SOBRE CRMENES, CHAMANES Y OTRAS HISTORIAS
Publicado en Jul 29, 2013
SOBRE CRÍMENES, CHAMANES Y OTRAS HISTORIAS DANIEL GUIDO FERRARIS COPYRIGHT 2013 ISBN 978-1-304-23502-2 CACERÍA Aprovecho los últimos días de calor que ofrece el otoño de Córdoba. Me encuentro sentado en el patio de la casa y el sol me acaricia sin herir la piel. Se han serenado mis sentidos por la armonía de la hora y el degradé de la estación, que ofrece los colores suavizados del pasto y las hojas de los árboles. Dejo pasar el tiempo tomando mate. Como de costumbre el perro está a mi alrededor. Se entretiene husmeando algún aroma solo detectado por su poderoso olfato y mirando atentamente en todas direcciones, con la vigilante solicitud conque les dotó natura, como si de ella dependiera nuestro bienestar. Cada tanto se llega hasta mis piernas reclamando su cuota de cariño, del que aparentemente jamás está saciado, a tal punto, que si no le hago una caricia, me obliga con el hocico a que le preste la atención que necesita. La tarde se ha instalado, tomando la ciudad que la recibe, con las ansias propias del descanso. Es la hora en que la gente termina su quehacer y se encamina al hogar o al encuentro de sus afectos. Al declinar los rayos del astro mayor, un claro oscuro se va formando en el ramaje de la planta, que da sombra y cobijo en el lugar. Una paloma se posa, buscando refugio para su descanso nocturno, asentándose en un gajo. Algo curioso sucedió. Un urgente impulso primitivo, digno de épocas ya superadas de la barbarie humana, y olvidadas por su memoria, pero indudablemente vivas en la sub conciencia de la raza, me transportó. Me levanté con la intención de atrapar el ave que intentaba dormir, la cabeza metida bajo el ala y muy quieta. Al mismo tiempo el can también decidió ir por la presa. Fue un momento tenso, yo lo miré desafiante y autoritario, queriendo de esa manera validar mi superioridad. Sin acobardarse, él dejó escapar un gruñido amenazante, con el que pretendía sostener su derecho de atraparla. El conflicto era tan viejo como el mundo, los ancestros y la memoria cazadora habían reclamado su existencia, borrando de un solo golpe toda la cultura civilizadora que habíamos transitado como razas compañeras en la evolución planetaria. A tal punto, que olvidando el lazo que nos unía, estábamos dispuestos a disputar por el animal, como seguramente lo habíamos hecho, en otras eras remotas de la historia, y por lo visto, grabadas en la memoria genética de ambos. Un destello de comprensión vino a mi mente y tomando un juguete que había sobre la mesa, se lo arrojé a la paloma que huyó ante el ataque. La fuga del disputado botín nos devolvió la paz, por lo que me senté nuevamente y tomando una galleta se la ofrecí a mi perro, que la recibió moviendo la cola, dando por terminado el incidente. Lo miré largamente a los ojos, descubriendo en ellos solo amor, el mismo que yo sentía por él. Menos mal que pudimos salir de esa encrucijada sin daño para nuestra relación. Solo que, pensé para mis adentros, cuan poderosa es la sombra de los tiempos…! Han pasado milenios, y aún vive en lo profundo de nuestro ser, el espíritu cazador, recreando esos primeros y prehistóricos pasos, que dimos en aquellos lejanos albores de la civilización, donde la vida pugnaba por afirmarse, tratando por todos los medios de conseguir, guarida y alimento para los suyos, siguiendo sin saberlo, el plan evolutivo del planeta. CONVERSACIÓN Caminaba despacio por las conocidas calles tan estrechas como antiguas, de esta ciudad, a las que el progreso no logró quitar su tinte colonial. Lloviznaba, sin embargo el paseo era agradable; muchos pensamientos ocupaban mi mente en esas horas, a los que la tarde perezosa, contribuía a energizar, dado que se basaban en la melancolía del que regresa a su lugar después de mucho andar por los caminos del mundo. Mis ojos se posaron en la fachada de una elegante confitería de antaño, que no había perdido su encanto, según pude percibir, dado que se la veía tan concurrida como siempre, por lo que no pude resistir la tentación y entré a tomar un cortado y recordar otros días y otras horas en que sentados en su salón, tratábamos de entender el mundo, con los amigos de entonces. Mientras revolvía la infusión, que se hallaba dentro de la tradicional taza blanca de losa inglesa, con el monograma en azul, distintivo de la firma, me percaté de los muchos años que estuve ausente de ese sitio, pero no pude continuar mi remembranza, porque de la mesa de al lado me llegó claramente el sonido de una voz masculina atragantada de rabia y dolor, que se dirigía a una mujer de mediana edad, sentada en su mesa: -La excusa que estás esgrimiendo amén de engañosa, me demuestra toda la alevosía de tu traición. Me estás haciendo cargo de que tu infidelidad la ha provocado mi supuesta actitud de desinterés hacia la vida. Desde ya que es una acusación imprecisa y vaga, que demuestra toda la perfidia de tu accionar. Como no puedes argumentar una justificación válida de tu conducta, ya que la felonía no tiene atenuantes en ninguna regulación moral ni jurisprudencia del mundo, das vuelta el razonamiento y en vez de víctima paso a ser el causante de tu miseria. -Yo no lo veo de esa manera Armando, vos no te das cuenta, pero la abulia impregna toda tu existencia. A tu vida siempre le faltó esa nota de color que debe matizar las relaciones humanas, sobre todo las referidas al amor y la pasión. A tu lado da lo mismo asistir a un estreno importante que comerse un pancho con mayonesa, por ejemplificarte de alguna manera, el camino gris, que hace años camino con tu persona, pero que ya no estoy dispuesta a transitar, para no morir de angustia o aburrimiento.. -Ni falta que hará amor, cuando fuiste al baño, puse en tu vaso un potente veneno que ya bebiste y que te llevará junto a Paolo y Francesca, almas condenadas por lujuria, hasta el Segundo Círculo del Infierno de Dante y a mí a recordarte por siempre, desde la sombra de la cárcel. EL CRONISTA En la instantánea se veía con total nitidez el rostro, la garganta y parte del cuerpo de un hombre degollado. La herida en el cuello era impresionante, seguramente hecha con un cuchillo de gran porte, a juzgar por el enorme canal sanguinolento que dejó en la víctima, pero lo que más impactó al periodista fue la expresión que quedó plasmada en la cara del muerto, mezcla de asombro y miedo, como si a último momento se hubiera dado cuenta de que sería asesinado y el temor del salto a lo desconocido, quedó impresa en sus velados ojos. La carta estaba dirigida a Federico Muller, o sea a él, encargado de la Sección Policiales, de uno de los Diarios más importantes de la ciudad. En ella el asesino le informaba que esta carnicería era la primera de la serie, que luego vendrían otras y que lo había elegido como divulgador de su “obra” porque le gustaba el estilo con que relataba los acontecimientos más cruentos, ya que los presentaba como lo que eran, truculentos, pero de amable y de alguna manera enjundiosa lectura, muy importante para un aficionado a la cultura y los buenos modales como era su caso, que despreciaba los periodistas que describían los hechos de manera morbosa, zafia o exagerada, con el fin de atraer la atención del lector. A vuelta de página le solicitaba que no hiciera acuerdos con la Policía, en el sentido de pretender ocultar y en consecuencia evitar la publicación, por indicación de la autoridad, de los acontecimientos que irían ocurriendo y que él se encargaría de hacerle llegar. Esa actitud, tan propia de los investigadores, que intentan desinformar a la población con la excusa de no propagar el miedo, la consideraba agresiva e insultante, y de ocurrir, vería de castigarlo. Lo conminaba a pensar, que su obligación profesional, como periodista, era consignar fielmente lo que ocurre y no tratar de tapar o distorsionar las noticias. Por otra parte señalaba en su misiva, había una pauta cultural en el país, que él consideraba errónea; más que eso, equivocada. Se refería a la posición ideológica de quienes nos gobiernan, tratando de explicar sociológicamente el delito, ya sea politizando el hecho o sosteniendo que las causas del mismo obedecen a cuestiones de índole colectivo, sin señalar como se hace en otros países claramente al delincuente y las conductas por las que se lo castiga. Aquí incluso se les permite taparse la cara para que la sociedad no los reconozca y existe un clima de labilidad, comprensión y perdón por parte de la Justicia, inadmisible en quienes tienen la responsabilidad de aplicar castigos y penas: a los que desordenan la moral, la vida o la paz de los ciudadanos, con sus actos antisociales. Esta actitud lenitiva de los Jueces, privaba al asesino de personalidad y propósitos, adjudicando su labor a alguna causa, incluso desconocida para el propio infractor. Todo ello inducía al concepto de que el malo en realidad no lo era, sino que se movía víctima de sus circunstancias y que el Estado debía redimirlo en la prisión, educándolo y fomentando mejores valores en su persona. Pues bien, él rechazaba enfáticamente dicha filosofía y sostenía que el mal era el mal. Así de simple y de sencillo, y que sus adeptos no querían ni tenían ansias de redención, porque de hecho pretendían no caer en manos de la Ley, aunque esta fuere benigna. Por todo ello y para demostrar su tesis, iría cometiendo asesinatos, sin tener más motivo que la satisfacción que le producía, tener el poder de sesgar una vida. Vida que solo le pertenecía a Dios según algunos, pero que de todas maneras él tomaría, como si fuese una divinidad y por el solo placer de hacerlo. Advertía también que para él, Satán, había retornado a la tierra, por la totalidad de sus fueros, lo que signaba a esta época con el halo del peligro y en consecuencia sus habitantes soportarían situaciones como esta, por el solo hecho de haber nacido en este tiempo y lugar. Terminaba la misiva saludándolo y prometiendo una pronta comunicación entre ambos. Federico Muller no cabía en sí del asombro y la sensación de desprotección que le causó la lectura de semejante libelo. En todos sus años como periodista especializado en policiales, había conocido un criminal tan bizarro como este. No solo carecía de los más elementales escrúpulos, sino que tenía la desfachatez de sostener su posición, a través de una construcción pseudo filosófica, con la que pretendía iluminar la audiencia del diario y glorificar su futuro accionar delincuencial, ya que según lo que se podía inferir de su teoría, el mal no podía dejar de serlo y allí estaba él para demostrarlo. Por otro lado, asomó a su comprensión la certidumbre, de cuan indefenso estaba ante semejante personaje. Cualquier cosa que escribiera o acto que realizara y que disgustara al degollador, lo ponía en peligro inminente, ya que de admirarlo como periodista, podía pasar a detestarlo en un santiamén y por ende aplicarle – como le dijo al principio – un castigo, que a juzgar por lo que vio en la foto, preferiría no recibir. Pese a tener el estómago revuelto, pidió otro café y con mano temblorosa marcó el número privado del comisario jefe de homicidios, funcionario al que con el paso de los años fue apreciando y respetando cada vez más, por tratarse de un servidor comprometido con su carrera, con la ciudad y la gente. Mientras sonaba el celular prendió el cigarrillo que tenía en los labios, y escuchó la voz que decía: hable…? -Contreras? -Si -Habla Muller, Comisario. -Dígame Muller. -Acabo de recibir una carta y una fotografía, en donde está retratada una persona víctima de un homicidio. Necesito hablar con usted y poner en conocimiento del hecho a la Institución, y según el asesino, a la población en general a través de mi columna. -Tranquilo Muller, en un momento salgo para el Diario, espéreme así hablamos. -De acuerdo. Mientras esperaba al policía, puso en conocimiento del director del Diario lo que estaba ocurriendo. Este le contestó que a primera hora, haría una cita para reunirse ambos con el dueño, así Muller los pondría al tanto no solo de la situación, sino también de lo hablado con Contreras esa noche. Luego de repetirle, que él se encargaba de avisar al propietario, le deseó buenas noches y colgó. Una empleada le anunció la llegada del Jefe de Homicidios. Llegó acompañado de dos Oficiales de alta graduación a los que Muller conocía. Pasen por favor y siéntense, dijo señalando sillas que había en la redacción. Una vez acomodados, le alargó la foto y la carta a Contreras, quien a medida que iba mirando la fotografía y leyendo las hojas, las pasaba a sus subordinados. Pronto todos eran sabedores del hecho y del contenido del mensaje. Un silencio expectante había en la oficina, que fue roto por uno de los Oficiales, quien exclamó, que bárbaro no? -Realmente, creo que estamos en presencia de un psicópata en su fase tormentosa, de cualquier manera realizaremos consultas con los Forenses, afortunadamente tenemos material escrito que servirá para el diagnóstico, dijo Contreras. -Mire Jefe, yo tengo una gran inquietud, apuntó Muller. Creo que mi posición es muy inestable por la perspectiva de semejante individuo, si no hago lo que me pide o él interpreta que no es suficiente, corro un enorme peligro, no le parece? -Efectivamente, no me quiero adelantar ya que esto lo consensuaremos con los Forenses, con usted y con la gente del Diario, pero creo que no debemos permitirle avanzar en sus planes, no solo porque va a seguir matando, sino porque tarde o temprano se volverá contra alguien que considere desleal. Ya sea usted, un policía o un juez, o cualquiera que él entienda que interrumpe sus planes o los desaprueba. -Que sugiere entonces Comisario? -Pienso que el Diario debe informar este hecho para ir ganado tiempo, pero mañana por la tarde sugiero una reunión en mi despacho, para tomar determinaciones futuras. -Concurriré con el Director. -Correcto, estarán también los Forenses. Dicho esto todos se levantaron, los Policías para retirarse y Muller para escribir la columna del día siguiente. El privado del titular del Diario, era un enorme despacho con secretaría y salas de espera. Los muebles, que habían pertenecido al fundador, su abuelo por parte de padre, sobre todo el escritorio tipo ministro, unos sillones chesterfierld y las bibliotecas repletas de antiguos y bellísimos libros, daban cierto aire de majestad al lugar. Lo completaban un reloj de pié, dos estatuas y varios cuadros, dignos del lugar. Cuando llegó, ya estaba conversando con el Director y ambos se levantaron para saludarlo. -Buenos días, Muller, dijo el propietario, mientras le alargaba afablemente la mano. - Buenos días, señor, gusto de verlo. -Hola Muller, dijo el Director -Como le va? -El dueño tomó la palabra diciendo: por lo que ha llegado a mi conocimiento se trata de un asunto delicado, Muller. Como lo ve? -Complicado señor, dado que creo que estamos al frente de una persona de peligro. Ya terminé la columna para que la publiquen, pero la Policía quiere una reunión esta tarde conmigo y alguno de ustedes, para organizar la estrategia futura. Ellos piensan que no debemos darle el gusto de dar a conocer sus crímenes, porque traería más muertes y posiblemente, mucho más espectaculares. Además podría volverse incluso en nuestra contra, creen que se trata de un enfermo de cuidado. -Coincido absolutamente. Usted Muller irá a la reunión con el Director para elaborar la estrategia. De nuestra parte, cuenta con todo el apoyo de la empresa. No lo dejaremos solo en esto. -Gracias Señor, no esperaba menos. Cuando Muller y el Director llegaron, en la oficina del Jefe había una animada conversación, entre el Forense y un Oficial, en donde analizaban la personalidad del asesino. Contreras hizo las presentaciones y pasaron a ocuparse del análisis de la situación y las medidas que implementarían. Comenzó el Forense, explicando que ciertos rasgos psicopatológicos podían inferirse de la actuación y el escrito del criminal. En primer lugar, resultaba evidente que el degollador se manejaba por sus propios códigos. Los de la sociedad, lo tenían sin cuidado. Segundo, su intención era manipular a la ciudadanía a través de un medio escrito, al que iría enviando material para que esta se informe, no solo de sus sangrientos hechos, sino de la filosofía sobre la cual asentaba su accionar. Con lo cual, por un lado, atemorizaba a la población con sus macabras apariciones, y por otro, buscaba atormentarla moralmente, al pretender instalar en el colectivo su curiosa concepción del mal. Por último, en el colmo de su enferma soberbia, intentaba seducir intelectualmente a los lectores, eligiendo un columnista de nivel, como era el caso de Muller. Puso de relieve, la desmesura que manifestó con su modo de obrar, el delincuente. No solo mató a la víctima, sino que le abrió un enorme canal en el cuello con un cuchillo, seguramente para que la visión del crimen fuese más cruenta, que si lo hubiera cometido con un puntazo en el corazón o pegándole un tiro por ejemplo. Por todo ello concluía que a su entender, se estaba en presencia de un psicópata de la peor especie, dado que son sujetos que comprenden su accionar, pero no se colocan en el lugar del otro. Al no importarles su dolor, carecen de empatía social y para no sentir culpa, cosifican a sus víctimas, para poder destruirlas sin remordimientos. -Alguna sugerencia específica, Doctor…? -Obrar con mucho cuidado, los psicópatas son muy peligrosos. Y no creerles nada, ya que son mentirosos, pero hablan con extremada convicción o actúan escenificando la mentira y la mantienen a toda costa, en este caso peor ya que se encuentra en una fase muy destructiva. -Si todos estamos de acuerdo, podemos usar una trampa para aprenderlo. -Como sería eso Contreras, preguntó el Director? -Muller debería escribir en su columna críticas hacia el asesino y su esperanza de que lo prendan lo más rápido posible. Además advertir a la población que no volverá a informar de los crímenes protagonizados por el delincuente, ya que cree que se trata de un loco suelto, y cosas así. -Eso lo pondría furioso, se alarmó Muller…! -Precisamente, es lo que necesitamos, que se indigne y trate de atacarlo. Lo estaríamos esperando y lo agarraríamos cuando intente su venganza. -No está mal pensado, dijo el Forense, estas personas tienen poco humor y muchas actitudes vengativas, seguro que intentará provocarle algún daño. -Ustedes la ven fácil porque no les toca como a mí, se quejó el periodista. -Mire Muller, comprendo el mal momento por el que pasa, pero si no lo agarramos, tarde o temprano usted puede ser una de sus víctimas. -Ya lo sé Comisario, uno se queja, pero créame que entiendo su razonamiento. Y como harían para protegerme? -Extremaríamos todas las medidas de seguridad durante las horas laborables. El asesino no debe pensar que usted dejó de trabajar y que le intenta tender una celada. Al mismo tiempo, dentro de su departamento pondríamos gente nuestra, ya que posiblemente intente entrar en él para vengarse. -Dirigiéndose al Director, el Comisario preguntó: que opina Señor? -En principio no le veo otra salida, que dice Muller? -Yo tampoco Señor, usted que opina Doctor…? -El Forense que estaba callado escuchando atentamente, respondió meneando la cabeza: creo que es lo más acertado para hacer, lo único que aconsejo es extremar las precauciones, como dije antes. Este individuo amén de chiflado, no es tonto, la trampa debe ser bien orquestada para que no sospeche. -De acuerdo entonces, dijo el Jefe, a partir de este momento usted Muller será vigilado las veinticuatro horas del día. Mientras esté trabajando, dos de mis hombres se introducirán sin ser vistos en su departamento y se quedarán a vivir en él, no saldrán del mismo hasta que esto acabe. Les proveeremos de todo lo necesario por medio de algún vecino, para nadie los note o se aperciba de ellos. Al mismo tiempo pondremos vehículos policiales sin identificación rodeando la manzana y su personal estará atento y conectados por medio de la radio, no solo con los policías de su casa, sino con la central y conmigo. En algún momento el degollador irá por usted y será nuestro. Alguna pregunta? -Comienzo en la columna de mañana a denostarlo? -Así es. Pero desde ahora estará vigilado, por las dudas. Déjeme su llave así le hacemos duplicados y de acá a un rato ingresarán de a uno mis hombres. Al portero le daremos unos días de vacaciones y pondremos policías, nada quedará sin nuestro control. - Gracias Contreras, de usted depende mi seguridad. -Haremos lo humanamente posible y lo imposible también. Cinco días después de los hechos relatados, Federico Muller regresaba a su departamento. Era más de la medianoche, dado que sus ocupaciones en el Diario le exigían ese horario. Al entrar se dirigió a la cocina ya que sabía que los policías apostados en su casa, se entretenían en ese lugar, en donde también estaba instalado el equipo de comunicaciones. -Hola muchachos, exclamó. -Como anda señor, le contestaron, agregando: ya nos informaron de afuera que usted llegaba, así que pusimos la comida a calentar, siéntese que le servimos un plato. -Gracias, la verdad es que vengo con apetito. Mientras Muller comía la conversación versó sobre temas cotidianos, entre otros el campeonato nacional de futbol que se estaba jugando, y en donde cada uno expresó su punto de vista, como es habitual en Argentina, en donde todos somos un poco técnicos y entendidos del popular deporte. Al término de la rueda de cigarrillos que consumieron luego de la cena, el periodista se levantó para irse a descansar, y uno de los policías se quedó vigilando mientras el otro también se retiraba. Alrededor de las tres de la mañana, el policía apostado en la oscuridad del departamento, sintió un ruido en una ventana que daba a un patio de luz. El sonido lo sorprendió ya que esa respiración del edificio solo era accesible desde la terraza o desde otro departamento. Los mismos y sus ocupantes ya habían sido chequeados por los investigadores y desde la terraza solo alguien con una soga o material de escalar y siendo perito en el tema, podía intentar descender para ingresar por una ventana. Sin hacer ruido alertó a su compañero y luego al propio Muller y se emboscaron para ver si alguien entraba por esa abertura. Un ruidito casi imperceptible venía del lugar, y al poco rato el escalador consiguió abrir la ventana e ingresó al departamento. En ese momento, uno de los Oficiales le dio la voz de alto identificándose como policía y advirtiéndole que se quede quieto y con las manos en alto. El delincuente no hizo caso y con un rápido movimiento desapareció por el hueco de la ventana, al que inmediatamente llegaron los investigadores y al mirar para afuera, vieron que el individuo estaba escalando hacia arriba, con intención de evadir la acción de los guardianes de la ley. Se le advirtió que no siguiera huyendo de lo contrario dispararían sobre él, y al no obtener respuesta le descerrajaron un tiro que impactó en el visitante nocturno, quien lanzó un gemido de dolor, y soltó la soga, primero con una mano quedando colgado de la otra, para finalmente desplomarse en el vacío. Cuando golpeó contra el piso se hizo un silencio profundo, como un presagio que anunciaba algo irremediable. Los oficiales avisaron a sus superiores, y bajaron prestos a la planta baja para ingresar al patio donde se estrelló la persona que escalaba. Al iluminar el lugar se encontraron con un cuadro terrible, protagonizado por el intruso muerto, cuyo cuerpo había adoptado una forma despatarrada similar a un muñeco desarticulado. Se trataba de un joven de unos veinte años, que al ser examinado por el oficial a cargo del operativo, que analizaba la escena ordenando los dibujos técnicos y las fotografías de rigor, encontró en un bolsillo de su campera – buscando alguna identificación del muerto – una carta cerrada en cuya cubierta estaba escrito “Para Federico Muller”. El Comisario Contreras, que se hallaba presente en el lugar del hecho, le pidió al detective la misiva. Todos estaban ansiosos de saber su contenido, por lo que el Jefe, autorizado por el periodista, procedió a leerla en alta voz: -Si están leyendo esta carta es porque mis sospechas fueron ciertas. Estaba seguro de que usted Muller se aliaría con la Policía y tratarían de apresarme. El método que usaron denigrándome en su columna del Diario, para que yo me enfade, dio resultado y me enojé, pero mi rabia no me impidió elaborar un estudiado plan, consistente en contratar un salteador, de pequeña monta pero de muchas ambiciones, quien por una suma accedió lo que le pedía. Yo inventé una historia y lo participé como mi cómplice; le dije que en ese departamento había un cofre guardado en el placar, en un escondrijo secreto, en cuyo interior había joyas de mucho valor y que cuando él se llevara el cofre, debía dejar en su lugar esta carta. Para ejecutar la empresa le adelanté un dinero importante, con la promesa de dividir en partes iguales el botín encontrado. La codicia del joven y su agilidad (había trabajado en un circo), hicieron el resto. Le informé que la vivienda estaba vacía dado que el propietario se encontraba de viaje, pero que accediera desde la terraza para evitar el portero, que vivía en la planta baja. Para ello entró al edificio por la mañana con una excusa y se escondió en el depósito debajo de los tanques de agua del consorcio. Esperó hasta la hora señalada y se descolgó en busca de la ventana de ingreso. Lo demás lo imagino, aunque luego lo corroboraré por los diarios, seguro que le tiraron a matar o pasó un accidente. Al buscar en sus ropas habrán encontrado lo que están leyendo. Como verá Muller, usted también es un loco mentiroso y la policía inescrupulosa no dudó en embarcarlo en esta aventura. Lo dejo vivo como castigo, para que pase el resto de su existencia con esta carga en su conciencia, lo que significará matarlo de todos modos, pero en cuotas. Adiós. Meses después las fuerzas del orden, abatieron al brutal asesino, quien fue hallado tratando de cometer uno de sus habituales hechos. Ocurrió, al trenzarse en un tiroteo que tuvo lugar, cuando el malhechor trataba de huir, un policía resultó herido y el criminal muerto. Muller no pudo superar la culpa por la muerte del escalador. Jamás se recuperó de la tragedia vivida y al año siguiente dejó el periodismo y se retiró a vivir en un pueblo del interior. Nada se sabe de su vida. Firmado: Pirata EL TROPERO Todavía era oscuro, cuando el viejo criollo entró arrastrando las alpargatas en el comedor tiznado por el humo, que filtraba de la cocina económica. Arrimó unas ramitas al rescoldo y pronto las alegres llamas dieron luz y calor en ese lugar del rancho. Mientras se calentaba el agua que agregó a la pava, fue preparando el mate, con el lento y ceremonioso ritual que había aprendido desde niño, cuando aferrado de las polleras de su madre, de criatura, observaba el diario trajín de la mujer, en las primeras luces del día, disponiendo todo para el desayuno, mientras su padre revisaba el lazo que había estado sobando a la noche, o algún talero que llevaría para la jornada o el pegual y las caronas que usaría en su labor. Casimiro Fortunato Zelaya, sonrió al recordar esos años. Se volvió a ver sentado ante un tazón de mazamorra con leche, mientras la madre cebaba los primeros mates, dulces, perfumados con yuyos y su padre comentaba la tarea del día. Después del alimento, acompañaba al progenitor hasta el corral, donde el paisano elegía la monta adecuada según el trabajo a realizar. Era hombre de muchos oficios, así que su cabalgadura no siempre era la misma; a veces tropeaba hacienda, o trabajaba apartando animales o apadrinando domas, en fin las innumerables changas del campo de las cuales era conocedor y muy buscado por las estancias grandes, en razón de su baquía y seriedad. Cuando el hombre partía al trote de su cabalgadura, Casimiro lo imitaba montado en un caballo de palo, que le había construido su padrino, con una rama de un tala y riendas de cuero crudo, al que castigaba sin piedad con un rebenquito, también artesanía de su protector, y galopaba y galopaba recorriendo el patio, bajo la discreta vigilancia de la madre, hasta caer rendido de tanto andar, buscando el amor de los brazos maternales y un plato de la humeante preparación hecha para el almuerzo. De esta manera se forjó su destino de tropero, su imaginación volando al ritmo del juguete, lo hizo andar por todos los caminos, todos los paisajes, todas las aventuras. Con los años, el aire libre y el sol que bañaban la casa campera, curtieron su piel y fortalecieron su cuerpo, y el ejemplo de sus padres, le enseñó lo bastante para forjarlo como un hombre cabal y responsable. Entre mate y mate, le echó una larga mirada al campo por el vidrio de la ventana. El día pintaba fiero; negras nubes impedían el paso de los rayos del sol, el viento se había puesto sur y la amenaza de lluvia era inminente. Mejor me quedo en casa, pensó, ya no tengo edad para andar sonseando afuera con mal tiempo… y le arrimó otros palos al fogón. Tomó asiento en la silla petisa que tenía junto a la cocina de fierro, y como no tenía más que hacer, dejó vagar los recuerdos. Se vio muchacho pidiendo permiso a sus padres, para engancharse con una tropa de hacienda, como boyero, que saliendo de Río Cuarto costearía las Sierras de Comechingones, cruzando San Luis, con destino a Mendoza. Era su primer viaje lejos del terruño y de la familia; los trabajos anteriores fueron en la comarca donde vivía, ayudando a su padre, o al padrino o a algún vecino o pariente. Pero él tenía ansias de andar, y creía que tenía la suficiente hombría y experiencia como para empezar, aunque fuera para tareas menores, con una tropa grande, que debía cubrir distancia y soportar muchas contingencias, antes de llegar al punto de encuentro, donde los compradores recibirían los animales. A su padre le brillaron los ojos de orgullo, al comprender que su hijo había comenzado a desandar los caminos de la vida, buscando su destino rural, tal como él lo hizo en su momento. La madre soltó un suspiro mientras gruesas lágrimas corrían por su rostro, aún bello, pero no dijo nada, se repuso y comenzó la tarea de prepararle un lío con su ropa, mientras tranquilizaba a sus hermanos menores, que lloraban porque él se ausentaría del hogar. Casi aflojó cuando vio el todo el cariño y la sensación de abandono que su viaje les causaba, pero su padre vino en su auxilio, distrayendo la tristeza que empañaba el momento, al traerle un apero nuevo para la ocasión y un juego de riendas, cabezada, atador y lazo, que tenía guardados para cuando su hijo mayor los necesitase, ya que intuía el futuro del joven a lomos de un caballo, con el sol y las estrellas guiando su sendero. Sabía que su retoño se haría hombre, empachándose con la libertad que procura el mucho andar, y la sabiduría que se adquiere en los caminos, enfrentando situaciones, o comprendiendo la vida, cuando al abrigo de los fogones nocturnales, después de la jornada, los arrieros descansan, y abriendo los corazones y los recuerdos, relatan anécdotas, sucedidos, amores y desamores o comentan su participación en los oficios, destrezas y labores del campo. La mañana que partió, toda la familia estaba en el guarda patio de la chacra para despedirlo. Acarició a sus hermanitos, y diciéndoles cosas al oído, a modo de secreto, para alegrar su pena, los besó con ternura; se arrodilló ante el padre para la bendición, quien luego de dársela agregó: nunca olvide que es un Zelaya, hijo, y le pasó la mano por el rostro a modo de saludo patriarcal. Había dejado la madre para el final, no fuera a ser que se quebrara antes de despedirse de los otros, hasta la vuelta Mama, susurró con el abrazo. Ella no pudo contestarle, pero le colgó un crucifijo al cuello con un cordón de cuero. Armado con la venerada imagen del Nazareno y el orgullo de la sangre que corría por sus venas, salió con rumbo este para encontrarse con los dueños de la tropa. Estaban reuniendo los animales en un corral de piedra, de esos que quedaron como retazos del tiempo colonial. Enorme, sombreado por centenarios molles plantados a su orilla, y hecho con mano de obra india, cuyo arte en el manejo de la piedra era proverbial. A partir de allí y por todo el resto de su vida, se ocupó siempre en los varoniles trabajos que aprendió de sus mayores. Como era atento y voluntario, se ganó el aprecio de muchos patrones, con los cuales estableció una relación de respeto, que lo convirtió en un dependiente de confianza, lo que le permitió una vida sin estrecheces. Cuando el amor reclamó su corazón, se lo entregó a una moza de largas trenzas y la mirada infinita, cuya voz lo transportaba a regiones siderales y su piel le aromaba las noches y los días. Tuvieron tres varones, para que no se pierda el apellido, y los hijos salieron como él; sedientos de sol, de camino y libertad. Solo que en vez de cabalgar orientados por los astros, lo hacían sobre otras montas. El mayor era tractorista, el segundo camionero y el benjamín manejaba una cosechadora. Su mujer, hacía varios años que se había remontado a ese hogar celeste del que no se vuelve, y él la seguía extrañando como siempre, con la esperanza de encontrarla cuando le tocara seguirla. En esta mañana solitaria y poblada de reminiscencias, facilitadas por la sensación de nostalgia que acompaña a las tormentas, cayó en la cuenta que en virtud a los muchos años que Dios le regaló, se convirtió en un eslabón viviente, entre ese pasado simbolizado por el antiguo corral de piedra y los adelantos del presente en cuyo universo vivían y se movían sus hijos. No pudo ni quiso dejar de pensar, que ya era hora que su Espíritu vagara en los espacios infinitos, sin alambres y sin tranqueras, presto a disfrutar – como lo hizo de mozo – de todos los paisajes que le muestre y le permita recorrer el Creador.- LA CHAMAN Para María Luisa Torres, amiga, médica, chamana. Para Kike, su esposo, un amigo de aquellos. Para Daniel, el hijo de ambos, al que le prometí este cuento.. Escrito en Córdoba, en Mayo de 2012 El anochecer fue cayendo de a poco, perezoso y lento, sobre esa región surcada por arroyos y ríos, espejada de lagunas, en la mítica tierra del Guayrá. Desde siempre habitada por antiguas estirpes: Guaraníes, Tobas, Abipones, Mocoví. Ellos hundieron sus raíces en el húmedo terreno y la belleza y exuberancia de su selvática geografía, que fue seno de madre para sus hijos, donde mamaron las costumbres de su linaje, que los inclinó a un destino de pueblos recolectores, cuyo espíritu místico y poético, puso armonía en lo cotidiano de sus días. Agotada la diurna claridad, luego del diario trajín del Sol, para alumbrar la vida de los mundos, la penumbra dio comienzo a su tarea, pintando el monte de tonos obscuros. Suerte que la Luna apareció, así su resplandor iluminó lo necesario, para que la joven india se pudiera internar sin peligro en la espesura de la selva. Su andar era ágil y seguro, por lo que transitaba sin vacilar las antiguas sendas que recorrieron sus mayores, en procura de los frutos que produce el bosque o de las piezas de caza o pesca para alimento de la familia. Otros, chamanes como ella, buscando en soledad, la sabiduría ancestral de los Arandú. Los que perciben el mundo a través de sus facultades sensibles. Observando los astros y sus influencias. Escuchando el mensaje del agua pregonado por arroyos y ríos. Descifrando el canto del viento, anunciador incansable y las voces de la tierra, con sus arcanos y misterios. Desde niña, fue acumulando conocimientos acerca de las leyes que rigen el orden natural, bajo la enseñanza de sus maestros; sabios que dedicaban su tiempo al arte de curar, a la comprensión de la esencia de la vida y al consejo. Por su talento y entrega, la hicieron depositaria de las tradiciones, secretos y misterios que los ancianos trasmitían de generación en generación, para que, sanadores como ella, proporcionen salud, orientación y bienestar a su pueblo. La iniciaron alrededor del fuego ritual, en la práctica de danzas rítmicas y cantos ceremoniales. Aprendió a ofrendar a la tierra, por la fertilidad y abundancia que regala, y a conectarse con los espíritus de la naturaleza para convertirlos en aliados de su labor, en especial con Nnatac, el espíritu compañero; inseparable de cada médico natural, a quien le suministra el entendimiento necesario para combatir las enfermedades y también los desajustes que suelen producirse en la mente o en lo íntimo del ser humano. Dicha unión se producía en estado de trance, al que llegaban practicando ayunos y bebiendo pócimas elaboradas con hierbas sagradas, que expandían su conciencia. También utilizaban un ritual compuesto de cantos, ruegos, rezos y gestos, rodeados de objetos simbólicos de su oficio, como bastones, tambores, y flautas. Estos elementos les servían para dialogar con los primordiales del lugar, aumentando así su poder para curar y comprender el alma de los hombres. Asimismo invocaban al Padre, creador de todos los seres y astros, para que insuflara en sus mentes los secretos de las fuerzas vitales existentes en la naturaleza y los recónditos conocimientos que debe poseer un Chamán, acerca de la vida y la muerte. Con el paso del tiempo, fue adquiriendo comprensión y experiencia en la fuerza magnética de las plantas y la relación íntima que existe entre los centros deteriorados del enfermo y el poder curativo de las sustancias vegetales, aptas para sanar la parte física del paciente. En tanto que si procuraba restablecer el equilibrio del alma o la mente, sobre todo si el enfermo trasgredió reglas importantes de la vida, de esas que llevan a severas dolencias. O le sucedían situaciones sorprendentes, como cuando el indio sale a pescar o cazar y los animales misteriosamente desaparecen de su presencia; realizaba curas mágicas. Allí utilizaba todo el Payé, todo su hechizo, armonizando las dañadas emociones, buscando equilibrar el ser interior con el cuerpo físico y la mente, del enfermo. Esa noche, mientras marchaba desandando los estrechos senderos de la umbría selva, tantas veces transitados, recordó la vez que decidió consultar los astros, en relación con su propia persona. Para hacerlo eligió la intimidad del bosque, al que ingresó llena de curiosidad y esperanza, porque en su interior había comenzado a bullir el instinto de la raza, que marca con rigor los tiempos en que la gente de su pueblo, va adquiriendo las experiencias de vida propias de ambos sexos. En el caso del hombre, el paso de la niñez a la adolescencia, con el aprendizaje del arte de la caza y la pesca, ya adultos, la pericia guerrera para defensa de los suyos; en la vejez la sabiduría y el consejo. En la mujer, las tareas propias de su género y cuando llegaba el tiempo en que estaban biológicamente maduras, la familia y la procreación. Como Chamana que era, versaba en la ciencia celeste. Sabía escrutar las constelaciones y los planetas que ejercían su influencia sobre la tierra, sus hombres, animales o plantas. Esa noche era de luna llena, por lo que se instaló en un claro del monte que le permitía observar el cielo con nitidez y se entregó a una liturgia compuesta de cantos monocordes que la ayudaban a concentrarse, mientras danzaba al ritmo de su tamboril, al que percutía acompañando la letanía. La luna comenzó a recorrer su camino ascendente y cuando llegó al cenit, la Chaman dejó su canto y la danza y observó detenidamente el satélite; a su lado se veía claramente que era escoltada por una estrella pequeña de gran luminosidad, lo que marcó una amplia sonrisa en su rostro. El mensaje era claro para quien conocía el lenguaje de los astros. Esto significaba que como joven que era, podía tomar una decisión importante que tuviera relación con su vida íntima, como predisponerse a encontrar pareja con la que formar una familia. En cambio si la luna hubiese estado acompañada por una estrella grande, el mensaje sería para un adulto o para alguien que estuviese en condición de viudo o viuda. Habiendo saciado sus inquietudes comenzó el regreso hacia la tribu. Mientras caminaba, un pensamiento ocupaba su mente y una ansiedad su corazón. Hacía un tiempo que a su pueblo había llegado un hombre blanco que comerciaba con los suyos y se había hecho querer y respetar por ser justo en los trueques e íntegro de conducta, buscando siempre la equidad en los tratos y aportando su cuota de buena voluntad ante cualquier situación o requerimiento de la gente. Ella apenas lo vio se sintió naufragar en el remanso de sus ojos claros y atraída sin remedio por ese rostro de expresión limpia y bondadosa. Estaba segura de no haber pasado desapercibida ante su mirada y por la mañana, en el festejo que había organizado el cacique, con motivo del nacimiento de su primer hijo, sabría, ya que él también concurriría, si le prestaba alguna atención, porque esperaba que en la reunión se produjera algún motivo o se diera un pretexto, para entablar una relación más personal que la de ser solo conocidos. Con esta esperanza batiendo el tambor de su pecho adolescente, marchaba, sin titubear, cuando en un recodo del camino, apareció un Farol del Diablo. Los Cristianos lo llamaban luz mala, pero ella sabía que no había Añá, ni maldad en su reflejo, sino que era un espíritu errante en busca de ayuda; esperando que alguien la redima para poder entrar a la Tierra Sin Mal, donde recibiría el amor y la protección de Ñamandú, el padre bueno. Siguiendo una antigua costumbre, sacó su cuchillo de la vaina y lo mordió, mientras mentalmente elevaba un rezo por ese ser. Junto con la plegaria, prometió brindar un servicio en su nombre a alguien que lo necesite, para que de esta manera, la entidad en pena, acceda al descanso merecido, que tienen los hombres, después de haber transitado los ciclos de la existencia, respetando el equilibrio universal, propuesto por el dador de toda vida. Han pasado los meses y un nuevo anochecer y una nueva labor la convocan para escrutar la luna llena desde la intimidad de la selva. Su vientre muestra las señales evidentes del embarazo, fruto del amor que vive con el hombre blanco, de los ojos claros y la mirada mansa. La panza tiene una punta prominente, señal que nacerá varón y ella a venido para consultar el cielo, con el fin de saber si habrá circunstancias que puedan ser favorables al niño por nacer y al pueblo donde viven y desarrollan su vida cotidiana. Además y lo más importante, debe elegir un nombre para su retoño. Solo ella debe conocerlo, para que la criatura no pueda ser atacada por la envidia o la maledicencia, ya que todo hombre tiene enemigos y oponentes que lo rodean, sobre todo si se distingue del montón por sus dones, su figura o cualquier virtud que lo engalane. El nombre será secreto. Esa noche lo susurrará al Señor del Viento para que este lo lleve al oído del Gran Padre. Nadie más tendrá conocimiento de él para que su esencia no pueda ser agredida o su espíritu lastimado, ya que la mera pronunciación del mismo hecha con torcida intención, acarrea males extraordinarios en la víctima del hecho. También debía elegir el apelativo con el que lo nombraría en su vida ordinaria y lo haría teniendo en cuenta lo que su intuición le informaba acerca de la personalidad que distinguiría al niño indio. Lo llamaría Taguato, ya que entreveía una similitud entre su hijo por nacer y la poderosa y magnificente águila, valerosa y libre entre los seres del mundo animal, que habitaba el entorno, asiento de su raza. Por último observó atentamente el reflejo, que la blanca luna que orbita en nuestro sistema, derrama sobre la constelación adonde pertenece nuestro planeta. Tenía color de humo claro, lo que indicaba una exuberante y prolífica actividad del mundo agrario. Significaba que la maduración de los frutos se efectuaría en su tiempo y que los mismos, al igual que los animales para cazar y los peces de los ríos, serían abundantes, lo cual era fundamental para el sustento de la tribu, lo que la tranquilizaba como integrante de la misma y le daba renovadas fuerzas para continuar su lucha cotidiana contra el dolor y la enfermedad. También pudo entender otro mensaje más oculto de la visión: el niño tendría inclinación hacia las tareas de recolección, caza, pesca y cualquier actividad relacionada con el sustento del pueblo, por lo que anotó mentalmente que debía predisponer a su hijo desde niño, a desarrollar aptitudes en ese sentido y no hacia otras, que ocupan el diario quehacer en los varones de la raza. Cuando regresaba luego de sus observaciones, una enorme paz remansaba su corazón. Ñamandú, fue generoso con ella: le dio entendimiento y la oportunidad de transitar los caminos de la sabiduría. Le permitió conocer el amor y ahora le regalaba un hijo que aumentaría el prestigio familiar, con su condición de posible autoridad entre las gentes de su pueblo, como suelen tenerla aquellos, cuya ocupación consiste, en proveer las necesidades y el bienestar del mismo. Casi sin pensarlo comenzó a entonar un canto de alabanza y agradecimiento al creador de todas las cosas, mientras caminaba de regreso, apoyada en su bastón, para aliviar su cuerpo, engrosado por la vida que venía PENSAMIENTOS Miro la luz empotrada en el techo de la habitación. Emite un tono mortecino, similar a mi estado de ánimo. Todo producto de lo que me dijo la joven psiquiatra, después de escucharme y de leer los informes que había de mi conducta. Estimó que mi mente producía una anormal asociación de ideas constituyendo un peligro para mí mismo y los demás. La imagino huyendo de una turba enfurecida y no puedo evitar el placer que me produce esa situación desesperada. Si por lo menos pusieran una luz más radiante, no sentiría el agobio de la penumbra. El despacho del Juez de la causa, en donde me imputan la muerte de Sofía, tenía una araña con seis luces. Se ve que a él no lo consideran peligroso. El Defensor de Oficio le exponía que según el contenido de los Certificados Médicos, no era responsable de lo que hice, por lo que el Magistrado me encerró en esta Institución Mental. Quisiera ver que hubiera hecho en mi lugar, si su mujer se transformara en alimaña como hizo la mía. Me parece que la Secretaria de Su Señoría me observaba con desaprobación, qué desubicada…! Total ella que sabe de las visiones que me asaltan, seguro que solo tiene ojos para mirar las revistas de moda. Yo no pude soportar las facciones de Sofía y las muecas que me hacía para asustarme o porque estaba endemoniada, y la golpeé de mala manera, luego le clavé ese cuchillo hasta que dejó de moverse. Lo curioso es que cuando murió su cara volvió a ser humana, se lo pregunté a la psiquiatra pero le restó trascendencia, porque no hizo ningún comentario. La turba la alcanzó y le están pegando patadas en el suelo. Su rostro no denota la superioridad que ostenta cuando me atiende en el consultorio. Que se embrome..! Algo habrá hecho en contra de la gente que la persigue y golpea. El Juez no hace nada para evitar la golpiza, podría haber mandado la Policía, como hizo conmigo cuando los vecinos armaron todo ese escándalo. Ojalá le roben el auto que estaciona al frente de Tribunales, así presta más atención a su trabajo. Mi familia ni siquiera me vino a ver, deben estar enojados. Los amigos tampoco, salvo el Gringo. No saben que en la vida hay situaciones que nos pueden desbordar. Todos deben acusarme, dado que me encierran en este antro. Con Dios intenté hablar, pero debe estar ocupado, a lo mejor después me atiende. Lo que nadie sabe es que Sofía se me aparece y me agradece que la haya liberado, incluso me pide que la acompañe donde está, porque me extraña y se siente sola. Pienso matarme, destrozando mi cabeza contra la pared, así volvemos a estar juntos como siempre. COCINERO Las torres del Convento se distinguían desde lejos, en el profundo valle que sus constructores eligieron para emplazarlo. La montaña a sus espaldas le brindaba protección, marco y proporción, realzando la armonía arquitectónica de la antigua abadía. A su costado, corría una acequia que cumplía con varios propósitos. Con ella los monjes regaban la quinta que los proveía de frutas y verduras frescas, la que trabajaban con sus propias manos. De ella también vertían agua para humedecer el monte de acacias, que alojaba las colmenas del lugar. Más adelante y gracias a una exclusa, desviaban su curso para que el agua proporcione bebida a un gallinero que abastecía de carne y huevos a la cocina. La misma era atendida por un hermano, cuya mayor ambición, era elaborar comidas sanas y nutritivas para la comunidad. Sus sabores y combinaciones eran dignos de la mesa de un príncipe. La presentación no tenía igual en la comarca. Un ingenioso dispositivo de cuerdas y una tabla, hacía las veces de ascensor, en que le alcanzaban los productos de la huerta hacia la despensa. El ámbito donde el cocinero elaboraba los alimentos, era tan limpio y ordenado, con sus ollas y sartenes y demás enseres colgando de ganchos para su mejor uso, que parecía un laboratorio o la recova de un alquimista. Un día el buen Hermano desapareció, sin dejar ningún indicio ni mensaje, que explicara esa conducta contraria a las costumbres y los cánones religiosos. Por más que lo buscaron y preguntaron por él no lograron dar con su paradero, ni el motivo que lo llevó a tomar dicha actitud. Ninguna explicación conformaba a los cófrades, sin embargo un cura viejo expresó un concepto, que aunque sonó como un epitafio, describió de alguna manera lo que interiormente algunos intuían: quizá nunca sepamos que fue del hermano, o porque se marchó, dijo, yo quiero creer que viajó donde viven los ángeles, para aprender los misterios de la cocina celestial. EL JARDÍN Para un aniversario de importancia, un grupo de amigos planeamos ir a pasar un fin de semana largo, a Embalse de Río Tercero, tradicional oferta serrana de la Provincia de Córdoba. El hotel elegido era moderno y cómodo. Las mujeres estaban a gusto charlando en sus tranquilos salones, lo mismo en las confiterías de la localidad, donde el ritmo del ambiente turístico va imponiendo al visitante la impronta del lugar. Esta se basa generalmente, en la paz lugareña, el arte popular y la cultura siempre presente en cualquier villa serrana, más allá de todos los entretenimientos que modernamente propone el entretenimiento actual. La primera noche, al salir de un restaurante, alegres y bien comidos, decidimos caminar por la zona comercial, a los fines de estirar las piernas. Entretanto, continuábamos la conversación aún no concluida acerca de los variados menús serranos, y de las dulzuras con que culminan las comidas en estas villas de ensueño, cuando al pasar por el jardín anterior de un antiguo chalet, que daba sobre esa calle, un suave olor mezcla de fresia y jazmín, tomó por asalto mis sentidos. Dicho aroma llevó a mi pensamiento en una búsqueda retrospectiva, para discernir donde o en qué circunstancia lo había percibido, dado que aunque en este momento no lo recordara, tenía la certeza de que su presencia fue relevante para mí, en un acontecimiento significativo de mi vida. Seguí caminando, pero mi corazón quedó prisionero en la verja de hierro forjado, que separaba la calle de la propiedad, a tal punto que me prometí volver, para tratar de recrear ese momento, en que su perfume formó parte de mi vida, marcando un recuerdo grato para mí. A la noche siguiente, con la excusa de no tener apetito, mientras mis amistades cenaban, yo salí a caminar prometiendo volver para el café. Me encaminé hacia la propiedad que pensaba investigar y cuando estuve parado ante su frente miré detenidamente el interior del jardín, rogando que nadie me reclame por tener una actitud poco clara. Mis ojos se fueron acostumbrando a luz tenue de la noche y comencé a distinguir diversas plantas y flores. De repente, de un arbusto que ocupaba un recodo del parque, se abrió una flor tan blanca que parecía radiante y cuyo perfume llenó la noche de fragancia. Entonces recordé, que en los años jóvenes, en otro parque y en otras circunstancias, de un balcón que esperaba mi visita, una dama de noche, que ocupaba una maceta en un rincón del mismo, abrió su flor, derramando la penetrante efluvia de su esencia, al mismo tiempo que una moza abría la ventana para verme. INDICE Pág 5….CACERÍA Pág 11…CONVERSACIÓN Pág 15…EL CRONISTA Pág.41…EL TROPERO Pág.51…LA CHAMAN Pág 65…PENSAMIENTOS Pág. 71 ..COCINERO Pág 73…EL JARDÍN
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