Alberto:
           Ha pasado ya mucho tiempo desde ése último día en que nos encontramos juntos. Mucho tiempo como para que las cosas ya hubieran cambiado en mi y creo que también en tí. Se cambia en las ideas, en la manera de ver las cosas, en los sentimientos, claro que en ésto último  no ha habido mucho cambio en mi, pues aún me duele tu silencio. No te niego que no es el mismo deseo angustioso de verte de los primeros días, no te niego que me desplomé sobre un montón de ilusiones que me hice, me derrumbé con el llanto de mis sueños rotos. Mi angustia y mi desesperación me dañaron hasta físicamente y, en ése caos en que viví, llegué muchas veces cuando la realidad me golpeaba a preguntarme:¿vale la pena, es justo éste dolor ante tu despreocupación y desatención?, me desilusioné despertando crudamente a la verdad.
        Ahora ya pasado unos meses, cuando ya me es posible levantar la vista, cuando ya puedo volver a mirar a mi alrededor, cuando la realidad  me grita que te mire de frente, que te vea tal cual eres, con el egoísmo innato en algunos seres pero acentuado en tí. Ahora es cuando me digo: No era necesario darle la importancia que le dí. Creo que aún me quedaban algunas cosas de tí que no llegué a conocer en nuestra relación de tanto tiempo.
        Hoy espero verte, espero una conversación y deseo descifrar muchas dudas que tu comportamiento me dejó. Quiero ése encuentro, lo necesito, aunque sea para no vernos más.
        Espero mirándote a los ojos, oirte hablar, quiero la verdad. Si no te acercas me quedará el gran dolor de reconocer en tí: cobardía, falta de valor para vivir lo que tú mismo iniciaste pacientemente, con mucha cautela. A tu vuelta te ví meses, años acercándote, buscándome, hablándome del pasado, de nuestro pasado.
        Me hiciste revivir la parte que tenía de hermoso lo nuestro y sufrí, me fue doloroso comprender, reconocer que fuí yo la que te alejé, desgarrándome interiormente pero te alejé con la frialdad de aquél que nunca creyó y amó al otro. Te hice creer en ésa frialdad, colocándola como una muralla entre los dos ¿sabes? ése era mi escudo, mi coraza. No lo niego que seguí viviendo víctima de arrepentimientos e indecisiones. Me costó mucho llegar, no al olvido, sino a la resignación de no verte más, asumí la responsabilidad y me mantuve firme.
                                                                                          Minerva