CARTA A FRANZ (La presencia de Dostoievski)
Publicado en Jun 02, 2013
Querido Franz:
Vuelvo a escribirte después de un largo silencio. El mismo podrías comprenderlo (vos mejor que nadie, tal vez), por haber sido un hecho insólito e inesperado. Precisamente de eso quería hablarte, o mejor dicho: contarte. Inmediatamente después de recibir tu última carta, que por cierto te agradezco mucho, hubo un llamado telefónico a mi domicilio. En ese llamado se presentaba un señor que no quiso identificarse, pero que a su vez, dejó bien claro su propósito y para ello me dio una dirección donde yo debía presentarme para un supuesto encuentro: Alsina y Balcarce. Una esquina porteña, aquí en Buenos Aires muy conocida. Como podrás imaginar, querido amigo, fui casi de inmediato, incluso me di el lujo de viajar en taxi para llegar más rápido. Cuando llegué vi a un hombre alto, canoso, que llevaba un saco negro largo, muy largo y abrigado, y que además tenía un sombrero que le tapaba el rostro. Estaba parado en la puerta de una librería –también muy conocida aquí- y en sus manos mantenía apretado un libro contra su pecho. Como dije, llegué y me paré frente a él –no podía estar esperando a otro que no fuera yo- y le dije: «Buenas, yo soy…», pero me interrumpió al instante. «Sí. Ya lo sé», dijo con un acento extraño, como si se tratase de un extranjero para mí. «Venga, acá cerca hay un bar donde podemos charlar. Tengo algo para usted que le va a interesar mucho y que además le será útil para su conocimiento». Como podrás imaginar, amigo, me quedé azorado ante semejantes palabras y efectivamente fuimos a un bar cercano a esa esquina. El tipo, se dirigió directo al mostrador y pidió algo pero enseñó dos dedos por lo que pude advertir que ya había elegido por mí, lo que íbamos a tomar. Se acercó a la mesa, y lentamente retiró su sombrero a un costado, dejándose ver… «Muchacho…», dijo tras una breve pausa, con su acentito raro, «Tú sabes quién soy; ya me has visto en tapas de libros e incluso me tienes colgado en una pared de tu casa. Debo hablar contigo, y es necesario que escuches con atención, sin interrumpirme, y que además cumplas debidamente lo que vas a escuchar a continuación». Yo me quedé helado. Franz, ¡Era Fiodor Dostoievski!, el mismísimo Fiodor… en persona ante mí, y hablándome… Por respeto, el cual es enorme hacia vos, voy a dejar esa charla para mi próxima carta. Pero sin embargo no hace falta una respuesta tuya. Necesito unos días para recordar bien palabra por palabra de lo que me dijo ese hombre. Yo juro que era él… ahora te pregunto (¡pero no respondas por favor!) vos… ¿me ceerías?
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Gustavo Milione