Biblioataque
Publicado en Jul 01, 2013
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Con dieciséis años, no recordaba un día más lluvioso que aquel. Amaba el sonido del aguacero cayendo sobre el mugroso techo. El moho debía estar feliz, pensaba.
Eran las 10 de la mañana según su reloj de buró. Era un despertador muy feo a decir verdad, pero fue un regalo y le habían enseñado que los regalos no se despreciaban… dudaba de esa norma ¿quién lo dijo? seguramente alguien a quien le tiraron un regalo a la cara, probablemente un reloj despertador. No era sólo el hecho de ser una pieza de diseño hostil, la porquería era la encargada de acabar con el sueño, no con el placer de dormir, sino con el soñar. Había noches en que no sabía con claridad si todavía estaba en vela o ya se había dormido, pero el caso era que en ése estado veía la vida, el futuro, la aspiración. Es curioso que dormidos sea donde más cosas hacemos los callados. Ahí tenemos un planeta que nadie nos puede robar ¡¿lo han escuchado malditos compañeros?! ¡¿Lo oíste jodido dinero?! Eso no lo robarán. Pero sí se puede interrumpir. Maldito reloj.
10:10, arriba y una ducha.
El agua sobre el cuerpo… esa mañana todo parecía ser más intenso. Cada gota llegaba con el dolor de un golpe, parecían caer con la intención de hacer daño, ella ahí con su tibieza y su sumisión. Levantó la cabeza y las mil estaban todas sobre su rostro. Suponía que el resto de su cuerpo también se estaba mojando, pero vaya, nada de sentir algo así. Todas las agujas sobre el rostro. Abrió la boca… quizá todas ellas entraran y aniquilaran cada sueño. Cerró la boca, ya había tanques intentando hacer eso.
Las dagas recibieron la clara orden de detener su ataque, y sumisas, obedecieron. Por su mente se cruzó la ambivalencia… desechó ese pensamiento, era muy temprano para pensar en la familia.
Pasó ese pedazo de tela por toda la cara y se fundió con la densidad. Le ardían los ojos mientras quitaba la evidencia que habían dejado las dagas. Siempre quitando el rastro de la violencia, la historia de su vida.
Caminó al refugio de toda la vida, un día paraíso de calma, otros, puerta de infierno.
Llevaba los pies descalzos, ¿para qué ocultarlos del universo que los quiere besar? No había nadie ahí que se lo impidiera.
Eligió la ropa favorita, la misma de siempre, ropa opaca de tanto lavarla. Había recibido bromas alguna vez… ¡que agradecieran que se vestía! A veces no tenía ánimos ni para eso, no era justo aquello. El clima podía cambiar sin pedir permiso a nadie y cuando se trabada de su mismidad todos reclamaban. ¿No podía estar en paz con esa nostalgia suya? ¡Le habían fabricado el alma melancólica! ¡¿Culpa suya?! Además, ¿qué le pasaba a ese día?, todo era más lento e intenso. Algo había sucedido o estaba por suceder…
Oía su respiración y tenía los latidos del corazón allá por la garganta. Intentó hacer inspiraciones controladas y entonces, la misma idea de cada día vino a su panel de control: Ir allí una vez más.
Quiso tomar algo que le protegiera y abrigara de la lluvia y el frío, pero, ¿eso tenía caso?, sabía que el agua le atacaría hasta besarle y conseguir que le amara, siempre era lo mismo.
Abrió, miró hacia atrás, al lugar en donde estaban sus llaves y se volvió por ellas dejando la puerta abierta como el alma de un niño confiado. Volvió a la lámina de madera barata y notó que la casa se había llenado de enredaderas que se tomaban el lugar en cámara lenta. El cuerpo se le asustó. Corrió.
Era verdad, llevaba las llaves apretadas en el puño al punto de dañarle la piel.
Alcanzó a correr tres cuadras bajo la lluvia y una masa de aire caliente le detuvo con fuerza de bomba y le traspasó. Un poco de aquel poder se le quedó entre pecho y espalda.
De pie bajo el torrencial se fijó en el puño. Abrió la mano que odiaba por ser deferente y vio las llavecitas que comenzaban a mojarse. Las tomó con tres dedos mientras les mantenía la mirada y las dejó caer. Sabía que ese día no volvería a su casa, ¿para qué cargarlas? Suspiró. Lo malo de salir corriendo fue que olvidó el reproductor donde estaban las compañeras.
Miró el lugar, ah, el gris de las calles, los horribles cables eléctricos, las pequeñas casas, ni un alma. Giró la cabeza y se arrepintió; todo se movió lento, Dios sabe cómo se mareó.
Notó con paz cómo el ataque se detenía cuando se entregaba a los besos de la lluvia; El reencuentro.
Feliz caminó a la felicidad.
No sabía cómo ni porqué era tan consciente de su cuerpo ese día. Le asustaba pero estaba en una extraña nube desde la cual todo demás era un show friki y todo su ser era pasajero, exactamente como había querido por tanto tiempo.
Vio el lugar y el sentimiento llegó puntual: La protección. Ya sabía que era un acto, pero la sentía en el cuerpo ese día. Podía notar el abrazo y sabía que si se esforzaba podía oír la voz.
Subió y bajó algunos escalones que parecieron valles y llegó a su lugar en el mundo; Ese pasillo que le había visto reír hasta llorar y reírse al fial de un llanto desesperado cuando le abandonaba la esperanza.
Tomó uno cualquiera. Se sentó en el suelo y al caer fue como hacerlo sobre el mejor de los sillones. No se fijó en el título, sólo quería empezar.
Una hora después notó que todo estaba vacío. No que siempre hubiera mucha gente, pero hasta el personal se había marchado. Las luces de su pasillo eran las únicas encendidas; Sintió el alma poderosa.
Pasó por cada capítulo del texto y sacó otro. Y otro… luego uno más hasta que el tiempo se le fundió con la respiración.
Miró el lugar. Todo parecía más pequeño o ¿era que estaba creciendo el cuerpo?… Siguió en lo suyo hasta olvidar la vida allá fuera mediante la vida adentro, ¿cuánto tiempo estaba pasando? Jamás lo sabría, sólo fue la presión lo que le alertó; Sólo existía su pasillo. Las paredes estaban inmediatamente tras las estanterías y al final otra pared igual que la que le sostenía en la espalda.
Quiso pararse, pero sus piernas estaban dormidas y al intentarlo, ese maldito hormigueo le invadió.
Podía oír su corazón latiendo desde las paredes y su respirar salía también de cada libro que reposaba en los anaqueles.
Comenzó a sudar.
Antes de que sucediera pensó, ¿Cómo no intuyó que eso sucedería? Era evidente que se perdería en aquel lugar. Entonces, conoció el estupor y si le quedaba soberbia, salió huyendo.
La pared de en frente se adelantaba rápida y enardecida, como el fuego en un bosque seco sobre su cuerpo en el otro extremo. Ah el golpe. Lo intentó frenar con las manos, pero ya se le habían hecho amarillento papel. Nada importó; Aquel pasillo le arrancó las raíces y le llevó ¿a un mejor mundo?… muy probablemente, pero imposible a uno peor.
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Descripción

Cuando la biblioteca te arranca las races.

Palabras Clave: Biblioteca adolescente Agua Cuento

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


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