"Experimentaba la necesidad de sentir 
más sólidos y duraderos que yo mismo
a aquellos a quienes necesitaba para
orientarme. Para conocer o regresar.
Para existir."
Le Petit Prince, Antoine de saint-Exupéry

Ventajas de la sombra. Humildad interesada;
la protección del desconocimiento ajeno.
Hallo gozo en la sospecha. Jocosas elucubraciones.

Oh, la Amistad, escrita con mayúscula, no existe. Es tan sólo una idea, la pura esencia. Creamos el valor y lo elevamos a los cielos, más allá de la realidad, donde sólo es eso, un ideal prestado. Un ídolo al que seguir y jamás alcanzar. El reflejo de la grandeza del ser humano y su infantilismo. Frustración al ver que no es posible alcanzar la utopía, fracaso de la civilización.

Ahora bien, sabed, sin mencionar al segundo maestro de la sospecha, que el ideal de la Amistad es sólo el modelo estándar de nuestra cultura. Lo que nosotros podamos tomar y rechazar de ella es lo que nos llevará a labrar nuestra propia concepción de la misma. Claro que no necesariamente tendremos en cuenta qué es la amistad a la hora de hacer amigos, y, dado que no por ello escaparemos a la masificación unitaria de valores que el sistema implanta en nuestras mentes para beneficio de la Humanidad (ya hablaremos de eso otro día), es necesario que atendamos al origen de nuestro pensamiento, se halla en la Antigua Grecia (corro el riesgo de ser convencional y predecible pero es necesario). De modo que nos retrotraemos hasta el mismo Sócrates, maestro de la dialéctica y adorador de la universalidad de las esencias por excelencia. A partir de su intelectualismo moral reivindico (aplicando mi filtro interpretativo) que es necesario conocer los valores que rigen nuestra conducta, tanto para imitarlos lo mejor posible, como para rechazarlos. Debes conocer al enemigo si deseas obtener la victoria. Avanzar a ciegas por el bosque nos hace esclavos hasta que nos damos de frente con un árbol, y descubrimos que esa libertad no era más que otra deidad espuria.