SBANAS DE FRANCIA (dedicado a Macarena Casalaspro)
Publicado en Aug 06, 2013
“Louis Férand, Paris”. Se leía en la etiqueta. Los volados en seda de un color rosa viejo, tal como el zodíaco indicaba favorecerla, y un estampado acorde en la mejor tela. Eran las mejores sábanas que había tenido en toda su vida. Sábanas de dos plazas. Para su cama de dos plazas, que ya no pensaba compartir con nadie. Agradeció gentilmente el regalo de su amiga; pero cuando ella se hubo retirado, las guardó prolijamente en un cajón: no mancharía su textura con la triste soledad que la ceñía.
Transcurrieron varios años de sábanas celestes, donde se hizo necesario algún reemplazo... celeste, también. Y celestes y gastadas presenciaron el cambio de siglo, las crisis, las noches en vela... Fue a fines de una primavera, en que él se acercó a ella; probablemente, por curiosidad. Y ella le respondió con un trato correcto y amable, pero distante. Era un hombre, y ella los conocía muy bien. Sabía que respondían todos a un mismo y primitivo patrón de conducta. Conocía de antemano sus movimientos. ¿Qué fue entonces lo que permitió que la mayor pasión de la historia se desencadenara en aquel barrio olvidado por la intendencia? Tal vez aquel beso al que ella se resistió. O la tristeza y el dolor que él le convidó, y que compartieron fraternalmente, mientras sus cuerpos reclamaban amor. Y fue verano el momento de las sábanas de Francia. Y fue el otoño también, y aún el invierno. Ninguno de ellos pudo gobernar los tiempos, ni entender los impulsos o el afecto. Fue el ahora y el nunca. Hasta que un día, el infalible Cronos enfrentó a Poseidón en el instante exacto del plenilunio, y ella supo que era el fin: él no regresaría. Lavó por última vez sus sábanas de Francia. Desdobló las celestes, tan gastadas, y las extendió sobre la cama. |
kalutavon
Olga Karpuk