Sobre mandalas, viajes dimensionales y otros cuentos
Publicado en Jul 29, 2013
Prev
Next
Image
EL QUIJOTE EN ARGENTINA

        Era temprano aun,  sin embargo los bocinazos de los autos ya se hacían sentir en la arbolada calle, donde se alzaba todavía rodeada de un cierto esplendor, la Biblioteca Pública que dependía del Municipio local. A la orilla de la vereda aparcó un lujoso vehículo de otras épocas, cuyo chofer descendió para abrir la puerta trasera y ayudar a un señor de porte distinguido a bajarse.
Luego lo acompañó, dándole el brazo, hasta la puerta de la Biblioteca, en donde el Portero, que estaba atento a la llegada del Director, saludaba con respeto y simpatía: buenos días Doctor. Como se encuentra hoy. El aludido dijo algo entre dientes, pero el chofer trabando diálogo con el portero, respondió por su patrón: hoy nos hemos levantado un tanto distraídos y con poco apetito, pero en fin, Tiburcio acompañe al Doctor hasta su despacho y sírvale un cafecito a ver si se acomoda con el día. El portero no dijo nada más y tomó el brazo de su jefe con mucho respeto. Sabía que desde que fue perdiendo la visión, a causa una enfermedad a la que los Médicos no hallaban remedio, se había vuelto un tanto susceptible, y procuraba guiarlo de la manera más natural, para que la gente no se apercibiera que lo estaba ayudando. El Director se merecía eso y mucho más, no solo era un hombre amable y un funcionario correcto, sino que estaba considerado un poeta más que regular y un pensador agudo con basamentos sólidos en la Filosofía Tomista.  Corriente que transitó en su juventud, cuando casi estuvo a punto de ingresar al Seminario, idea que abandonó cuando conoció a la que luego sería su mujer.  El hecho ocurrió en una kermese, a beneficencia de los perros sin dueño, que lamentablemente asolan las calles de la ciudad, mostrando su abandono y la miseria que supone no ser queridos por nadie. De allí que esta gente hubiera, en un rasgo altruista de su parte, decidido contener tanto dolor ayudando a los pobres animales.
Tiburcio entró al despacho llevando con soltura la bandeja con el café. Traía un servicio con tacitas de Limoges. El Doctor era exigente al respecto, así como cuando bebía té, lo hacía invariablemente con porcelanas chinas. Eran rémoras que habían quedado apegadas a costumbres de otra época, cuando su familia pesaba y mucho en la buena sociedad y tenían un pasar económico que permitía todas esas excentricidades y algunas mucho más importantes que esta. Pero en fin, aunque la familia ya no gozaba de la potencia económica de antes, nuestro personaje parecía no percatarse de ello y circulaba por el mundo con la dignidad de un verdadero caballero.  Acentuaba su prestancia, usando su hermosa melena, con un peinado que en realidad era un despeinado y que le daba un aire decadente que ennoblecía  aun más, su rostro de Tribuno.
Cuando joven, y a los fines de profundizar su cultura, sus padres lo enviaron en un recorrido que abarcaba parte de Europa, la más importante, y parte de Oriente. Se aficionó mucho del Celeste Imperio, del que trajo como recuerdo varias piezas escultóricas de bastante valor artístico, y un Mándala, cuyo origen en realidad no era Chino sino Tibetano. Lo halló en el rincón de un negocio de antigüedades,   un día que, descubrió la tienda, mientras caminaba por una callejuela en un populoso barrio de Peiping. Verlo y ansiar su inmediata posesión, fue una necesidad urgente. Eso que el Doctor no era lo que hoy conocemos como un consumista, sino un hombre reposado que ponía su atención en cosas más trascendentales que un objeto, por bello que este fuera. Sin embargo las precisas, intrincadas e inexplicables líneas del Mándala, el mágico efecto que su visión ofrecía, en conjunción con su grafía, a quien lo mirara con una actitud reverente, como cabe cuando uno está en presencia de “lo sagrado”, hicieron que nuestro personaje transara rápidamente con el anticuario por la compra del misterioso objeto, del cual nunca quiso desprenderse, pese a que le hicieron ofrecimientos que francamente eran dolorosos de rechazar.
Dicho Mándala lo había enmarcado en una espléndida talla hecha en madera de Roble. El mismo, descansaba en la pared, que estaba al frente de su escritorio, en la Biblioteca Municipal. Desde su sillón lo había observado durante treinta años tratando de desentrañar su oculto significado, sin haberlo logrado. Pero la simple visión del mismo bastaba para llenar su espíritu de altos conceptos metafísicos, aunque seguía intentando, sin perder el entusiasmo, develar el contenido que portaba el maravilloso pergamino.
Esta tarea jamás se vio interrumpida pese a su progresiva pérdida de la visión.  Eso que de a poco dejó de distinguir las líneas y luego ya no percibía con claridad el conjunto, lo que no le impedía poner el tono de su Espíritu con las más sutiles vivencias. Mientras desatendía el café que le había servido su asistente, pensaba que desgraciadamente ya no podía observar como antes su más preciado tesoro. Las otras cosas de las que estaba impedido, no le pesaban tanto como no poder  ensimismarse en las hondas reflexiones a que estaba acostumbrado al mirar la obra. Por suerte estaban registradas en su mente todas y cada una de las líneas y símbolos del objeto, lo que le permitía revivirlo a voluntad.
De pronto, quizá ayudado por el sereno ambiente que reinaba en el lugar, empezó a abrirse en su mente la comprensión, que en realidad su visión declinante,  lo facultaba a concentrarse de manera total en el Misterio que descansaba colgando de la pared de su despacho. Comenzó a intuir la ventaja de estar aislado de algunos hechos cotidianos, para que su mente y su alma, en profunda meditación pudieran penetrar en el oculto y esquivo significado final y depararle el regalo que el Ser Supremo le tenía reservado.  No por casualidad viajó a Oriente, no por casualidad caminó por las antiguas callejas de esa ciudad ya olvidada, donde se encontró con un anticuario que lo puso en contacto con un universo representado por líneas dibujos y palabras de oculta significación, pero seguramente plenas de sentido e insufladas de conocimiento arcano, sabiduría que  anhelaba poseer, más que nada en este mundo. Mientras andaba y desandaba pensamientos, elucubrando respuestas a sus propios interrogantes, en íntimo soliloquio, su mano descansaba en un ejemplar muy antiguo del Quijote, realizado con un exquisito gusto, por su impresor. Era una donación que la viuda de un médico le hiciera a su Párroco para compensarlo por las constantes indulgencias que como Confesor había tenido para con su marido, hoy fallecido. El Sacerdote, luego de intentar leerlo, abandonó dicho empeño por dificultoso y lo donó a la Biblioteca en uno de sus aniversarios.
Reflexionando sobre el mándala, dejó que el café se enfriara. En realidad no le importó. Sin buscarlo había centrado espíritu, corazón y mente.  Comenzó a sentir dentro de ella como un río de luz que lo invadía.  De pronto comprendió lo que estuvo buscando todos esos años. Entendió el oculto significado. El recóndito mensaje que pretendieron dejar sus autores. En ese momento sucedió algo difícil de concebir de manera racional, porque el sentido último de los símbolos del dibujo,  en conjunción con las palabras  mántricas  escritas en su orilla, explicaban  que ese objeto enmarcado que colgaba en la pared al frente suyo, era UNA PUERTA DIMENSIONAL, que conducía a través del tiempo y el espacio a realidades distintas de la nuestra, del pasado o del futuro. Por lo que la persona que hubiera logrado develar el secreto tendría el poder para fluir a ese Arquetipo de Realidad, llevando consigo, no sólo su cuerpo, sino además su conciencia, sus recuerdos, sus aspiraciones y también todo lo que anhelara o estuviera puesto con él o agarrado a él, en suma la transportación era integral he involucraba la totalidad del sujeto con todas sus circunstancias.
El Doctor, al develar el contenido e incorporarlo a su consciente, se sintió atraído por un fortísimo vórtice hacia la pared del frente.  Era como si un remolino lo chupara sin remedio hacia las profundidades del mar océano.
Inconscientemente intentó aferrarse  a lo que tenía a mano, y se tomó desesperadamente de la obra de Cervantes arrastrándola con él, y al girar y girar sin remedio hacia el Mágico  Mándala se hizo uno con el libro y juntos entraron en una realidad distinta a la anterior. Para los Andantes Aventureros del mítico libro, revividos por el mágico poder del mándala, era un tiempo distinto, otro continente y país que el suyo.
Se encontraron de ese modo tendidos en un verde pasto, en medio de un montecito; el grave y austero Don Quijote, el simple de Sancho y él, un desconocido para sus compañeros. Lo extraordinario de la situación, era que solo el Doctor conocía el cómo y el porqué del viaje dimensional. Los héroes de La Mancha se miraban y observaban al extraño, sin atinar a comprender lo que sucedía, tampoco sabían que decir o hacer, en una  circunstancia tan inusual y rara.
Los personajes que animan esta historia, se hallaban, sin saberlo, en lo que era el Territorio de la Argentina, en tiempos de la Organización Nacional. Los caminos transitados por Caudillos comarcanos, verdaderos señores de sable y lanza, sin más Ley que la propia,  ni más Justicia que la sumaria y contundente que se aplicaba, según fueran las necesidades políticas o militares del momento.
De esta manera, los famosos españoles, ignorantes de la realidad que los ha unido en tan extraña aventura, le preguntan al desconocido si no podía informarles acerca del lugar en que se encontraban y que deberían hacer, puesto que ellos eran presa de una gran confusión.  El Doctor,  a falta de otra cosa mejor que decirles, ya que en realidad no sabía que explicar, les sugiere que tomen los caballos para dirigirse a un caserío que se divisa a cierta distancia, en donde podrían conocer adonde se encontraban, ya que él tampoco lo sabía.
Luego de un corto viaje llegan al lugar,  y allí se informan que se hallan en los territorios vecinos y aledaños al Valle del Conlara, sobre el Camino de La Costa, que bordea la Sierra de los Comechingones, en dirección a la Villa de Merlo. El dueño de la Pulpería, ya que de esto se trataba el poblado de referencia, les advierte que han llegado en mal momento, dado que un Capitán de las huestes de Aldao, al mando de una tropa de milicianos, estaban asolando la región en busca de animales frescos para la tropa. Yerba, ginebra y cuanta provista pudieran conseguir, para el hambreado e irregular ejército que comandaba.  Lo decía porque preocupado por su aspecto, dado que el Quijote era persona de particular continente, el pulpero pensó, que si los Montoneros se encontraban con este singular dúo, uno flaco y enteco y otro gordo y desarreglado, vestidos de una manera que no era usual en esa época y en estas tierras, provistos de escudo y armadura, como en siglos anteriores, serían objeto de burla de esos hombres rudos.  Burlas, que podían pasar a mayores dada la violencia que reinaba en el país, en esos años.
Además el buen hombre les manifestó sus temores, en el sentido que la tropa podía cebarse con sus bienes y personas.  El mismo tenía además de la mercadería con la que abastecía a los Colonos, una sobrina y una empleada que lo ayudaba y sabía que si los Montoneros las veían o sabían de ellas, su destino podía ser incierto.
-No temas buen hombre, le dijo el Quijote, que yo no permitiré que os hagan mal alguno, ni a vos, ni a los tuyos.
-Pero Señor, adujo el Pulpero, que podrás hacer vos y el compañero que os asiste, contra una gente violenta y armada.
-No tengas miedo ni te asustes buen hombre, dijo el bravo Caballero. Que vos no conocéis el poder de mi fuerte brazo. Cuando llegue el momento, si llega, apreciarás el valor de la Andante Caballería, cuyo destino en este mundo, es proteger desgraciados, doncellas y viudas o defender desvalidos de la mano que intente oprimirlos. También matar dragones y ogros. Espantar fantasmas y vestiglos o en suma amparar a quien lo necesite, de manera rápida y justiciera.
A todo esto se sintió un tropel de caballos que llegaban a toda furia. Montados en ellos, estaban unos hombres con aspecto de hacer varios años que no conocían las comodidades del hogar. Barba y cabellera larga, sucia y descuidada.  La vincha roja en la frente, servía para que el flequillo no moleste los ojos y también para denotar su pertenencia al Partido Federal.  La ropa o lo que quedaba de ella, rota y remendada mil veces, y los ojos, con la mirada brutal del guerrero, eran para dar temor al más pintado.
La tropa sofrenó en el  patio del boliche y el Jefe a viva voz increpó a los presentes: soy el Capitán Arévalo y vengo a requisar para el Ejército del General Aldao.
-No lo harás de ninguna manera, le amonestó el Quijote.
-Y quién lo dice?, respondió el Milico.
-Yo lo digo, patán, dijo el Quijote. 
-Te voy a dar putearme viejo cara de chivo, respondió indignado el capitán. Y  diciendo esto desenvainó el sable y gritando agregó: te voy a cortar las pelotas, cojonudo. Al mismo tiempo El Quijote también tiró de su espada diciendo: no ha nacido todavía un villano que pueda amedrentar a un Caballero y menos cortarle su hombría y chocaron sus aceros, saltando chispas por los golpes, tanta fue la violencia del encuentro.
A todo esto, El Director, mudo espectador de este drama, estaba desesperado. Se culpaba de haber dado vida y arrastrado a estos personajes novelescos a una cruda realidad  distinta de la narrada en el eximio libro. De la cual saldrían seguramente lastimados o muertos, y todo porque él se pasó la vida tratando de desentrañar el misterio del mándala. Y ahora estaban todos allí, en un lugar ignoto, entre gente salvaje y mal dispuesta y no podía hacer nada para aliviar la situación de sus compañeros de viaje dimensional.
En eso recordó y claramente, vino en forma de imagen a su mente una frase escrita en la parte superior del mándala. El sentido de la misma, que nunca había logrado desentrañar, le surgió ahora de manera viva a su entendimiento, consiguiendo la comprensión completa y acabada del texto.  Entonces la pronunció, la dijo con toda la convicción de que fue capaz su corazón, y el milagro se produjo. Sancho, El Quijote y él mismo, entraron nuevamente en el vórtice que los trajo y de la misma manera que vinieron, volvieron a la seguridad del despacho del Director. A la misma realidad anterior.  El libro de la viuda sobre el escritorio, con sus personajes adentro del mismo, y el Doctor sentado delante de su café, mirando el pergamino.
En ese momento entraba la secretaria. Traía para la firma algunos documentos de los que se manejan cotidianamente: órdenes de compra, licencias por enfermedad del personal etc., todo esto le pareció en comparación con lo vivido, algo pueril y carente de interés, sin embargo no dijo nada y estampó su rúbrica como si ese acto fuera importante y decisivo para la vida de la Institución.  Total a quien le iba a contar lo sucedido?. Quien le creería. Dirían que la disminución de la vista le habría afectado sus facultades. Mejor dejarlo así, una experiencia única que le servía para constatar lo que siempre había sospechado: que los Universos Paralelos son una realidad,  que hay mundos dentro de otros mundos, y tiempo dentro de otros tiempos. Que la vida sólo sirve para aquilatar conocimientos, que nos permitan comprender que existe una Creación, con dimensiones diferentes con conciencias diversas y muchas otras cosas, que el Director se prometió de allí en más a profundizar, en lo que le quedaba de vida.
Cuando esto ocurría en el confortable despacho de la biblioteca, en la pulpería, los hombres de guerra, quedaron con sus gritos cortados y temblando de miedo ante la desaparición fantasmagórica del extraño Caballero y sus acompañantes. Ya no quisieron requisar nada.  Solo sentían una urgente necesidad de alejarse rápidamente del lugar, porque presentían, aun dentro de su barbarismo, que lo que había ocurrido era algo que iba más allá de su comprensión y de su valor.
 
EN EL MUSEO
               
Nos encontrábamos con la familia pasando unas vacaciones en el Valle de Traslasierra y trabamos amistad con un grupo de turistas, con los que habíamos disputado un campeonato de Blowing.  Alguien sugirió que visitáramos el Museo Rocsen, en Nono. Aunque la mayoría conocíamos ese mágico lugar, donde se encuentra una miscelánea increíble de objetos que hacen a la civilización y la historia humana, nadie se opuso en volver allí, dado que siempre exhiben novedades de interés, para los amantes de la arqueología.
Muy entretenidos nos encontrábamos recorriendo las distintas salas, cuando  una momia indígena nos interesó por su original estado de conservación  y comenzó entre nosotros, teniendo a la misma de testigo, una entretenida charla acerca de los pueblos originales que poblaron esa región y toda la cultura que nos legaron, de la cual en el museo existían muestras de inigualable valor.
En esto, llama mi atención un cráneo atravesado por la punta de una lanza, que descansaba sobre un estante, a pocos metros del grupo que hablaba. Sin decir nada me acerqué al mismo y la leyenda explicativa informaba que se trataba de la cabeza de un soldado romano. Había encontrado la muerte en una batalla. En ella, la lanza de un enemigo se alojó en su interior durante el fragor de la lucha. La punta de metal del arma quedó atrapada por la dureza del hueso. El fuste de la misma, por ser una vara de madera, se perdió.
Mientras reflexionaba acerca de ese vestigio legado por la historia, me sentí transportado por una fuerza desconocida e invencible, a través del tiempo y el espacio, o lo que nosotros entendemos por él, y me encontré en un valle rodeado por una sierra baja, en donde dos facciones dirimían una contienda. De un lado, un grupo de hombres vestidos con pieles de animales, cascos con cuernos y otros adornos temibles, que realzaban su fiera figura, dándoles un aspecto sobrecogedor. Del otro, un pequeño pero ordenado ejército de soldados romanos, al mando de un Centurión, que iban dominando con su mejor preparación y táctica combativa a la orda semisalvaje que le oponía resistencia.
En ese momento un contendiente de gran corpulencia, arroja su lanza sobre un romano, al que le traspasa la cabeza pese a estar protegida con un casco de cuero, dándole una muerte instantánea. Sin poder creer lo que estaba viendo, me siento nuevamente trasladado al museo, por el mismo procedimiento anterior, donde me encuentro parado frente al cráneo, tratando de asimilar lo que ocurrió. Deduje que acababa de experimentar un viaje dimensional, que tuvo lugar por entre los resquicios de una fractura del tiempo, de escasa duración, al lugar donde ocurrieron los acontecimientos.
Lo que más me impactó, fue el tremendo dolor de cabeza que me asaltó y una sensación de muerte, tan real, que el mismo temor que me causó, me hizo salir del aturdimiento que me invadía.
Comprendí que el soldado romano era yo, en otra vida. El porqué me fue permitido observar mi propia muerte y las circunstancias de la misma, es algo que escapa a mi razón, pero supongo que dentro de la economía celeste, tendrá su explicación y su porqué.
Al grupo no le comenté mi experiencia. Tuve miedo de la burla. Pero en mi consciencia comenzaron a abrirse paso, preguntas, que antes no sé si me hubiera hecho: existen vidas después de la vida… el espiral del tiempo, está sellado… cuál es su relación con el espacio…?
Me quedé ensimismado delante de la calavera. Mis amigos me sacaron de ese estado, al convocarme con ellos, para mostrarme un diente de narval. Este llamado me hizo retornar a lo presente y cotidiano de la existencia, pero quedó flotando en mi mente, la idea de que la realidad está compuesta de muchas realidades y en ese momento y lugar, me hice el compromiso de intentar penetrar esos mundos maravillosos, con la convicción de que su conocimiento completaría mi humanidad, al tiempo que recordaba ese concepto tan sabio como olvidado, “no solo de pan vive el hombre…”
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
LA ESTACION
                   
 
El horario de salida era a las 24 horas, del Tren que venía del Norte, hacía parada en Ceres, Santa Fe, y continuaba rumbo al puerto de Rosario, transportando materias primas destinadas a la industria;  y personas. Casi todas en viaje rumbo a alguna ciudad, donde conseguir un mejor medio de vida, con el que intentarían escaparle a la pobreza y a la falta de oportunidades, de esa lejana comarca de la que salieron, con la promesa a sus familiares, de que cuando estuvieran instalados  y con trabajo, mandarían por ellos.
El largo convoy llegaba con tres horas de retraso, por lo que con el amigo que fui a despedir, nos dispusimos a esperar, tomando algo en la confitería de la Terminal, escapando del intenso frío del mes de julio, al amparo de un café caliente, para continuar la nostálgica conversación que veníamos manteniendo. La charla desmenuzaba recuerdos vividos en otras épocas y circunstancias, cuando jugábamos junto a otros niños. Todos éramos hijos de los empleados del establecimiento rural, propiedad de los padres de mi acompañante, en donde mi familia también trabajada y en consecuencia yo había nacido y  sido criado, dentro de sus límites. Este perímetro, en mi niñez lo valoraba como inmenso, dado que prácticamente constituía todo mi universo. La situación  era compartida por toda la banda, que no conocía otra frontera que la demarcada por el alambre perimetral.
Ese mundo se fue ensanchando con el tiempo por obra y gracia de la escuela, que nos hizo conocer otras realidades.  Aunque esa primera, la de la infancia, jamás fue olvidada ni superada en nuestro corazón por ninguna otra, ya que suele formar parte de la esencia íntima de cada ser, forjadora de personalidades y en buena parte del futuro de cualquier hombre. Conformada entre otras cosas, por los cuidados de los padres, las fantasías que nos acechan en los orígenes de la vida, los primeros y fundamentales afectos, alegrías y penas que nacen o se trenzan en los juegos y camorras y todo el infinito acontecer de circunstancias, que van alimentando el espíritu, en los primordiales años.
En esos días me encontraba en mi antiguo vecindario. Hacía muchos meses  había iniciado un viaje, que me llevó por el interior del país, en un intento por olvidar una mujer que me pagó mal, volviendo mi vida miserable. Recorrí kilómetros y kilómetros sin ningún otro propósito, que el de calmar el encrespado mar de mis sentimientos.  La vivencia que me proporcionó toda la geografía caminada y las experiencias que  me aportaron los varios trabajos y oficios que desempeñé para vivir el mientrastanto, fue aquietando el torbellino de mis emociones.
Casi sin darme cuenta, terminé recalando en el pueblo de mi infancia, en donde por supuesto me contacté con Cacho.  Quien más que el hijo del patrón, era el compañero preferido de todas las aventuras que poblaban los recuerdos de los años maravillosos. Tiempos, en donde la única obligación que teníamos era el de ser felices, como si el destino previsor, nos hubiera hecho acumular gratificaciones, para compensar los seguros sinsabores  que nos depara la adultez.
Allí me enteré con detalle, del rosario de adversidades que le tocó vivir a mi amigo. Primero fue la muerte de su padre. Luego una larga enfermedad que en principio postró y luego llevó a su madre al descanso eterno. Con posterioridad seducido por un cuñado, con la posibilidad de la obtención de enormes ganancias, entraron en el negocio financiero.  Al principio les hizo obtener beneficios. Cuando vino la crisis y el derrumbe de una antigua institución bancaria, se llevó puestos todos sus depósitos, en donde estaban a resguardo el capital que poseían y los intereses que devengaron las operaciones. A partir de allí la caída fue inexorable. No solo por la pérdida monetaria, sino porque algo se había quebrado en su interior y sus facultades intelectivas y de raciocinio sufrieron una mengua, que no le permitieron enderezar el rumbo perdido.
Lo demás vino solo. Malos negocios, malas juntas, que siempre aparecen sobre todo en las épocas de baja performance.  El divorcio con Ana que le costó parte de sus bienes y la cuota de manutención familiar, hicieron el resto. La única solución que avizoró, aunque no necesariamente la mejor, fue la de vender el establecimiento que perteneció desde siempre a sus mayores.
De allí separó una serie de objetos que le eran muy preciados y con los cuales vestiría y adornaría su nuevo hogar.  Una casa que compró en la ciudad de Rosario, desde el cual pensaba rehacer su vida, y en donde quería tener cosas familiares que le recordaran su origen y le acompañaran con su ancestral presencia, en ese destierro, al que marchaba golpeado, pero todavía con la esperanza de edificar un futuro, que volviera a gloriar el apellido que portaba. Por un extraño mecanismo psicológico pensó en no separarse de la carga que quería transportar, de allí que decidió viajar con ella en el mismo tren, como si su compañía  constituyera una protección para la misma.
En el bar, terminé de contarle la historia de mi desamor, del que le había hecho vagas referencias, dado los problemas que le acuciaban resolver, antes de partir, para ocuparse de su nueva existencia  y su nuevo domicilio.
Cuando comencé a hablar, la primera imagen que me golpeó, fue el rostro de esa novia que no pudo ser. Muchos y varios fueron los motivos del desencuentro; el principal de ellos se debió a su familia, que no podía digerir que una chica hermosa y rica como ella, se hubiera fijado en un laburante como yo, encima propietario de ideas, que francamente poco tenían que ver con la ideología y prosapia de su linaje.
Luego vino el largo viaje que emprendí tratando de asimilar la crueldad humana y la fragilidad de los sentimientos, que al más leve embate huyen en retirada, en busca de una situación menos comprometida o más cómoda por la que transitar. Todo ello en nombre de la unidad familiar o cualquier otra excusa elegante, con la que disfrazar un acto cobarde, cual es renegar del amor por una conveniencia o alguna imposición.  Esto puso en evidencia, que en realidad nunca existió entrega de su parte, sino un devaneo pueril, con el que darle emoción a una vida sin demasiadas sorpresas.
Cuando el mozo nos sirvió un segundo café, me quedo contemplando el humo que sale de la taza. En sus volutas encuentro un parangón, entre esas hélices de vapor y la relación que me unió con Patricia.  El amor que me prometió fue volátil e inasible como la fumarada que desprendía la infusión, que no toqué, para evitar cualquier contacto con la que supe amar, aunque fuera mental, ya que mi fantasía intentaba resarcirme con este rechazo, del dolor y la humillación que me produjo su abandono.  
Lo último que me alcanzó a confidenciar mi amigo, antes de la llegada del ferrocarril, es que en los días finales que pasó en la Estancia antes de entregarla al comprador, un curandero y vidente del lugar le había advertido que no hiciera viajes largos.  El sanador, que lo conocía de toda la vida, temía  que le ocurriera un serio accidente, y quiso prevenirlo. Esto no hizo mella en mi amigo, por ser de naturaleza incrédula y escéptico de los dones y poderes de estos milagreros de origen popular.
 Cuando al día siguiente en el noticiero, leyeron la lista de fallecidos, que se produjeron en el descarrilamiento de la noche anterior, del tren que se dirigía a Rosario, en donde lamentablemente aparecía el nombre del descreído, en los primeros lugares; recién comencé a comprender, toda la fuerza que ejerce el destino sobre nosotros, y la sabiduría y clarividencia que poseen algunas personas, a las que no valoramos lo suficiente, por creer que habitan en un mundo fantástico, sin conexión con el nuestro, al que pensamos  construido sobre bases de lógica y razón.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL VIAJE
 
Encendí el automóvil y salí carreteando despacio hacia la ruta. Era la madrugada, mi hora preferida para iniciar un viaje. Arriba en el alto cielo aún titilaban algunas estrellas rezagadas y la luna se tornaba menos evidente, ante el avance arrollador de la luz, que poco a poco ganaba la batalla a los seres que presiden la nocturnidad, dispersándolos hasta la próxima penumbra, con la alegría de un nuevo amanecer.
         Me dirigía hacia el norte de la Provincia. Debía realizar unos trámites en Villa de María del Río Seco por lo que partí temprano, con la intención de desocuparme lo más pronto posible, para volver a visitar el Museo Leopoldo Lugones, instalado donde fuera su casa natal. Fue construida, en esa comarca fronteriza con la vecina hermana de Santiago del Estero, donde descansó de sus fatigas, El Adelantado Don Jerónimo Luis de Cabrera, que pasó por allí en el viaje fundacional, que lo inscribió para siempre en los anales de la historia.
El Virrey del Perú le había encomendado fundar en el Valle de Salta, un pueblo de Españoles, para que los que bajen desde el Virreynato, lo hagan sin riesgo o peligro. Hasta ahora (no se ha podido saber), porqué Cabrera, siguiendo el consejo de Francisco de Aguirre, Gobernador del Tucumán, cambia el rumbo, cruza todo Santiago y se dirige al Sur, donde lo esperaban para la posteridad, las barrancas del Suquía, que servirían de autóctono escenario, al histórico acto, que dio nacimiento a la Córdoba de la Nueva Andalucía.
         Posteriormente en virtud de la planificación que hiciera el Marqués de Sobremonte, el paraje, devino de Posta, en un asentamiento al que denominó Río Seco, lugar que supo usarse para confinar prisioneros de guerra, como algunos Españoles caídos en las luchas por la Independencia o Soldados Británicos capturados durante las Invasiones Inglesas.
Pero dos hechos históricos, amén de ser la cuna del poeta, son los que le dan un perfil especial. Uno está referido a la muerte y decapitación que sufre El Supremo Entrerriano, Pancho Ramírez, cuando es asesinado de un balazo, al intentar salvar su compañera La Delfina, presa de las tropas de Estanislao López. El suceso ocurrió luego de la batalla de Chañar Viejo, donde la mujer peleó como un soldado más, ya que amén de experta amazona, era habilidosa en la contienda, teniendo por costumbre el vestir uniforme militar con chaqueta roja, en cuyas charreteras ostentaba el grado de Coronel. Quiso la fortuna que pudiera huir en las ancas del caballo de Anacleto Medina, suerte que no compartió El Caudillo, cuya cabeza luego de ser separada del tronco, fue expuesta para escarnio en la plaza, durante varios días, antes de ser enviada al Gobernador de Santa Fe, quien la puso en una jaula a la vista del pueblo.
El otro tiene que ver con la veneración del pueblo de La Villa, hacia una imagen de la Virgen del Rosario, existente en la Capilla que se encuentra en la cima del Cerro Romero, que fue robada por los indios Abipones provenientes del Chaco, en una de sus incursiones. Esto motivó que los vecinos, indignados por el sacrílego hecho, se levantaran en armas, organizando una expedición punitiva con el fin de recuperar La Cautiva. Luego de un durísimo enfrentamiento en las Tolderías Indias, logran su cometido y la devuelven a su sitio original siendo conocida desde entonces como La Cautivita, nombre con el que Lugones la incorporó al acervo de la cultura, en uno de sus memorables escritos.
Al tiempo que, devorando kilómetros, con el vehículo rodando hacia su destino, recordaba estos sucesos, pensaba cuan rica es nuestra historia, y cuantos acontecimientos de fábula están inscriptos en sus hojas. 
Habiendo pasado San José de la Dormida, me ocurrió algo tan extraño como inexplicable. Sin mediar causa alguna, mis sentidos sufrieron una alteración. Primero me invadió una especie de ensueño y comencé a manejar automáticamente, sin tener una clara situación ni del lugar en donde me encontraba, ni del dominio que habitualmente ejercemos sobre el auto que comandamos. Al siguiente momento observé con asombro y algún temor, que en vez de circular por la Ruta nº 9, rumbo a Río Seco, lo hacía en la Ruta que une Río Cuarto con Achiras, pasando en ese momento por el frente de La Barranquita, antigua colonia de Rusos establecidos allí desde muchos años atrás.
 Me di cuenta que no controlaba ni el móvil ni los acontecimientos que estaban sucediendo, sin embargo en vez de aumentar el recelo que inicialmente tuve, este comenzaba a ceder y se abría paso en mi mundo emocional otra sensación, que en vez de miedo, era de expectación por lo que ocurría, aunque el hecho fuera tan extraordinario que si no me estaría sucediendo a mí, me costaría aceptarlo.
         Así las cosas, transitaba por ese túnel del tiempo por decirlo de alguna manera, y me encontré al pié de unos cerros que están unos kilómetros más adelante a la derecha del camino. Esta mole de cuarzo, cercana a la ruta, forma parte de un establecimiento rural del lugar, y tiene un carisma singular, si es que así se pueden describir estas sierras de legendaria belleza. Se encontraban nimbadas de un reflejo que les daban una apariencia mágica, como si allí estuviera la sede de un emplazamiento arcano y misterioso.
Miraba perplejo el lugar, al que conocía de años atrás, cuando vi con estos ojos que en una oquedad de la montaña, un grupo de cinco Seres de místico continente. Se podía apreciar que estaban ungidos de poder y dignidad, entre los cuales uno se destacaba no solo por su porte, sino porque de él emanaba una autoridad evidente. Estas Entidades, rodearon a un hombre, el que, luego de hacer una genuflexión en señal de respeto, se arrodilla y extendiendo las manos recibe del Superior, un objeto con las características de un Bastón de Mando o un Cetro de Poder.
         Me costaba aceptar lo que estaba contemplando. Comencé a pellizcarme, y dándome palmadas en la cara, trataba de despertar. Pensaba que dormido vivía una situación fantástica, sin embargo la misma se desarrollaba en mi presencia, sin que aparentemente los Seres lo advirtieran.
Una vez que el hombre recibió el Bastón, hizo una reverencia, demostrando obediencia y gratitud a los cinco formados en semicírculo delante suyo, y dándose vuelta hacia la dirección en que me encontraba traspasó el Cetro a su mano izquierda y levantando la derecha bendijo con la señal de la Cruz. 
Al hacerlo, sentí que una poderosa energía invadía todo mi ser y un sentimiento de profunda religiosidad como nunca pensé que poseía me embargó, a tal punto que tuve la sensación que no solo yo, sino que todo a mi alrededor emanaba un destello de pura luz, que elevaba la comprensión de mi conciencia a un grado desconocido por mí, al tiempo que instauraba una fuerza de recóndito poder sobre ese lugar, que no me cupo duda era muy especial, posiblemente un centro  desde donde se manipulan fuerzas y destinos, que escapan al conocimiento común de las personas.
         De repente y sin solución de continuidad, me encontré nuevamente, conduciendo mi vehículo por la Ruta nº 9, en los aledaños de La Dormida. Comencé a bajar la velocidad y guiando el auto hacia la banquina apagué el motor y me quedé muy quieto tratando de serenar el ánimo, conturbado por la impresionante experiencia pasada.
No pude menos que analizar lo que me había sucedido y llegué a la conclusión que por algún motivo que desconozco, fui elegido para ser testigo de una Ceremonia Iniciática, que elevó de rango y le confirió determinada autoridad a alguien, seguramente para algún fin que se me escapa, pero no por ello menos real. Asimismo cavilé que ciertamente no era el único que tuve el honor de presenciar la ceremonia. Posiblemente en otros niveles de vibración, otras humanidades, que habitan espacios o mundos paralelos, también lo habrían visto. Quizá fuimos elegidos para ser testigos de que existen realidades diferentes de las que conocemos. Poderes y energías que actúan simultáneamente a lo que percibimos en este estado de conciencia y que tienen su razón de ser y estar y de que hay un universo todavía inexplorado en nuestro interior, que pugna por manifestarse.
         Arranqué nuevamente el automóvil y al llegar a Villa de María del Rio Seco, en vez de dirigirme a la Municipalidad para realizar el trámite motivo del viaje, me fui directamente a la cima del Cerro Romero, en donde se encuentra la Capilla de Piedra que alberga a la Virgen Cautiva. Una inmensa paz me rodeó cuando caminando hacia la Sagrada Imagen, comprendí que la elevación del alma y del mundo espiritual nos convoca a refugiarnos a la vera de los grandes Seres que custodian la humanidad, tratando de penetrar su sabiduría o lograr su favor y protección. Seguramente por eso, los vecinos pobladores de la Villa, no pudieron soportar el ultraje y el robo de la venerada Madre, a cuya sombra vivían y en cuya fortaleza descansaban, y fueron a su rescate, pese a la inferioridad numérica que existía entre ellos y la tribu invasora, imbuidos del valor que nos inviste, la noción de lo Sagrado en nuestras vidas.
 
 
                                                              
INDICE
 
Pág.5…………EL QUIJOTE EN ARGENTINA
Pág.25………  EL MUSEO
Pág 33 ……….LA ESTACIÓN
Pág. 47……… EL VIAJE
 
 
Página 1 / 1
Foto del autor daniel guido feraris
Textos Publicados: 5
Miembro desde: Jul 29, 2013
0 Comentarios 453 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Son cuentos, por lo general, cargados de misterio y suspenso que atrapan al lector

Palabras Clave: cuentos-misterio -suspenso-

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



Comentarios (0)add comment
menos espacio | mas espacio

Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.

busy