ENCUENTROS APCRIFOS
Publicado en Jul 22, 2013
Dante había ido en busca de sexo, y ella lo sabía. Ninguna otra razón lo habría llevado hasta su casa. Era un hombre tranquilo, dedicado al trabajo, a quien estas cuestiones instintivas no dominaban, sino que, por el contrario, tenía totalmente bajo control. Pero su matrimonio hizo crisis, se rompió. Y ese día despertó en casa de su amigo, desconcertado, con la sábana mojada y su miembro aún latiendo soledad. Su humana naturaleza había emergido de las profundidades en el momento menos oportuno. Avergonzado, dispuso que sería aquel “día de limpieza” y disimuló cada huella, lavando las aureolas de esa realidad implícita y advenediza. Entonces, pensó en Delfina…
Delfina, que ahora lo tenía frente a sí, sabía por qué había ido, pero esta vez tenía muy claro que no llegaría a compartir con él más que una charla y los mates que acabarían sólo cuando ella se cansara de cebarlos. Del mismo imprevisto modo había ido cinco años atrás, pensaba ella que a saludar, pero se acercó rápidamente hasta donde daban los límites de sus cuerpos y la fue llevando al lecho donde pudo consumar lo que antes no. Ella lo dejó hacer… Estaban en juego la hombría de él y la palabra de ella, que acabaría escupiendo un par de horas después. En cuanto él se fue, vomitó cada imagen y cada sensación viscosa en el inodoro del baño, donde decidió que era su sitio, y luego se bañó, jabonando y frotando su piel intensamente, arrastrando el agua partículas de nada, desechando el vacío que ese encuentro le había provocado. Y ahora estaba ahí, quizás contando las mismas historias que ella ni recordaba, esperando el momento de acecharla. Se escuchó un auto frenar frente a su casa, y ella aprovechó para mirar el reloj y decir que seguramente era su amiga, a quien estaba esperando. “¿Las ocho ya…?” Dijo él, abandonando la silla y su discurso, y emprendiendo la retirada. Al día siguiente la llamó un par de veces al celular, pero sólo atendió la mecánica voz del contestador. Volvieron a verse en su lugar de trabajo… “Llamé…” dijo. “Ah, sí, vi…” silabeó Delfina. “Necesitaba las llaves de la oficina” argumentó él, justificando. “Ah…” disimuló ella para darle crédito. Todo estaba en su sitio.
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kalutavon
Olga Karpuk