El sueo
Publicado en Aug 03, 2013
Otra vez el sueño . Otra vez tengo que ir al número ocho de la calle infinito. Tengo cuarenta y ocho años y me he pasado toda la vida mirando por encima del hombro a ver quién viene y a sentir quien observa.
Entro y enciendo la lámpara bañando en la penumbra el cuarto. Extiendo el pergamino y me dispongo a su estudio cuando un roce entre algodón y lana, intimida mis sentidos. Yo no llevo jersey y mi pantalón no es vaquero. -Ya era hora que vinieras a mi encuentro. Con los ojos desorbitados a base de querer robar luz a las tinieblas alcanzo a balbucear: -Hola? Quien está ahí. -Se acabó la espera. 48 son muchos años. Es una voz seca, fría y cortante que retumba en los muros de la habitación. -Buenos días,- contesto- no entiendo muy bien que está pasando pero creía… -Ese es tu problema creer, creer que podrías zafarte de mí- Y su carcajada se alzó jactándose de mi miedo y alojándose en mi pecho. ¡Eso es! -pensé-no puedo verlo porque seguro que está de espaldas. -¿ Nos conocemos? , ¿Quizá de frecuentar la biblioteca?, en fin…, también le interesan los manuscritos asirios? Sin cambiar su posición erguida, tensando el abdomen y levantando el pecho, descarga un sonoro golpe en la mesa: - Parece mentira, no me extraña que seas tan necio, tan torpe y tan ridículo. Agudizo la vista pero no consigo distinguir más que su silueta; intento esbozar una sonrisa a ver si impregno mi voz de seguridad. -Creo que se equivoca, seguro que me ha confundido con otra persona, mire, yo soy Alfonso, y vivo en… -Vives? – contestó, separando las piernas- malvives diría yo. Llevas buscándome toda tu vida. Y me has encontrado porque me he cansado de esperar. ¿ Me oyes? -No lo comprendo, mire, yo no lo conozco, y no lo ando buscando, se lo aseguro- afirmo con toda la serenidad de que soy capaz. -¿No me andas buscando? - Exclama altanero y socarrón- ¿ Y qué me dices de tus sueños y del número ocho? . Creo que la vida se me va con cada palabra de este ser al que no consigo distinguir. El corazón se descalabra mirando como avanza hacia mí y el aliento se congela cuando descubro que no tiene cara, que no es más que negrura, mi negrura. Me estiro perezoso en la cama y, recordando mi sueño, me siento como el protagonista de aquel microrelato : Me desperté recién afeitado. Eso me ha pasado me he despertado recién no sé qué. Hace un sol radiante y al llegar a la calle principal, miro a la izquierda y me paraliza una sombra, la mía, pero más grande, más negra y más fiera que ayer.
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