Emancipado (Actualiz.)
Publicado en Aug 28, 2013
Álex se levantó aquel día a las ocho de la mañana. Aunque lo había estado pensando, decidió no dormir en la cama de sus padres pese a ser más ancha y cómoda (metro y medio frente a una de un metro y cinco centímetros), ya que entrar en aquel dormitorio no dejaba de producirle una sensación de subordinación ante la autoridad paternal. Entrar ahí le hacía recordar que, aunque no fueran a estar sus padres a lo largo del año, seguía siendo el hijo, y la casa no era suya. Por ello, durmió aquella noche en la misma habitación donde lo hacía siempre y en la que tenía además su armario y su escritorio con su ordenador de mesa y sus libros.
Pero, las ocho de la mañana... Para ser un día de vacaciones (era el último día de agosto), estaba madrugando mucho. Así que bajó las persianas para evitar que penetrara la luz en su cuarto (el "camarote", como solía llamarlo), giró la cabeza, y pensó en dormir una hora más. Aquella hora más se convirtió en cuatro, y la siguiente vez que Álex abrió los ojos eran ya las doce de la mañana. Se estiró, ofreció a los muebles un sonoro bostezo, y se levantó. Se enfundó unas pantuflas azul marino con un escudo, una bata negra y gris y tras levantar la persiana y abrir las hojas de la ventana, fue a la cocina sin hacer la cama. Allí, sacó el paquete de jamaican blue mountain que sus padres le habían dejado, cogió unos cuantos granos, y los molió en el molinillo eléctrico, para después prepararse un rico café "matutino" en una clásica cafetera italiana. No era su desayuno normal, pero le daba pereza hacerse el común café acompañado de cereales con leche y un vaso de zumo, además de que a esa hora se le podía juntar ya con la comida. Lo saboreó hasta acabarlo, y entonces depositó la taza en la pica de la fregadera, donde la fregó para después dejarla en el escurridor. Se acordó de que iba a estar todo el año solo en casa, por lo que debía ser un buen amo de casa y hacer su cama. Regresó a su cuarto e hizo la labor, sintiéndose particularmente orgulloso por ello pese a lo pueril del acto. Después de ducharse, se vistió con un pantalón vaquero y una camisa azul marina abierta por la que asomaba una camiseta blanca, y pensó que debía ir a comprar algo de comida. Lo que sus padres le habían dejado eran carnes y pescados congelados, junto con bastantes verduras, y le daba mucha pereza ponerse a cocinar. Lo mejor era ir al supermercado y coger algo de comida preparada, de esa que basta con calentar en el microondas y comer. Cogió sus cosas y, tras salir al rellano y cerrar con llave la puerta, sintió una sensación de aventura. Era algo que había hecho muchas otras veces (incluso estando solo en casa, cuando sus padres se iban de vacaciones), pero el hecho de que fuera a estar todo un año, debiendo cuidar del hogar, se le antojaba como que estaba plenamente emancipado. Cierto que era un placebo, ya que ni era algo definitivo, ni era su casa, ni su coche, ni su dinero el que iba a mantener los gastos, pero él creía ser un hombre independiente. Salió del portal, y el sol le saludó con un reconfortante calor estival, que invitaba no a ir al supermercado que tenía doblando la esquina, ni a la frutería o a los ultramarinos, sino pasear desde su casa en el barrio de San Juan hasta el centro de Pamplona, y disfrutar allí de una suculenta comida en un lujoso restaurante. Se dirigió a una sucursal bancaria a dos calles de su portal, y comprobó su saldo en la cuenta. A los quinientos euros ahorrados, sus padres habían añadido ocho mil, con la intención de que sirvieran para que el chico se pudiera mantener hasta julio del año siguiente, cuando ellos volverían. La casa ya estaba pagada desde hacía años, así que de ahí debía descontar facturas, gasolina del coche, el seguro, la matrícula en tercero de Derecho y cosas por el estilo. Álex pensó que le sobraría mucho, así que porque un día se diera el capricho de una buena comida, no pasaría nada. Y así, enfiló por la avenida de Bayona en dirección a su restaurante de hoy. No tenía ni idea de cuál, pero ya buscaría. Cuanto más selecto, mejor. Tenía que celebrar que era su primer día como emancipado. Álex optó por un conocido restaurante de Pamplona famoso por gozar del reconocimiento de una estrella Michelin. Después de pagar los cincuenta euros de su comida con un cierto desdén, como si de ello dependiera mostrar su nueva gran solvencia económica, salió del restaurante satisfecho, y pensando que no tenía nada que hacer en casa, decidió pasear por el centro de Pamplona. Gastó todo el tiempo de la tarde yendo sin rumbo fijo, perdiéndose por las calles y deteniéndose en algunas terrazas de bares para disfrutar un café hasta que fueron las ocho y media. Dada la hora, y que si volvía a casa tendría que cocinar, pensó que lo mejor para acabar el día sería cenar también fuera. Y así fue. Salió del restaurante donde cenó con el estómago pesado por las dos fuertes comidas que había hecho a lo largo del día. Por ello, se puso a pasear sin rumbo fijo, para así bajar la comida antes de ir a su casa a dormir. Y fue entonces, al doblar la esquina de la avenida Carlos III con la calle Cortes de Navarra, cuando vio un hecho que sin duda recordaría y le marcaría durante todo el año.
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