renunciar, porque al cerrar los ojos con resignación
la brisa te lleva a un lugar donde lejos de vagas ilusiones
los colores puedes palpar, la luz es fragancia,
las montañas susurran su propia canción
 entonando entre sollozos, gemidos y suspiros
 la historia de su leve amor helado con un invierno despiadado,
donde no hay que esforzarse por entender,
donde es mejor resignarse a solo flotar y ser,
renunciar y empezar de nuevo,
dejar de intentar volar,
 resignar mi cuerpo, desintegrarlo,
que puro y blando se una con el viento en su marcha,
 morir para vivir así como imagine,
arrastrado como las hojas otoñales que en un principio lejano caían a mis pies,
 tan diferentes a mí.
Ese sueño tan perfecto,
donde el mundo se vuelve un lugar sin nombres ni etiquetas,
donde no hay blanco ni negro,
donde no hay menos ni más,
donde esto no se diferencia de aquello,
donde aquello no importa menos que eso...
Ese sueño tan perfecto donde no era lo uno ni lo otro,
solamente era, solo existía,
levitando tranquila sin preocuparme por encajar en esto
y descartar aquello
simplemente y sin más tensiones,
 estaba ahí, sola,  disfrutando de ser.