Al contemplar el cielo caigo rendido y completamente eufórico a los pies del viento, es entrañable e irrevocable no admirar el dulce danzar de las estrellas y la luna, danzan y danzan al compás de sonrisas e ilusiones, y mueren en pedazos de lágrimas y angustias encerradas en un cajón viejo. Noche a noche a la orilla de mi habitación contemplo el oasis de mi soledad, y justo allí al observar cuan grande paraíso, termina mi lamento. Se arranca de mi orgullo toda reminiscencia y se desempolva mi dulce desosiego; Al contar cada estrella se simplifica cada verso en tu piel y tus lunares turbados, al contarlas a ellas es como seguir el rastro de tus ausencias, derrocar el miedo que me lleva a contarte en un millón de estrellas... Es justo allí, al observar cada estrella fugaz y pedir deseos sin correspondencia, sé que el mundo tiene sentido.
Luego turbado en mi cama, mi inocencia transciende lo físico, la utopía me llena el alma e imagino uno a uno mis danzares, luego con una pluma en mis dedos y una lágrima en mi pecho me ligo a tu imagen en blanco y negro, escribo y escribo como el agua del río correr por todo su caudal, la luna me acompaña ¿cómo no amarla, si es mi compañera de recuerdos y soledad? y así traspaso mi desquebrajado corazón; el ocaso, bullido ocaso, la aleja de mi realidad, las hojas caen de árbol en árbol y trenzan mi camino, desde el más hondo de mis latidos, los sonidos del silencio aturden mis gritos, que desde el fondo de mi alma extraña sus ecos, cada mañana trae sus melancolías, sus ausencias, sus pesares y yo sólo espero con gran desolación el atardecer, su fuerza, su alegría, la luna con sus anhelos, espero sentado en mi cama el encuentro con mi amada, con un lápiz y un papel y sus recuerdos en mis dedos