GENTE COMN.
Publicado en Jun 12, 2013
GENTE COMÚN.
Alberto es noble, trabajador y algo cabezón (de carácter y físicamente hablado), como todo buen maño que se precie. Aparentemente es una persona normal, ni mejor ni peor que los millones de ciudadanos que viven en España. Pero solo aparentemente. Porque a Alberto le mandaron, a principio de los noventa, a un sitio donde en aquella época no quería ir nadie: Yugoeslavia o lo que iba quedando de ella. Una época donde musulmanes, serbios y croatas se dedicaban a degollarse mutuamente con dedicación, inquina y entusiasmo Y eso le hace alguien singular, porque él " sí estuvo allí". Destinado en una unidad de sanidad de primera línea pudo contemplar demasiado de cerca, como un moderno coronel Kurtz de Apocalypse Now, la verdadera cara del horror. Tuvo que ayudar a hacer autopsias, embalsamar cadáveres decapitados por minas y ver los cuerpos horriblemente hinchados de compañeros ahogados en las turbias aguas del rio Neretva. "He visto horrores...horrores que usted ha visto" decía un inmenso Brando a un joven Sheen. Pero a diferencia de aquel ficticio coronel de las fuerzas especiales Alberto no cayó en la siniestra boca del Dios de la Locura. Aunque todavía haya noches en las que, una vez apagado el ruido de fuera en esa hora incierta en la que nos quedamos solos con nuestros particulares demonios interiores, vuelve a escuchar el ruido de las costillas rompiéndose "como se rompen las ramas secas con el viento del invierno". Porque Alberto es una persona común (que es la materia con la que se hacen los héroes) que ha sabido estar por encima de las circunstancias en situaciones no comunes. Hay miles de Albertos, anónimos e invisibles, repartidos a lo largo y ancho de la geografía de la puta madrastra España. Patria que en el mejor de los casos los ignora, cuando no los desprecia abiertamente. Aquella cabo, bajita y regordeta, que se pondría colorada como un tomate si el jaquetón de discoteca de turno tuviera la condescendencia de dignarse ni tan siquiera a mirarla, pero que sin embargo mantuvo como una leona el fuego de una MG-42 bajo los morterazos del Ejército de al-Mahdi en Irak. O el carnicero de supermercado que se pasó seis meses desactivando artefactos IED con mano firme y pulso de hierro en la ruta Lithium, entre Qal'eh-ye Now y Bala Murghab en Afghanistan, y que ahora tiene que aguantar al cretino pelota de su encargado. Todos, todos guardan, como superhéroes, su particular secreto en el fondo del armario (y en el fondo del corazón) y de vez en cuando sacan su medalla de misión (UN "In the service of peace") acariciando con nostalgia y cariño la cinta multicolor. Ellos estuvieron allí y aquello no era un juego de consola. Era real. Gente común que se convierten en personas extraordinarias para volver luego a ser comunes. Y en esos instantes de reflexión íntima se sienten "especiales". Ni mejores, ni peores que los demás. Solo especiales. Por eso, cuando cae la noche y los miles de "Albertos y Albertas" se quedan solos bailando con sus fantasmas en la oscuridad mientras escuchan el siniestro crujido de las costillas al romperse, sería de justicia que un inmenso cartel multicolor estuviera luciendo encima de su domicilios, para avisar al resto de sus conciudadanos, que allí duerme un/a valiente.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|