La Habitacin
Publicado en Aug 23, 2013
Cuando se construyen las casas, los constructores o quienes las diseñan no tienen en cuenta que quienes las habitan construyen ahí su vida. Así fue como ella edificó allí su mundo, hizo cada sueño realidad y volcó cada pensamiento en las hojas de los cuadernos que poblaban su escritorio. La habitación, la pieza o el cuarto, según donde empleara la palabra fue su lugar, el lugar que se convertía en escenario cada vez que de niña se transformaba en una actriz famosa ganadora de premios, una oficinista o maestra de una escuela en donde daba a sus muñecos lecciones de alguna asignatura hasta de moral. Utilizaba el interior de las puertas de su placard como pizarrón, el mismo placard que de adolescente odiaba ordenar y su mamá tomaba de anzuelo ante el pedido de salir. Cada vez que recuerda su habitación lo hace con una sonrisa, de esas sonrisas que suelen dibujarse en los rostros cuando un buen recuerdo viene a la mente. Le encantaba redecorarla y cambiar constantemente los muebles de lugar, patinar con los patines de tela sobre el parque encerado simulando ser una gran deportista en las olimpiadas, pero a la hora de jugar con los tacos altos de su mamá se le complicaba ya que sobre los patines no podía escuchar el taconeo y sentirse grande, allí la magia se disipaba. Sus paredes además de guardar risas, llantos, gritos, deseos, secretos… eran los murales perfectos para sus pósters, cuadros de fotos, títulos. A medida que fue transcurriendo la vida esas paredes fueron la muestra de sus cambios de sus gustos por la música, el teatro, el cine y sus logros personales. Durante los veranos ponía bajo la ventana, que daba al costado de su casa y que con solo abrirla podía olerse el bello perfume del jazmín que cada primavera la abuela se encargaba de podar o de mutilar según ella, porque lo dejaba tan pequeño que siempre temía que no volvería a florecer, su cama para poder dormirse viendo el cielo estrellado, la luna y con suerte alguna vez ver una estrella fugaz. Y así despertarse con la luz del sol calentando su rostro e iluminando sus días. Días enteros dentro de esa habitación, estaciones, cambios de clima, cambios música con la que ambientaba según sus actividades, pasó allí. La hizo propia, la hizo única. Tuvo la ventaja de no compartirla nunca y ser completamente su esfera. Un día partió y dejó atrás la casa, la habitación… Ahora vive en otro lugar, más alto sin jazmín cerca, ni lunas que se asoman. Cada vez que vuelve le parece muy raro entrar y que nada esté como estaba cuando ella hacía de ese lugar su mundo, pero cada vez que entra, mira, cierra la puerta y al hacerlo el recuerdo de los juegos, los muñecos, los pensamientos, los primeros amores, vuelven y con ellos vuelve una sonrisa, de esas sonrisas que suelen dibujarse en los rostros cuando un buen recuerdo viene a la mente, de esas sonrisas que huelen a caramelo de frutilla, esas que nos indican felicidad, nostalgia y amor. Cintia Soledad Albenque
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