El ejercito de las araas
Publicado en Aug 10, 2013
Los días de verano en el norte siempre fueron un tanto serenos, más bien tediosos. Sin mucho que hacer más que ver las horas pasar, salir a dar vueltas por la plaza, o por último conversar un rato con la guitarra, quien fue desde siempre fiel compañera de historias y canciones hermosas. Aun así, volvía aquí cada enero, desde que tenía trece años; a veces un mes, a veces incluso más, sabiendo continuamente que cada año sería igual que el otro.
Muchas tardes me las pasé en mi habitación, tocando mi lira, leyendo, o escribiendo alguna singular historia distorsionada y abstracta que mi mente provocaba producto del aburrimiento cotidiano, y mi razón de volar más allá. Hacía tanto calor a mediados de enero, que ni la ventana abierta hasta atrás y el ventilador prendido al máximo, eran suficientes para apaciguar el infierno que se vivía entre aquellas cuatro paredes. Esto hacía un ambiente exquisito para unos pequeños seres de ocho patas. Venenosas y sigilosas eran las temibles arañas, que caminaban entre rincones y paredes de toda la casa. Siempre los eh considerado animales maravillosos, incomprendidos sobre todo en este mundo tan enajenado; pero que podía hacer, su veneno era mortal, y si me mordía a mi o a alguien de la casa probablemente nos causaría la muerte. Mi pie fue su más grande depredador, no me agradaba quitarles la vida, pero tenía que hacerlo. A veces aparecían unas enormes, casi tan grandes como mis manos, rápidas como el viento en comparación a su tamaño, movían velozmente sus ocho patas entre las paredes de mi cuarto, me costaba cazarlas, pero finalmente les daba un alto a su peligroso andar. Un día pasó algo diferente, que desde mi punto de vista me pareció peculiar, extraño y un tanto utópico. Hace ya varios días que no veía una sola araña; el calor seguía siendo abrumador, y la humedad de las paredes y rincones de mi dormitorio estaban como ambiente de hotel cinco estrellas para la comodidad de los arácnidos. Fue entonces, una noche de principios de febrero justo antes de acostarme a dormir cuando la vi; una espeluznante y enorme araña de rincón, pasó por detrás de mi escritorio junto a los libros. El reloj daba las diez en punto, cuando me dispuse a cazarla. Era tan grande que no me atrevía a matarla, ya que si fallaba a la primera, esta podría habérseme lanzado encima o morderme la mano. Tenía un frasco de esos grandes, donde hacen mermeladas y conservas para el invierno; lo tomé y lo acerqué al arácnido con una cautela y delicadeza de escultor, lo puse sobre la araña y la atrapé. Esta se movía de manera desesperada dentro del frasco, el cual cerré rápidamente para que no escapara. Dejé el frasco sobre el escritorio, tomé un respiro y me acosté a dormir. Al otro día temprano la vi, con sus ocho patas extendidas dentro del frasco, abarcaba más de la mitad de este, era verdaderamente impresionante. No quise hacer absolutamente nada, simplemente la dejé ahí. Me dedicaba a observarla todos los días, a tomarle fotografías, a verla de cerca con una lupa, pero no me atrevía por ningún motivo a abrir el frasco. Pasado el tiempo me fui olvidando del arácnido. Ya estaba por volver al sur, cuando las últimas noches de sueño fueron un tanto diferentes a las demás. Por las noches tenía visiones extrañas, podía ver como miles de arañas se subían por mi cama y me rodeaban sin tener la posibilidad alguna de moverme, dispuestas a acabar con mi existencia, para lo cual bastaba la mordedura de tan solo una de ellas para realizar su cometido. Por las mañanas despertaba un tanto inquieto, ya era reiterado el sueño con las arañas, enfermizo e irracional a veces. Seguían pasando las noches, y seguía viendo las mismas imágenes, esta vez se tornaron más violentas, las arañas eran cada vez más, y ahora me dejaban marcas de amenaza, su mensaje era claro, pronto me matarían. Esa misma mañana despierto muy temprano, a eso de las seis y media, me levanto y prendo la luz, el piso estaba frío y el sol aún no alumbraba; miro al techo y veo todo blanco, como nubes esponjosas y espesas. La techumbre de mi cuarto estaba completamente cubierta de tela de araña. Quedé silente un instante, jamás pasó por mi mente que la causante de esos actos y de mis sueños, fuera la enorme araña que tenía prisionera en ese recipiente de cristal. Rápidamente removí las telas del techo con una escoba; volví a la cama. Dormí intranquilo desde aquella mañana. Al día siguiente me levanté muy temprano, fue un domingo como cualquier otro. Por la mañana fui al cerro como acostumbro a hacer algunos fines de semana, bajé a eso de las once a ducharme y continuar el día. Todo andaba tranquilo, aunque seguía inquietándome lo que había sucedido la mañana anterior. Por la noche a eso de las diez me fui a dormir. En menos de cinco minutos ya estaba profundamente dormido en mi camastro. Deben haber sido las cuatro de la mañana cuando comenzaron nuevamente las pesadillas, esta vez me inquietaban aun más. Veía sobre mi escritorio miles de arañas que planeaban la venganza hacia mi persona, murmuraban cautelosas su cometido. Abrí los ojos desconfiado y miré hacia donde estaba el frasco con el enorme arácnido dentro. Resultó que mi pesadilla se hizo realidad, y entonces saltaron miles de arañas sobre mí. Aun era de noche; me dijeron que si gritaba me matarían, si hacía el más mínimo intento de escapar acabarían conmigo. No lo podía creer, esto era irreal, no era un sueño; estaba seguro que era la realidad, la peor de todas las realidades imaginadas. De pronto el gran arácnido del frasco clamó un grito al cielo. –Liberadme cabrón! Las arañas ahí se alejaron un poco de mi, dándome paso para ponerme de pie e ir al frasco a ver a quien era su líder. –Tú me encerraste aquí hace más de un mes, y eh convocado a mis hijas a que pongan fin a tu burdo acto. Me costaba comprender el cómo podía estar parlando con una araña, entonces le dije: - Jamás pensé que mi acción tuviera una consecuencia tan insólita e inesperada. El ejército de las arañas quería acabar con mi vida, se lanzaron nuevamente sobre mí, en el preciso instante en que su líder gritó –Nooooooo!!!!!... Hubo un silencio, y luego un respiro. Su adalid les dijo que no era el momento, que si me mataban nadie la liberaría de esa prisión de cristal. Rápidamente se disiparon muy lejos, quedamos solo ella y yo. Discutimos hasta el alba de aquella mañana, su sed de venganza fue disminuyendo con el transcurso de las horas. Le dije que estaba arrepentido, pero que si me mataban, nadie la iba a liberar jamás, y sería prisionera entonces para siempre. La araña tenía sus dudas, no sabía si acabar con su cometido, o ceder a mi propuesta. Juntos llegamos a un acuerdo diplomático, en el cual yo la liberaría y dejaría en paz a todas sus hijas y hermanas para siempre. Todas las arañas se reunieron a nuestro alrededor; tenía mis inquietudes, no sabía si confiar en ellas o no. Finalmente abrí el frasco, el arácnido tomó un respiro, y con un inverosímil salto se posó sobre la ventana abierta. Antes de bajar al patio y tomar su retirada, me dijo: -No te olvidarás jamás de mí, te lo aseguro. Ya eran entonces las nueve de la mañana, no se por donde pero el resto de las arañas ya habían desaparecido. Esto pasó, fue real; me preguntaba espasmódico. Me senté en la cama, y desde esa misma mañana no volví a cerrar los ojos. Al rato bajé al jardín, miraba las rosas y la ruda olorosa sentado en una banca de madera. Quise despejar mi mente un rato, así que abrí el agua de la manguera y me puse a regar las plantas. A los pies de mi ventana descansaban unas malvas hermosas, junto a las amapolas y los tréboles de febrero, veo a la enorme araña bajo las plantas escondida, obrando con su telar su nuevo hogar. Le dije –oye, debo regar las plantas, ¿por qué haces ahí tu nido?. -Te dije que nunca te ibas a olvidar de mí. Tú me quitaste el oxigeno más de un mes, yo y mis hermanas nos hemos apoderado de todas las plantas producidoras de oxígeno de la zona. Te quitaré la vida lentamente, como tú lo intentaste hacer conmigo. Entonces fue ahí, cuando tan diminuto ser me hizo retroceder, me di cuenta lo insignificante que somos como humanidad, lo egoístas y mezquinos que son nuestros actos, ante los seres que según nosotros son inferiores. El bello animal me conmovió, no me atreví a regar las plantas por temor a quitarle la vida, en un agonizante ahogo eterno. Desde entonces comprendí la frágil inocencia, desde aquel día vi siempre más allá. Hoy estamos condenados, el oxigeno se extingue poco a poco, la ciudad crece y los bosques desaparecen. La hecatombe era ineludible, los días de la humanidad estaban contados, por el burdo sentimiento de matar, de no mirar con sus ojos a la hora de actuar, de no apreciar la naturaleza como tal, de tener los corazones llenos de un hambre de poder y superioridad, de no comprender el sencillo arte de amar.
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Roberto Funes
Adrian Arriagada
Elvia Gonzalez
Adrian Arriagada
Carolina Aguilar Vlez
Adrian Arriagada
Carolina Aguilar Vlez