ELBA, RHIN, MOSA
Publicado en Jun 14, 2013
Hay días en los que una noticia inesperada hace que el corazón se encoja y se quede pequeñito, pequeñito. Hay saberes inesperados que menguan el alma y dan un zarpazo que arranca un trozo de la particular biografía de todos y cada uno de nosotros. El otro día resultó para mí uno de esos días. Supe de la muerte de mi maestro de la infancia, don Fernando Ortega Martín, a través de su hijo que también se llama como él. Y quiero citar su nombre completo, hasta con el Don delante porque sin ese "Don" don Fernando no sería don Fernando, porque me siento orgulloso de que él fuera mi primer profesor. La primera persona que escribió en mi pizarra blanca e inmaculada de niño, enseñándome cosas que uso todos los días y a todas horas. Con él aprendí a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir y estas mismas letras son hijas ciertas de su obra primigenia. Recuerdo, como si fuera ayer, su cara de satisfacción ante el trabajo bien hecho, cuando tras hacernos aprender de memoria los ríos más importantes de Europa, nos levantábamos de la mesa (en aquella época uno se levantaba del pupitre como señal de respeto cuando hablaba con el profesor) para recitárselos de corrido: Elba, Rhin, Mosa... Hoy conservo perfectamente en mi memoria aquella larga lista (y han pasado cuarenta años) y supongo que me acompañará hasta mi muerte. Don Fernando me enseño el código cultural, la clave de bóveda, para llegar hasta Cervantes, el arte románico o la Pintura Impresionista. Y nunca le estaré lo suficientemente agradecido por ello.
Hay miles de don Fernando en el mundo. Humildes y oscuros profesores que día a día se esfuerzan por hacer llegar, a esa masa moldeable y virgen que es un niño, la maravilla que encierra el Saber. Hacerle entender, al menos implícitamente, que sin ese conocimiento siempre serán juguetes de los poderosos y soberbios. Oscuras fuerzas que intentarán esclavizarlos cuando sean hombres a través de la ignorancia y el miedo. Así ha sido a lo largo de la historia y solo la luz del saber lleva hasta el sendero de la libertad. Y esa luz empieza en una escuela cuando un niño aprende a escribir a través de un sabio y honrado maestro. Por eso, me gustaría soñar que ahora don Fernando habita en ese Parnaso donde deberían de ir todos los buenos hombres y mujeres que a través de los tiempos una vez cogieron de la mano a un niño para que comenzara sus primeros e inciertos pasos en el bello sendero de la Cultura. Y desde el fondo de mi espíritu el niño que una vez fui (y que nunca se marchó del todo) se levanta de aquel pupitre verde y recita con soniquete musical: Elba, Rhin, Mosa... Estoy seguro de que el bueno de don Fernando aun sonreirá con orgullo.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|