La primera dama
Publicado en Jun 05, 2013
Vio el reloj y se incorporó…ahora contemplaba el suelo del departamento. Sus cuadros blancos y negros.
-Ya me tengo que ir, dice. Voltea a verla. Está ahí como perdida en si…no lo ve, también está viendo el suelo. -Déjame verte una última vez, le dice él. Muy cariñosamente le mueve la cabeza hacía él…tiene los ojos rojos y las lagrimas se resbalan silenciosamente por sus mejillas. Pero aún así sonríe…ha aceptado que ya no es suyo, que lo ha perdido. -¿Por qué lloras? Le pregunta. Sólo mueve la cabeza en negación y le dice: -Por nada, gracias por haber venido. Se siente mal, sabe que quizá la deja sola, muy sola en realidad como a veces ha estado. -Ya te extrañaba, gracias, le dice ella. -Me vas a hacer falta. Se levanta como no queriendo y ella también, salen silenciosamente del cuarto y de la misma manera de la casa…mientras caminan no se dicen nada…él no sabe que decir y ella aún llora en silencio. Pasa un taxi pero lo ignora… Siguen caminando, vuelve a pasar otro taxi y también lo ignora. De repente ella lo toma del brazo, lo hace girarse sobre si mismo. Se da cuenta que ella no va a avanzar más. Lo acerca y se dan un prologando beso. -Gracias por venir, le dice ella y lo abraza. Da vuelta y empieza a caminar, él contempla como camina hasta que se pierde al girar en una calle. Empieza a caminar y a pensar. Quizá vaya a la central dentro de unas horas…quiere caminar, caminar un buen rato en la ciudad, en silencio, hundido en si mismo. Quizá pida un cuarto en algún hotel del centro y pase ahí la noche. Ya en la azotea del hotel, puede ver de cerca la azotea en la que hace tan sólo unas 48 horas estaba bebiendo cerveza con ella. Sonríe y le dice a aquella azotea: -Ya eres libre, gracias. Siempre le tendré un cariño especial a Sinaloa. Cuídate, mi primera dama.
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