Y, realmente lo miró como admira a la luna, a los meteoritos, a los fuegos artificiales, a las estrellas fugaces, a un césped bien cuidado, a la lluvia fuera de la ventana, las luces de navidad, las montañas, los conejos brincando, los caballos cabalgando, un perro persiguiendo su cola, un gato jugando con papel higiénico, a una niña de 5 años comiendo helado, el danzar de las olas, la canción de Yiruma, el vapor del chocolate caliente en la mañana, un parque de diversiones, el carrusel, una pareja de ancianos comprando algodón de azúcar , el resplandeciente sol asomándose entre grandes montañas, un parto, los primeros pasos de un niño, las nubes blancas, nubes echas figuras, como el regalo de cumpleaños deseado, como los tesoros fotográficos de la abuela, como un anónimo ramo de tulipanes rojos, como el mejor verso jamás escrito, como su película favorita de Austen, como las palabras de Orgullo y Prejuicio dichas por el mismísimo Mr. Darcy del cual nunca se cansara de escuchar.