Las líneas del tiempo se pintaron simétricas empequeñeciendo tus ojos, más nunca apagaron la picardía acostumbrada de todos tus días.
Los  años colgados de tu frente delinearon surcos de sabiduría. Me salpicaste de  experiencia madura  y heredé de ti el coraje para enfrentarme a los sinsabores que  trae la vida. Aprendí a sonreír  desde adentro y a  expresar abiertamente todo lo que siento.
Tus manos grandotas y rugosas fueron la calefacción de las mías, y tus brazos seguros la baranda que siempre sostuvieron  mis posibles caídas. Fuiste el esqueleto de este cuerpo que anduvo casi muerto. Pusiste tus ojos en mis huecos y me mostraste que todo es bello, que sólo hay que aprender a correr los velos.
Las estaciones trajeron cambios en mi microclima y el hogar encendido no sustituyó jamás la llama que en mi corazón dejaste encendida. Arde con el recuerdo, me quema, pero no lastima.
Encerrada entre mis brazos intento sacar el aire que sobra desde tu partida. Extraño tu abrazo, extraño tu sonrisa; la dicha que parecía eterna cuando te tenía.
 Desde el espejo, una mujer me sonríe. El tiempo la maquilla con las mismas líneas que tú tenías; sólo pido que le  permita dejar la herencia intacta antes de su partida.