Ocurrencias.
Publicado en Aug 18, 2013
A Claudia.
Es de luna, la noche de las cuchillas, silencioso nácar sobre el paisaje. Se acerca lenta, Ella, tan blanca a la crisálida que se abre, le murmura una o dos cosas sobre la sal. El paisaje silencioso, apenas se estremece, recuerda el roce del cuerpo hembra sobre la corteza de los talas. De querer no se cansa nunca, querer el pasto, el viento, el agua, un destello en los ojos, la luminosidad de su amado solo. Pasa cerquita de los árboles y no culpa a las hojas por quererlo también, Ella, lo quiere tanto, que no le teme al calor, en el silencio rumoroso del viento, lo llama. Y Él baja a yacer, de lleno, que no sabe menguarse, ni crecerse, siempre es pleno, siempre es un entrecerrar de los ojos. Amanece enredada a él, con el ámbar cayéndole sobre los pastizales, amanecer azucarada por el remolino. Sus pies pisan las raíces, la lomada entera cruje, la crisálida no sabe cuándo hacerse a vivir, si no es día ni noche. Mezcla los sapos con las chicharras, confusión de los peces, un dios envidioso, los espía entre los maizales. La luz viborea entre los yuyales y se pierde, capa enceguecida, que se va por la pendiente débil. Es tan frutal el amor que les nace, tan bullicioso, tan incendiado el azar que los juntase. Y de repente, como si nada, un soplo material, incorpóreo, pobre río lechoso de un dios cualquiera, los asciende de un tajo al cielo. Y todos los habitantes de entre los ríos, salen a andar entre los dibujos, las palabras, los hijos, las cosas de barro que se secaran al sol, los peces que morderán el anzuelo por besar a la luna, olvidados, mordidos, hijos de un amor tan ocurrente.
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|