Free for All Captulo 1. 1 de 4
Publicado en Aug 04, 2013
<<Mi nombre es Mac. –Fue lo primero que pensó– Mi nombre es Mac. >>
Parpadeó varias veces, tratando de descubrir si realmente lograba abrir los ojos. La densa oscuridad lo rodeaba y no llegaba ni a ver su propia nariz. Las luces se encendieron desde la pared contraría en la que estaba, y su primer reflejo fue tapar sus ojos con su brazo para no cegarse con el brillo. Una vez que se acostumbró a la reciente iluminación, notó que sus lentes estaban borrosos. Se los quitó e intentó limpiarlos con el dorso de su suéter, pero fue inútil. Los rayones de tierra que tenían eran irreversibles. <<Solo son lentes de lectura. –Se tranquilizó a sí mismo– No los necesito más que para leer.>> Eso no quitaba de su cabeza el hecho de que no sabía dónde estaba. Se retiró los lentes y los guardó en el bolsillo de los pantalones beige que traía puesto. Éstos estaban tan sucios como su suéter, que era de un color apenas más pálido. Se sacudió la tierra y el polvo de encima y miró a su alrededor. Estaba agachado contra la esquina de una habitación de no más de 6 metros de largo, 3 de ancho y demasiado alto como para una persona como él. Las paredes eran de metal frío y oxidado, sin más aberturas que las 2 pequeñas franjas en la otra punta de la habitación, de las cuales provenía la luz, con un brillo verde y un vapor que cambiaba de color a franjas de tonos grises y verdosos, a medida que se elevaba y se escapaba del radio de iluminación que desprendían las ventanas. <<¿Dónde estoy? –Se preguntó, y no por primera vez.– ¿Cómo llegué hasta acá?>> Comenzó a hacer memoria. Se llamaba Mac, tenía 27 años y lo último que recordaba era estar en su departamento comiendo la misma pizza que se pedía todos los sábados por la noche, mientras miraba la televisión, hasta que la estática interrumpía su programa policial favorito si él no se dormía primero en ese viejo sillón lleno de resortes sueltos que lo pinchaban cada vez que intentaba dormir en él. <<Fui secuestrado en mi propio departamento.>> La simple idea hizo que su corazón se acelerara y el sudor comenzara a brotar de su cuerpo. En cuestión de segundos ya se sentía totalmente empapado y comenzó a retorcerse, intentando despegar su ropa de su piel. <<Tengo que salir de acá, como sea.>> Por un momento, sintió una ligera gota de valor surgiendo desde lo más profundo de sí mismo. Se incorporó de un salto y respiró profundo hasta que sus latidos volvieron a un ritmo relajado. Se volvió a sacudir la ropa, y la nube de polvo se mezcló con la de vapor que provenía del otro lado, perdiéndose en la oscuridad del techo que apenas era visible en la tenue iluminación. Comenzó a caminar hasta cruzar la habitación y llegó hasta las aberturas. No eran más que pequeñas ventanas de unos cuantos centímetros, con 3 barras de metal negro que las atravesaban verticalmente. Del otro lado solo estaban los largos tubos de luz verde que iluminaban el lugar. Se oía el zumbido constante de la electricidad pasando a través de ellos. No había nada más. El suelo era del mismo material que las paredes y el techo. Solo metal, totalmente cerrado, sin aberturas ni ventilación. Comenzó a sentir claustrofobia y la respiración se le dificultaba a cada momento que pasaba. Se estaba quedando sin aire cuando volvió a ver el vapor que se perdía sobre él, volviéndose más oscuro a medida que se elevaba. <<Ventilación. Hay ventilación. Si no, el vapor inundaría el lugar>> Volvió a relajarse y a respirar profundo. Trató de aclarar su mente, de pensar en cada segundo desde que se había quedado dormido, pero no consiguió extraer mucho más de su memoria. Entonces, un sonido como de un timbre sonó. Ding Dong. El eco rebotó por todas las paredes y tardó unos segundos en desvanecerse por completo. –¿Hola? –Gritó Mac, esperando que alguien, en alguna parte lo oyera. Pero no hubo respuesta del otro lado. –¿Dónde estoy? –Volvió a probar. Nuevamente silencio. El hombre no movió ningún musculo, esperando que alguien le respondiera, pero el único sonido provenía de su respiración y del zumbido que provenía de las ventanas de iluminación. Abrió la boca para volver a hablar, pero antes de llegar a decir algo, oyó nuevamente la campana, seguido de una interferencia y una voz que se entrecortaba entre ella. Era la voz de una mujer, pero se oía extraña, como si ésta estuviera hablando a través de un tubo metálico, el cual sumado al eco de la habitación, hacia casi imposible entender lo que decía. Mac tuvo que agudizar su oído para poder entender solo algunas pocas palabras de la mujer. Bienvenido… Free for… Comienza… Preparado… Luego, la estática se llevó lo que quedaba de la voz y finalmente, el silencio. –¡No, espera! –Gritó impaciente. –¡Vuelve! Necesito saber… El timbre lo interrumpió y nuevamente volvió la voz de la mujer, esta vez se oía limpia y clara y era obvio que no era más que un mensaje grabado de computadora, pero ahora no tenía ningún mensaje. Solo una cuenta regresiva. 10… 9… 8… 7… Mac volvió a sentir su corazón la tiendo con fuerza, como si intentara escapara de su pecho. Un ruido de metal contra metal crujió por todos lados, como si alguien estuviera comprimiendo esa habitación desde afuera. 4… 3… 2… 1… Escuchó como unas cadenas se movían sobre él y lo que podría ser una gran rueda de metal que posiblemente era la responsable del movimiento de las cadenas. La pared más alejada a Mac, contra la que había despertado, comenzó a elevarse, dejando entrar la luz más blanca y brillante que haya visto en toda su vida. No se veía nada del otro lado, más que el color blanco. Por un instante pensó en caminar hacia ella, pero sus piernas temblaban y no respondían a lo que su cerebro le ordenaba. Se sintió agradecido por ello, pero por otro lado, pensó que pase lo que pase tenía que usar sus piernas para correr y entonces se enfadó con sus miembros rebeldes. Puso su mente en blanco, respiró profundo y comenzó a caminar. Un paso a la vez. Trató de oír algo, lo que sea, pero el silencio lo rodeaba. Incluso el sonido de las luces se había ido y al girarse se dio cuenta que éstas estaban ahora apagadas. Hasta el ruido su respiración parecía haber desaparecido cuando la compuerta se abrió frente a él. Otro paso, y otro, y otro. <<Unos pasos más y estaré afuera.>> No estaba seguro si la idea lo calmaba o lo ponía más nervioso de lo que ya estaba. Otro paso. Otro más. Ahora estaba frente a la luz. Parecía como si fuera una gran pared que brillaba como si hubieran puesto un enorme reflector directamente apuntándolo. Estiró primero su brazo y lo movió. Se podía pasar al otro lado. Juntó coraje y respiró profundamente. Le llevó por lo menos cinco respiraciones llegar a conseguir el coraje que creyó necesario. Cerró los ojos y saltó hacia la nada. *** Pensó que caería algunos metros antes de llegar al suelo. Se imaginó intentando apoyar sus piernas de alguna manera para no romperse ningún hueso antes de tocar el suelo, pero un fue así. La impresión de desnivel hizo que se tropezara, cayendo de cara contra la tierra blanda, llena de verdes y suaves hojas. Respiró de un aire puro y fresco y se incorporó lentamente mirando a su alrededor. <<Una selva. Jungla tal vez. Mucha vegetación… Algo explotó junto a él, lanzándolo a varios metros de distancia. Se levantó lo más rápido que pudo, girando en el lugar, hasta que volvió a orientarse. Un fuerte pitido en lo más profundo de sus oídos hacía que su cabeza pareciera estallar en cualquier momento. Parpadeó hasta recobrar el sentido y comenzó a caminar intentando no caer de costado. Los sonidos volvieron de a poco. Disparos a lo lejos, explosiones a su espalda y a su derecha. Sonidos de animales -o al menos eso parecían- entre los grandes árboles frente a él. Sintió un zumbido pasando rápidamente junto a su oreja que mejor se había recuperado de la explosión y comenzó a correr sin rumo alguno entre la hierba alta. Los arbustos de follaje verde le llegaban hasta la cintura y le costaba trabajo quebrar las hojas con sus brazos para atravesarlos. Rodeó un gran tronco que se llegaba a perder en un cielo de hojas y cruzó un campo de extrañas flores rojas, haciendo volar cientos de pétalos a su paso. Los disparos seguían a su alrededor. En un momento le pareció ver una especie de mono de pelaje amarillo y naranja saltando entre los árboles, mientras extendía unas enormes alas para poder virar en el aire. <<¿Qué es este lugar?>> Esta era solo una de las ideas que pasaban por su cabeza, pero con los disparos persiguiéndolo en todas direcciones, no pensaba parar de correr para averiguarlo, sino que continuó corriendo. Cruzó dos gruesos troncos más y dobló a la derecha, por donde parecía haber menos ruidos de guerra. Poco a poco sintió que los disparos quedaban más y más atrás, hasta que casi dejó de oírlos. Saltó una roca cubierta de musgo y siguió corriendo, hasta que de detrás de un árbol vio algo que se aproximó a su cara a tal velocidad que no llegó a hacer nada más que recibir el golpe en medio de su nariz y caer al suelo golpeando su nuca contra la tierra. Lo primero que vio fue sus manos llenas de la sangre que salía de su nariz. Luego sintió el dolor del golpe comenzando desde su tabique, seguido del de su cabeza y continuó por todo el cuerpo haciéndolo estremecerse. Escucho un arma cargándose y al quitar la vista de sus manos la vio. Era una chica joven, quizás tendría su edad o un poco menos. Tenía el cabello negro atado a la espalda y con el flequillo dividido dos, pasando a los costados de sus ojos y llegando hasta el borde de su pequeño mentón y una ametralladora que tapaba el resto de su rostro. –No puede ser. –La oyó decir mientras bajaba su arma, dejando a la vista sus ojos verdes esmeralda debajo de unas finas cejas y una nariz pequeña. Por un segundo sintió que todos sus problemas se desvanecían. Se perdió en aquella mirada de la muchacha que vestía una remera gris oscuro, con un chaleco color negro lleno de bolsillos y unos pantalones beige, también con varios bolsillos. Tenía un cuchillo colgado de la cintura y una gran ametralladora agarrada con ambas manos y sostenida a su cuerpo por una tira de cuero de color natural que pasaba sobre su hombro. –¡Max! –Gritó ella, girando su cabeza hacia el follaje, pero sin quitarle la vista de encima. Tenía la voz más grave de lo que imaginaba.– ¡Encontré algo, corre! De entre las hojas apareció un muchacho de cabello largo hasta los hombros y tan negro como el de la chica. Luego de una amplia frente con ligeras arrugas se hallaban dos pequeños ojos de color marrón oscuro y bajo éstos una gran nariz puntiaguda, unos labios largos y finos y un mentón cuadrado poblados de una ligera barba con mechones de pelos negros y blancos. –Espero que sean municiones. –Dijo con un tono de sarcasmo en su voz y un acento extraño. Al acercarse más, Mac notó que llevaba una campera de cuero oscura, llena de tierra y marcas por todos lados. En el bolsillo superior de esta, tenía colgados unos lentes oscuros y por debajo cruzaba una tira de cuero igual a la que llevaba la chica, sosteniendo la misma ametralladora. –No son municiones –dijo todavía perpleja, mientras señalaba a Mac–, es otro humano. –¿Otro humano? No puede ser. Maldita sea nuestra suerte. –Completó con una sonrisa. Mac, que todavía estaba en el suelo, no entendía nada. ¿Qué tan difícil podía ser encontrarse con otro ser humano? La chica se acercó y le ofreció la mano para ayudarlo a pararse. –Me llamo T –dijo está–, y este es mi compañero, Max. –¿Dónde estoy? –Fueron las únicas palabras que consiguieron salir de la boca de Mac. –Estas en una guerra, amigo –dijo Max acercándose a él–. Y no pudiste llegar en peor momento, tenemos toda una manada de Hunts persiguiéndonos. –¿Hunts? ¿Qué son los Hunts? –Ya habrá tiempo para explicaciones –respondió T en un tono tan tranquilo que le hacía pensar a Mac que todo estaría bien. –Escucha –Max dio un paso adelante y le puso un objeto en la mano–, mantente cerca y no te separes por nada. Y no uses esto a menos que sea sumamente importante, ¿Entiendes? Al levantar su mano, vio una pistola 9mm y abrió los ojos con sorpresa. –Yo nunca he usado una de estas –le dijo al hombre. El arma se sentía pesada en su mano y sintió como todo su brazo comenzaba a temblar, no por el peso de la pistola, sino por lo que ésta le hacía pensar. La sensación de tener un arma, probablemente cargada encima lo hacía estremecerse. No le gustaban las armas, mucho menos llevar una y ni hablar de tener que usar una contra cualquier cosa. –Estas de broma, ¿Verdad? –La sonrisa y el tono sarcástico de Max desapareció en un segundo, como si nunca hubiera estado en su persona y clavó los ojos oscuros y fríos en él. –Escúchame –volvió a hablar T con su voz calmada–, no hace falta que la uses, sol síguenos lo más rápido que puedas. Sin decir nada más, la chica se volteó y comenzó a caminar. Max aún lo miraba extrañado, como si se hubiera sentido insultado con lo que Mac había dicho. Luego chasqueó la lengua, puso los ojos en blanco y se giró con un suspiro, caminando en dirección a donde había ido su compañera. –Novatos –lo oyó decir en un murmullo–. Primero Willow, ahora esto. A Mac le hubiera gustado preguntar quién era Willow, pero prefirió seguir caminando sin decir nada el resto del camino. No llegaron a caminar ni veinte minutos, cuando Los disparos comenzaron nuevamente por toda la jungla y en todas direcciones. Ahora se le habían sumado un nuevo sonido. Parecían lásers que impactaban contra árboles, rocas y todo lo que se les cruzara por el camino. T se detuvo y apoyó el brazo sobre el pecho de Max, para que éste haga lo mismo. –¿Cyborgs? –Le preguntó con terror en la mirada. –Imposible. Les llevamos suficiente distancia como para no verlos durante un tiempo. –Entonces solo pueden ser –su mirada se llenaba más de terror mientras pronunciaba esas palabras, pero un gruñido fuerte e inhumano sonó entre dos árboles frente a ellos la interrumpió. –¡Maldición! –Gritó Max mientras levantaba su ametralladora y comenzaba a disparar hacía el origen del ruido salvaje. No llegó a ver nada más que las gruesas hojas moviéndose en dirección contraria a donde estaban. Sea lo que sea esa cosa, ahora estaba escapando. –¡Vamos, novato! –Oyó decir a Max, que sin darse cuenta habían comenzado a correr en dirección opuesta. Mac guardó la pistola en su cinturón y comenzó a correr. Ya le llevaban mucha distancia y desaparecían y reaparecían entre los arbustos. Mac los siguió lo más que pudo, pero al doblar por una roca de tres metros de altura, os perdió por completo. Cruzó unas hojas y se encontró en un claro de pocos metros en el cual se veía perfectamente la luz del sol, o eso parecía. Fue la primera vez que logró ver el cielo, desde que salió de la habitación de metal. Era de un color rosado y violeta y no había rastro alguno de un sol o de nubes, pero si una enorme luna de color azul pálido de un tamaño tan gigante, que parecía que Júpiter se hubiera puesto a la misma distancia que la luna terrestre. <<Imposible –Pensó perplejo>> Pero al costado de ésta había otra luna de color anaranjado, mucho más pequeña. Un sonido de ramas quebrándose lo volvió a la jungla. Miró hacia dónde provenía el ruido y vio las hojas moverse entre los árboles. Una cabeza se asomó entre ellas, seguida por el cuerpo de la criatura, hasta que finalmente todo el ser se posó frente a él en el claro de fina hierba. Mac nunca había visto nada parecido. El espécimen medía poco más de medio metro, su piel era oscura y arrugada y su cuerpo parecía cubierto por unas enormes hojas de colores verdes y celestes. Tenía un largo cuello que terminaba en una cabeza de enorme cráneo y sin cabello que asimilaba la forma de una serpiente. Tenía dos diminutos ojos separados de color amarillo y una boca llena de pequeños colmillos. Sus brazos eran finos llegaban hasta el suelo y terminaban en dos extremidades de tres dedos al igual que sus patas. Los cuatro miembros poseían cada uno 3 garras al final de cada dedo y la única diferencia, era que las patas eran ligeramente más alargadas. Aunque se encontraba frente a él, la criatura no parecía verlo, simplemente se quedaba parada, levantando su cabeza hacia el cielo y hacía gestos de olfatear el aire con los orificios que poseía pegados al cráneo sobre su larga boca. Mac permaneció quieto, mirando como el espécimen movía la cabeza en todas direcciones. Comenzó a levantar su pierna izquierda con dificultad, ya que ninguna de las dos parecía obedecer a su cerebro nuevamente. <<Ahora no es el momento>> Aun así, consiguió vencer por sobre ellas y dio un paso atrás en completo silencio, pero al presionar sobre ella, escuchó el crujir de las ramas que se escondían bajo las hojas gruesas y cerró los ojos en un gesto de decepción hacia él mismo. Los abrió lentamente, esperando que el ruido hubiera sido muy leve como para que el ser lo escuchara, pero no fue así. Frente a él estaba lo que sea que fuera eso, con los pequeños ojos ciegos clavados en él y la boca totalmente abierta, cruzándole toda la cara de punta a punta y mostrando un millar de blanco y finos dientes como agujas. Creyó ver unos parpados horizontales que se cerraban y se abrían, pero era difícil saberlo desde aquella distancia. La criatura dio un paso al frente y soltó un rugido que hizo a Mac sentir un escalofrío en todo el cuerpo. Sin dudarlo ni un segundo, Mac comenzó a correr en dirección por donde había llegado, mientras la fiera lo seguía a gran velocidad apoyando sus manos y lanzando su cuerpo en un salto. Golpeó arbustos, flores de diversos y extraños colores y hasta consiguió saltar una roca de gran tamaño. La adrenalina que tenía en ese momento le permitió hacer cosas que nunca antes hubiera creído capaz de hacer, pero no se sentía con tiempo suficiente como para celebrárselo. Continuó corriendo mientras escuchaba el rugir detrás de él. No le daba importancia a los golpes que recibía de las ramas que atravesaba, dejándole marcas en los brazos y en la cara. En un momento su suéter se enganchó a una enredadera seca que rodeaba un tronco muerto y apenas consiguió liberarse, quitándoselo con un movimiento rápido y seguir corriendo. Aunque la adrenalina lo dominaba, se dio cuenta de que sus piernas no aguantarían mucho más y en cualquier momento caería a suelo para convertirse en el almuerzo de su perseguidor. Cruzó más malezas y llegó hasta un gran arroyo que se extendía frente a él, dejándolo sin camino por el cual seguir. Estaba obligado a elegir entre la izquierda o la derecha. A la derecha, el follaje era demasiado como para atravesarlo con velocidad, así que solo quedaba una opción si quería vivir. Dobló a la izquierda, siguiendo el curso de la corriente, pero no consiguió correr mucho más. El borde del arroyo estaba lodoso y le dificultaba el paso, hasta que finalmente sus piernas cedieron y cayó de lleno al barro, cubriéndose completamente de él. Trató de incorporarse dos veces y las dos veces volvió al suelo. La adrenalina lo abandonaba y comenzaba a sentir el cuerpo cansado y los músculos adoloridos. Pensó que iba a morir. Sabía que la criatura lo alcanzaría y lo devoraría en cualquier momento. Pero entonces notó el silencio. Ya no oía los pasos ni el rugir que venían detrás de él. Lentamente levantó su cabeza del barro y miró a su alrededor. Ahogó un grito al ver las huesudas garras al lado de su cabeza, a solo dos centímetros de su nariz. No se animó a levantar la cabeza para ver el resto del cuerpo, sino que se quedó quieto mirando las tres garras que provenían de cada pata. La criatura camino por su costado y continuó el camino, dejando finas huellas en el lodo. ¿Sería posible? La criatura había perdido su rastro al caer en el lodo. Mac se sintió la persona más afortunada del mundo tras lo que acababa de ocurrir, pero no quería volver a tentar su suerte. Espero hasta que el sonido de las patas en el lodo se desvanecieran entre la jungla y se incorporó rápido y seguro. Se sacudió el lodo de la remera que llevaba. Le costó unos segundos recordar como perdió el suéter. La remera que en algún momento había sido blanca de mangas cortas, ahora era un harapo marrón llenó de barro y jirones de tela colgando por los bordes. Se acercó al arroyo y se mojó la cara para quitarse el barro que ya comenzaba a secarse, formándole una costra de tierra dura sobre la cara. El agua era salada y tibia, pero no le dio importancia en el momento. Volvió sobre sus pasos. Quería volver al claro en donde había perdido a Max y a T. Fue inútil. Era imposible para él recordar el camino en la oscura jungla y más si el camino de ida lo había hecho mientras lo perseguía un ser que intentaba aniquilarlo. En vez de eso, llegó a un claro diferente, más pequeño que el anterior. A uno de los costados divisó una cueva oculta con gruesas enredaderas. Se paró en el centro del lugar y miró al cielo, pero la imagen seguía siendo la misma que la del otro lugar. Miró fijamente a las lunas, cuando un sonido familiar lo interrumpió. No quería bajar la mirada, pero sabía que debía hacerlo de todas formas. Lentamente su mirada se cruzó con la de la criatura que estaba a la entrada de la cueva, la cual desprendía un largo e interminable rugido con los dientes apretados. <<La pistola. –Se recordó>> Se sentía estúpido por no pensar en ello antes, pero al tantearse la cintura, descubrió que ya no la llevaba encima. Debió haberla perdido mientras escapaba. Recordó la situación anterior y prefirió no moverse, pero el miedo terminó invadiéndolo al ver otras dos criaturas iguales saliendo de la cueva y posándose cada una a un lado de la primera. Aun así, Mac no movía ningún musculo a excepción de sus piernas que temblaban como si fueran gelatina. Permaneció en el lugar, mirando cómo los 3 especímenes olfateaban el aire alrededor, sin dar con ningún rastro en particular. La de la derecha fue la primera en moverse, dando pequeños pasos hacia adelante, hacia donde él estaba Comenzó a pensar en sus posibilidades. Si permanecía ahí, terminarían por reconocer su rastro y lo atacarían, o quizás no. Pero si corría, sabía que sería perseguido nuevamente y ya no podría correr lo suficiente como para escapar. Ahora fue la de la izquierda quien comenzó a caminar apenas más rápidamente hacia adelante, totalmente a ciegas. Entonces sintió un murmullo a su lado y lentamente giró la cabeza. Afuera del claro, en la parte donde volvía a comenzar la jungla, sobre un montón de hojas, se encontraba un hombre de piel oscura, que llevaba escondida entre las hojas una ametralladora igual a la que tenían los otros dos que había visto antes. –Quédate quieto si quieres vivir. –Dijo el hombre.
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Jhoana Zapata
lucas peccetto