Hay un hombre sollozando de angustiosa pena en un muelle nocturno.
Es tan corta la vida y tan largo el destino que cualquier hombre se rompe la cabeza
contra un cuadro de Van Gogh
o dilata sus ojos vidriosos mientras se pierde en los laberintos letras oníricas de Artaud.
Somos una especie en extinción, mucho más que el delfín blanco,
y nos hacemos la guerra entre nosotros como nunca lo harían las hormigas ni los leones
y nos morimos tan lenta y rápidamente al tiempo, que no comprendemos la enseña de Storni.
Borges nunca pudo ser feliz ni Rimbaud pasar una temporada en el cielo,
será por eso que cuando pensamos en el uno o en el otro los recordamos temblando en los labios.
Tengo un amor, o dos amores, o serán tres, cuatro, cinco o seis amores
donde reside mi numen humano.
Tienes mucho más que magia para dar. Eso es demasiado más que leer un libro de Milan Kundera
y luego dar cátedra de historia checa o de filosofía surrealista…
Un hombre mató un sentimiento y luego mató un cuerpo: el sentimiento era suyo, el cuerpo también.
Y hablando rápido y mal: ¡Que ganas de mandar todo a la mierda! O patear el tablero (piensa el corazón)
Mas
tengo un amor, o dos amores, o tal vez tres, cuatro, cinco, seis amores… ¿siete amores?
Oigo una melodía del Sabina y se me amarga el jugo de naranja, se me enfría el mate y no se abren las sábanas de mi cama.
Te oigo a ti y es como oír La Novena Sinfonía de Beethoven. Y ya no oigo el temblor que provoca el cañoneo perpetuo de la vileza.
Tengo sangre en la venas y mucho más que sentimientos en el corazón.
Hay dos hombres sollozando de angustiosa pena en un muelle nocturno. Había sólo uno:
el otro soy yo, que fui a hacerle compañía en el llanto, pues suelo llorar de angustia también.
Ahí, llorando frente al mar, representamos a absolutamente todos los hombres buenos del mundo.
Y todo lo demás sobra. Porque sobra una lágrima de cocodrilo…