El mago que se hizo hombre
Publicado en Jun 23, 2013
Cuentan, que en un bosque no muy lejano, tal vez hasta conocido por cualquiera de nosotros, habitaba un mago solitario. Era un personaje acostumbrado a ver los resultados esperados y a no sorprenderse con ellos. Las palabras brotaban de su garganta como un anhelo y se materializaba cuanto pedía o desaparecía lo que le molestaba con solo desearlo. Su mirada curiosa, analítica, despierta estaba llena de misterio y sus manos veloces nunca se sabía dónde estaban. Bajo su capa resguardaba sus tesoros más valiosos, adosados a su cuerpo, los protegía del mal, como un padre celoso. Nadie bien sabía qué tenía, eran aventuras, algunas mentiras y objetos materiales, valiosos recuerdos de un solitario sin sentimientos.
En el bosque había demasiadas criaturas extrañas, de buenas y malas intenciones y de rutinas desconocidas porque como aparecían, desaparecían; nunca dejaban nada bajo la capa. Él sólo las escuchaba rondando detrás de malezas o habitando en el hueco de algún buen roble, nunca se sintió obligado a atenderlas con su sabiduría. Algunas querían robarle la capa y hurgaban sus ropas clavándole sus uñas largas. Otras, se ofrecían solidarias, dejándole algún lecho de flores o cristalinos manantiales contenidos en fuentes de cobre. Pero el mago prefería mantenerlas lejos, no confiaba en ellas. Nadie le había contado lo que sacrificaba con ser mago; sólo, en silencio, o acompañado con figuras escurridizas, vagaba por los días sin objetivos, sin motivaciones. Probaba con algunos hechizos que las brujas del norte traían encerrados en cofres o con alguna pócima de las hechiceras del sur que lo sacudiera del letargo general que había en el bosque. No se le ocurría qué pedir, pues no sabía qué era lo que necesitaba en ese su universo, lo único que conocía. Un día calmo, cuando recostado bajo la sombra de un árbol viejo dormía plácidamente, el viento se aligeró sólo rodeándolo a él. Sintió una tibieza desconocida y una cosquilla inquieta que nacía desde adentro, muy bien no la supo definir. Sus manos intentaron detener a la brisa, abrió la capa para arroparla, le gustaba, quería atesorarla; mas las hojas armaron un remolino a su alrededor y lo dejaron desnudo, alejado del poder de su magia. Así, el mago, se reflejó en las aguas del lago quieto y se vio hombre. Vio sus manos vacías y ,aunque se cubrió con la capa, su piel desnuda se erizó por un frío extraño. Buscó las hojas, buscó la brisa tibia, emitió palabras incoherentes e inservibles; nada se materializó, nada apareció; su magia lo había abandonado y él no estaba preocupado, solo curioso y desconcertado. Buscó en todo el bosque a la brisa tibia, a su dulce compañía. La llamó y sintió su voz repetida entre la formación de pinos; su capa extendida y su varita se resignaron pegadas en la resina y sus pies vencidos fueron atrapados por las raíces despiertas que salieron de las entrañas. Mordió sus labios cuando descubrió un nuevo sentimiento; lo llamó impotencia, y enseguida le brotó un grito que desgarró su alma. Los ecos viajaron por el bosque, las criaturas se convencieron de que por fin era un hombre, que se resignaba a sentimientos, que ya no tenía todo cuanto deseaba y se apiadaron de él. De una en una fueron trasmitiendo el mensaje y pronto todo el bosque se enteró que buscaban a la brisa. El hombre, que había renunciado a la capa y que se había despojado de lo que antes atesoraba, lloró en su refugio, lleno de frío. Un frío intenso que corría por las venas, que transportaba una carga pesada hacia el pecho y allí se alojaba. Lloró preso de sentimientos nuevos, porque muy bien no sabía qué hacer con ellos. En la mañana, la tibieza que sintió se la atribuyó a alguna criatura pasajera, a esas que acostumbraban a darle algo llamado cariño, pero sin ser sincero. Abrió los ojos con desconfianza pues ya no tenía poderes, vulnerable se sentía sin la magia de otros tiempos. Un hada blanca y resplandeciente le sonrió sentada sobre su capa, juntaba uno a uno los tesoros desparramados, los inspeccionaba y seleccionaba. Algunos los guardaba bajo la capa y a otros los arrojaba a grandes distancias y a él le gustó esa determinación y no se quejó; lo hubiera entregado todo porque ella se quedara. La ráfaga tibia lo envolvió en un segundo y deseó desnudarse cuando las cosquillas conocidas lo invadieron. Las hojas hicieron un lecho, las criaturas buenas espiaron el encuentro y sonriendo entre los tesoros tirados, escucharon que el hombre pronunciaba palabras mágicas. Cuentan que se quedaron atentas a ellas, pues no todas las conocían; nunca lo habían escuchado pronunciarlas en el bosque. Entre los brazos del hada blanca el hombre que había sido mago le explicó que eran las únicas que funcionaban desde que la conoció; eran palabras sinceras, nacidas del corazón, eran sencillamente susurros de amor.
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Carolina Aguilar Vlez
Abrazos Sil!
silvana press
Romani
Un niño que por fin creció. Para mi que ese viento, esa brisa cálida que jugaba con él, era la entrada de la madurez, la corriente del cambio que estaba por venir y vino.
Un cuento dado a la reflexión endulzado del tono rosa del amor. Interesante.
silvana press
Cariños y gracias por tu tiempo
MARIA VALLEJO D.
Hermosa historia, sùper bien contada, viajè en ella y me quedè
con las palabras finales, que para mì son importantes.
Palabras sinceras nacidas del corazòn.
Disculpa pero lo llevo a...
Abrazos
silvana press
Cariños