mira el cuadro) Sólo ese cuadro... Se convirtió en una mujer sofisticada, refinada y excéntrica... Fue aceptada en el jet-set y en un cerradísimo círculo social de abolengo y frivolidad… Vivió hasta hace poco al lado de su esposo, pero siempre enamorada de otro... No tuvo hijos, así que está sola, sola, sola... Después de Picasso... sólo le queda esperar a la muerte.
 
Margot (la observa): ¡La misma mirada... esa chispa encendida... el mar en sus ojos...! ¡Eres tú, Nina!
 
Penélope: Nina despareció por ese callejón oscuro de Barcelona y se la tragó la noche... Déla por muerta, Margot.
 
Margot: ¡Válgame…! Esto ameritaría otro trago... ¿no cree?
 
Penélope saca la anforita, se la pasa y queda mirando la pintura.
 
Margot (Bebe y se la tiende a Penélope): Tome.
 
Penélope (mirando el cuadro): Quédesela... se la regalo.
 
Margot: ¡Gracias, madame... qué detalle!
 
Penélope: Nada de detalle, querida... vale una fortuna... Obsequio del gran duque Dimitri.
 
Margot: Con mayor razón, qué amable.
 
Penélope (mirando el cuadro): ¡Un amor de medio siglo...! ¡Un sueño roto en un instante!
 
Margot: Discúlpeme por todo lo que dije... Qué imprudencia la mía... Si hubiera sabido que usted era Nina... que Nina era usted... me habría callado... Dispense, Penélope.
 
Penélope: No tiene importancia... ¿Sabe? Mi verdadero nombre es Nina... Cuando me casé con el barón me lo cambié... No quería que nada me recordara lo que fui... Irónico, ¿no le parece?
 
Margot: Espero no haberla lastimado.
 
Penélope: Usted no... ¡Él sí...! (In Crescendo) Cretino, infeliz... ¡Desgraciado...! ¡Hijo de puta!
 
Margot: ¡Madame, el lenguaje!
 
Penélope: Margot, ¿para qué seguir fingiendo? Las dos provenimos del mismo lugar, las mismas palabrotas, el mismo oficio.
 
Margot: ¡Mire lo que son las cosas, es verdad... somos colegas!
 
Penélope: Una prostituta arrepentida... y una prostituta feliz.
 
Margot (La observa y nota que Penélope tiene una lágrima): Una lágrima...
 
Margot se atreve y con cautela le quita la lágrima del rostro a Penélope.
 
Penélope: No vaya a creer que lloro de tristeza... es de rabia... ¡50 años sintiéndome culpable por amar a un hombre que en realidad me odiaba! (ríe) ¡Mi esposo está vengado! (ríe) Se debe estar riendo de mí donde quiera que esté... (Ríe) ¡Este fue mi peor castigo!
 
Margot (le ofrece la anforita): Ande, beba un poco... le va a calmar los nervios.
 
Penélope (toma la anforita): Más bien me va a dar fuerza. (Bebe bastante)
 
Margot: ¡Madame la baronesa, quién la viera, bebe que da miedo!
 
Penélope (le pasa la anforita) ¿Qué esperaba de una alcohólica consumada? Y lo que se hereda, no se hurta: soy hija de una turca y de un cosaco. (Se alista, se quita los guantes y el sombrero) ¡Estoy lista!
 
Margot: ¿Cómo para qué… o qué?
 
Penélope (escupe en sus manos y se las frota): Páseme el hacha.
 
Margot: ¿Para qué la quiere?
 
Penélope: ¡Pásemela!
 
Margot: Madame, ¿se siente bien?
 
Penélope: Nunca me he sentido mejor. ¡El hacha, Margot, el hacha!
 
Margot: ¿Qué va a hacer?
 
Penélope (mira a la pintura): ¡Destruir a “Las Señoritas de Avignon” y matar de un síncope cardiaco al minotauro! Cuando el octogenario se entere de lo que hicimos, se va a morir... ¡Se va a morir!
 
Margot: Pero... ¡si es una obra de arte!
 
Penélope: ¡Que no quede nada de este lienzo horrendo! ¡Hay que destrozarlo!
 
Margot: ¡Cálmese! (le tiende la anforita) Mejor échese un buche.../
 
Penélope: Querida, querida... (La aparta, va hacia el hacha) ¡Hágase a un lado! (Toma el hacha)
 
Margot: ¡No sea impulsiva, madame! (la detiene) ¡Quedemos para la posteridad usted y yo juntas en ese cuadro...! Nina y Mimí en “El burdel filosófico”...
 
Penélope (se aparta y empuña el hacha): ¡¿Desea pasar a la historia con el cuerpo deformado y la cara desfigurada por culpa de Pablo Picasso... que no supo plasmar nuestra belleza... que se burló de nuestros cuerpos... que despreció mi amor?!
 
Margot: Serénese, madame... se le va a derramar la bilis.
 
Penélope: Aprovechemos que no hay nadie en esta sala, no habrá testigos... (Alza el hacha con ambas manos) ¡Apártese! ¡No quiero errar el golpe!
 
Margot: ¡Nina, por favor!
 
Penélope: ¡A un lado! ¡Llegó la hora de acabar con esta infamia!
 
Penélope se lanza hacia el cuadro empuñando el hacha. Margot la detiene. Ambas forcejean por el hacha. Comenzamos a escuchar “Bucovina” de Shantel y empieza a descender lentamente la intensidad de la luz al tiempo que escuchamos:
 
Margot: ¡Acuérdese que es la primera pintura cubista!
 
Penélope: ¡Eso me importa un comino!
 
Margot: ¡Es una pintura revolucionaria!
 
Penélope: ¡Que no quede vestigio alguno de “Les demoiselles d’Avignon”!
 
Margot: ¡Por el amor de Dios, suelte eso!
 
Forcejean. Margot logra quitarle el hacha y sale corriendo del escenario. Penélope va tras ella:
 
Penélope: ¡El hacha, Margot, el hacha!
 
Penélope sale corriendo tras Margot. Oscuro lento. Seguimos escuchando “Bucovina” de Shantel).
- Fin -
Humberto Robles
 
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[1] Pablo Neruda
[2] Óscar Pin
[3] Lo que Picasso ama, según sus propias mujeres, de Rafael Alberti
[4] Rafael Alberti
[5] Edgar Degas
[6] Fragmentos de Los ojos de Picasso, de Rafael Alberti
[7] Góngora
[8] Balada de Les demoiselles d’Avignon, Rafael Alberti
[9] Ludmila I. Shliómina
[10] Rafael Alberti
[11] Joan Miró
[12] LXIV, Rafael Alberti
[13] Es un demonio, de Rafael Alberti
[14] Lo que Picasso ama, según sus propias mujeres, de Rafael Alberti
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Descripción

¿Qué tienen en común Picasso, una de sus más grandes obras, una viuda de alcurnia y una prostituta en un museo?

Palabras Clave: teatro picasso comedia

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Humor


Derechos de Autor: Humberto Robles

Enlace: http://www.humbertorobles.com


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