vivier en la calle
Publicado en Aug 30, 2013
Yace un hombre de avanzada edad en mitad de la acera con la cara desfigurada y la piel ennegrecida, balbuceando rezos ininteligibles, la multitud se arremolina en la parada de la línea 9 cuando todavía las pastelerías despiden un inconfundible e intenso aroma a café recién molido y a tostadas con mantequilla. La marabunta, describiendo un círculo en torno a él, mira de soslayo al pobre desgraciado que pide limosna inútilmente en cuatro renglones mal escritos sobre una caja de cartón desvencijada, y una platito con monedas de cobre que el mismo ha dispuesto estratégicamente. La noche ha sido fría y sus huesos y riñones se resienten, pidiendo calor en forma de punzantes y sordas súplicas.
Un hombre alto y de fuerte constitución repara en el mendigo y ofrece algo de cobre que es aceptado con una sonrisa lastimera y una mirada de complicidad, con la intención de crear un vínculo con su benefactor. El hombre generoso guiña un ojo y sigue su marcha pues no posee más tiempo para asistir al anciano. Despierta cada mañana, aterido y con una fuerte migraña que no lo abandona hasta media mañana. Su primera tarea autoimpuesta consiste en caminar trabajosamente, debido a su maltrecha pierna derecha, hasta el parque que domina desde su mirador la periferia de la ciudad. Realiza como todos los días sus abluciones con rigor junto con otros mendigos como él en una fuente suntuosa donde dos siglos antes se recogían con pozos el agua que escupen las grandes cabezas de león Su estómago, ridículamente pequeño subsiste a base de raspas de pescado y sobras putrefactas rechazadas por los perros. Sin embargo el bocado más amargo y repugnante es el de la soledad, que impregna su alma y engulle sus sentidos, como un relámpago que aterriza violentamente en el mar.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|