LOS MARES OPACOS
Publicado en Aug 05, 2013
Querido lector: Dentro de unos días saldré al campo, a la conocida como Sierra Tejeda, Almijara y Alhama que Granada y Málaga comparten en un ambiente de vieja camaradería, y lo haré con la sana intención de respirar aire puro, buscar inspiración artística y follarme alguna cabra. Allí, en el lecho seco de un río, divisaré una botella que atraerá mi atención. Un tapón de corcho cubierto de brillante lacre rojo dará sensación de hermetismo; un breve preámbulo de ojos brillantes de ilusión para a continuación despegar con suma delicadeza el sello bermellón. Tumbaré la botella despacio poniendo la mano debajo para que nada se escape del tesoro, descubriendo un pequeño pergamino enrollado y sujeto por un cordel color escarlata; tiraré de un extremo, lo que desatará el pequeño hatillo con facilidad, desenrollaré conteniendo la respiración y leeré: Río arriba está tu destino en la cima, agarra… Impelido por la curiosidad y el misterio subiré durante horas ignorando la vegetación que pretende ralentizar mi avance, los traspiés, escalando literalmente a ratos con manos despellejadas, sangrantes pero insensibles al dolor, hasta coronar la conocida Maroma, pico más alto de la provincia de Málaga. Allí, tras divisar extasiado los mares opacos, encontraré el punto geodésico que señala la cima geográfica como un centro de poder, como una gran aguja de acupuntura terrestre, marca la altura de la cumbre en metros y posee un “libro de visitas” consistente en un pequeño cofre metálico que atesora varios trozos de papel del tipo Aquí estuvieron la Jenny y el Jonathan el día tal y uno del tipo Aquí me la mamó la Mamen. Finalmente, un pequeño papel arrugado rezará así: Aeropuerto Pablo Ruíz Picasso. Llegadas. Consigna 5.555. Por el… Y envolverá una pequeña llave. No importarán las ampollas en los pies, los arañazos en el cuerpo por los jaramagos, la mirada despechada de una cabra al cruzarme con ella que ya me abandonara a mitad de la faena, en la subida, por mirarle el culo a una ardilla, dejando nuestro coitus interruptus. No hay dolor. Mi única obsesión será llegar cuanto antes a mi coche y dirigirme raudo al aeropuerto para averiguar si existe dicha consigna. Atravesaré para ello el Valle de los Aromas, dónde el follaje te envuelve en fragancias tan embriagadoras que el olvido profundo comienza a extenderse por tu cerebro como una mancha negra de lento chapapote. Franquearé el Bosque de los Ciruelos Azules que ofrecen sus frutos en forma de grandes y subyugadores culos enhiestos. Cruzaré la Llanura de la Piedra Levitante dónde las rocas permanecen eternamente suspendidas en el aire mientras una extraña congoja se apodera de tu cuerpo, porque es la llanura la que en realidad cae al vacío sempiternamente. Pero no sucumbiré. Y tomaré mi viejo coche, familiarmente apodado como “La Cafetera”, llegaré al aeropuerto, Terminal de Llegadas, zona de consignas, empuñaré la llave con mano temblorosa en el atestado vestíbulo y… comprobaré que abre con facilidad. Entonces, miraré a ambos lados y a mi espalda con un miedo inconcreto pero palpable, con el corazón cabalgando encabritado en mi pecho, para a continuación asomarme al pequeño cubículo y descubrir otro pequeño pergamino enrollado, ceñido, esta vez, por una cinta de color azul eléctrico. Volveré a mirar a mi alrededor, tiraré de la cinta que cederá de nuevo con facilidad, desenrollaré y leeré: Busca en tu interior Llega en otoño el retoño Escudriña la verdad Y… De nuevo en la carretera, un triple desasosiego me invadirá. Primero, las palabras del último mensaje rondando en mi cabeza como un enigma indescifrable; segundo, una prisa inaplazable por llegar a casa y defecar copiosamente; tercero, la descomunal escasez de combustible de “La Cafetera“ que me impedirá pisar el acelerador a fondo por miedo a quedar tirado en la carretera. Mis tripas entonarán una sintonía de manantiales subterráneos. Ya en casa -siempre hay más gasoil de lo que parece, afortunadamente- sentado en lo que pomposamente llamo mi despacho, tras dolor, gritos y el triunfo del desahogo, un ruido metálico en el fondo del inodoro trocará mi desazón por estupefacción; de nuevo miraré alrededor con una aprensión ignota en la soledad del aseo e introduciré la mano en la taza para extraer una gran cápsula metálica que sostendré en mi mano mirando pasmado durante largo tiempo. En el salón me aferraré a mi misterioso tesoro con ambas manos y sólo la diestra lo soltará momentáneamente para hacer canasta en la chimenea encendida con un gurruño de papel del enésimo billete de lotería no premiado. Intentaré sin éxito acariciar a perros y niños. Después abriré la cápsula piadosamente pulimentada y descubriré otro hatillo liado esta vez con una cinta de un verde brillante. Me sentaré frente al televisor, me engancharé a escuchar los detalles de la operación de Belén Esteban y me olvidaré de abrir este pergamino hasta que un grito, por mí proferido, me hará recordar este último mensaje aunque ya tarde porque, distraído, lo habré arrojado a la ardiente chimenea tras arrugarlo convenientemente. Desolado, cambiaré de canal como quién intenta cambiar el rumbo de su vida, y miraré el parte meteorológico ofrecido por la sin par Conchín Fernández del canal 24 imaginándola completamente desnuda. De repente, la imagen trepidará y mostrará una Carta de Ajuste en mi pantalla plana. Oh lector, tú, por tu probable juventud irreverente e imberbe no puedes saber a qué me refiero; algún día te hablaré de tiempos pretéritos al calor de la chimenea. A continuación aparecerá Matías Prats hijo, se subirá sobre la mesa de su estudio, se desnudará completamente y me mirará directamente a los ojos desde el interior de la pantalla mientras recita con voz neutra: Yo soy Bezo, nací en espíritu en una gran alfombra verde repleta de vacas envuelto en el sonido de una música aún no inventada, soy padre del fuego e hijo de la Luna, hermano de un botijo, y esposo de Sheela Na Gig, soy amigo del dolor. Yo he visto derretirse la piedra, he sobrevolado un valle surcado de maquetas, he sido invisible y he andado descalzo ignorando el miedo, he reído hasta el éxtasis de un gigantesco mulo blanco incrustado en un campo colmado de amapolas, he divertido a reyes y poseído a una Diosa, he sido un número, yo he viajado a lomos de la saciedad, he comido como un vasco, he visto al Viento del Norte bailando sobre mi cabello, he renunciado tres veces y maldecido tres más. Yo acostumbro a dormir a una estrella. No soy, por tanto, muy diferente de ninguno de vosotros. Por la presente, queda convocada La Sesión Ordinaria, que será extraordinaria, de Música Para Sordos, a las 25 horas en primera convocatoria y un poco más tarde en segunda, en una gigantesca alfombra verde repleta de vacas con el siguiente y único punto del orden del día: Conmemoración y recreación del martirio de Santa Cecilia que, como todos sabemos, fue obligada a escuchar pastorales hasta morir. A continuación Matías se colocará de perfil, adoptará posición de esquiador y ventoseará sonoramente. De nuevo Carta de Ajuste y otra vez Conchín, hermosa, real y vestida con una mirada cómplice que acogerá amablemente mi agotamiento tras los sucesos del día. No tendré más remedio que hacerte partícipe, estimado lector, de esta revelación, sin duda relacionada con profecías precolombinas de lejanas galaxias paralelas.
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