SOMNUS
Publicado en Sep 08, 2013
somnus
El celular de Adriana sonó. Entre el tumulto de gente y los gritos de euforia de los niños que veían al león dormir su siesta, el repique parecía un bisbiseo. No era más que un tonito simple, posiblemente el único "ringtone" viejo que los celulares todavía tienian integrado. Pero ni aun así tuvo que sonar dos veces para que ella contestara, tampoco hizo falta ver el identificador, ya sabía quién era. -Estoy bien -dijo Adriana con una sonrisa inconsciente. Su madre le había marcado, por cuarta vez, para preguntar como estaba-. Ahora estoy viendo a los leones. -Oh, que bien hija...-la voz del otro lado del teléfono pedía lo mismo de siempre... "cuidate". Adriana miro al cielo con resignación. -Si mamá, nada mas vemos los osos y ya nos vamos... -aguardo en silencio con el celular en la oreja, y la nada respondió nada. Entonces suspiro-. Vas a marcarme, ¿verdad? -...Eh... -la suave voz titubeo-. No, mejor no. De todas formas ya vas a regresar... Adriana esbozo una sonrisa algo sombría y suspiro. Vivir con una madre eternamente preocupada no le era difícil. No después de once años. -Bueno, mamá...-pensó Adriana por un segundo-, Te llamo cuando entremos a la ciudad. -Si, hija -dijo su madre con emoción-. Pero... mejor te marco yo para que no gastes tu saldo. Si. Seguro moriré por gastar dos minutos de mi valioso tiempo aire. Pensó Adriana para sus adentros mientras se acariciaba la frente con la mano. -Como quieras, Mamá -suspiro-. Llámame tú. Se despidió resignada y colgó. Guardo su celular en el bolsillo delantero del pantalón y miro de reojo hacia atrás, cruzo los brazos y se dio vuelta. -¿Y tu...?-pregunto, al ver un par de ojos que la observaban a distancia-, ¿Qué tanto me vez? A pocos metros, se encontraba una chica. Media al menos un metro sesenta, y tenía el cabello negro. Iba vestida de tonos vivos de pies a cabeza. Y resaltaba una gran sonrisa en su rostro. -... ¡Dios! ¡Dame paciencia! - exclamo la alegre joven mientras alzaba las manos de forma casi teatral. -¿Qué? -pregunto Adriana, con ojos grandes y curiosos. -estoy diciendo lo que estas pensando -afirmo con una amplia sonrisa. Adriana miro a la joven con la boca abierta. Luego cerró con fuerza los ojos y negó con la cabeza. -Estas loca Gabi. Bien loca. Gabriela ladeo la cabeza y se rió como una niña. A sus dieciséis años conservaba aun ese encanto infantil que hacia sonreír inconscientemente a las personas. -Loca. Tu, amiga. Yo ya hubiera tirado el celular en el charco de los patos desde hace horas... -Gabriela miro hacia el cielo en una reflexión fugas y luego hacia Adriana-. No. ¡Desde hace años! Adriana suavizo el rostro y sus labios se curvaron hacia atrás en una especie de sonrisa triste. -Ya sabes por que lo hace -dijo, mientras le lanzaba una mirada recordatoria. Para Adriana, el carácter de su madre era justificable. Pese a que no recordaba el suceso del antes y el después. Montserrat Rodríguez, era madre de dos hijas, esposa y profesionista... según cuentan los relatos, tenía un semblante siempre alegre y despreocupado. Chef principal del restaurante de un hotel de lujo, y Fan oficial del servicio de niñeras. Que vueltas da la vida. Y después de dieciséis años de rutina. Las casualidades no pudieron ser más crueles. Montserrat conducía a casa un 14 de diciembre, poco antes de las 12:00pm. Por primera vez en tres años seguidos, decidió llegar a casa, (a lo que consideraba temprano), para pasarla en familia. ¡Dios!, Aquel día ella prepararía la cena, y le dejaría el día libre a la nana. También vería películas con sus hijas para luego acostarse tarde. Si. El plan que tenia en mente la convertiría. Aunque fuera por un rato. En la madre perfecta. Lástima que, en la ruleta macabra de la vida... Los humanos caminamos sobre suelo de cristal. Montserrat sintió un vació en el estomago al ver las luces. Acaso ¿aquella casa repleta conmoción seria la suya? No quería que fuera, pero, maldición. Si era. Y no solo sus vecinos estaban ahí tapando la calle. También la policía, ¿Qué hacia ahí la policía? - ¡Dios! Las niñas, pensó aterrorizada y piso el acelerador, ¿Qué habría pasado? ¿Un asalto? ¿Un secuestro?... Oh. No. eso no. El chillido de los frenos espanto a la primera línea de curiosos que rodeaban su propiedad. Ni siquiera apago el coche, solo abrió la puerta y salio corriendo. Al llegar a la entrada se paro en seco. No había notado la ambulancia. Y al verla, el mundo se le vino encima. -señora...su hija... hicimos todo lo que pudimos...- Las demás palabras sobraron. Solo deseaba verla... verla y despertar. Para Adriana que en ese entonces tenia cinco años, lo ocurrido se perdió en su memoria. Tanto esa noche como todo lo demás.
Página 1 / 1
|
kalutavon