Los artificios de la muerte
Publicado en Sep 01, 2009
Veo los lúgubres artificios de la muerte.
Sus desatadas manos aún sin resquebrajaduras. Se que ha sido la compañera inseparable del hombre desde los tiempo anteriores a la memoria. Siento su forma taciturna rondar en los conventos La oigo tender emboscadas en los catres más finos. No lleva guadaña alguna ni anda en secreteos. Visita por igual hospitales, escuelas e iglesias. Puede aparecer subitamente en una acera o en la pequeña siesta de los Asturianos. Es una semilla que germina en un segundo. Es una bestia salvaje que persigue al errabundo. Los colibríes caen de súbito en su vuelo y los rostros se vacían de manera instantánea. La he escuchado burlarse en pesebres y campanarios. Y mover sus alas oprobiosas como si fuesen claridades. Lentamente, Muerte y Tiempo ponen arrugas en los rostros. Pueden truncar el verdor de las savias más dulces. La muerte viene a pesar de nuestras tercas protestas. Arrastrándose sobre las formas y los contornos calurosos. Dicen que siempre va de bayoneta calada y que se tiñe de almíbar y se detiene en las esquinas. No la veo pero mi alma la intuye pero he oído a veces sus carcajadas fúnebres. La Muerte es la Hermana mayor del Tiempo y, entre ambas, hacen estragos colosales: Pedacito a pedacito nos retiene y nos lleva. La muerte sella las frentes desde que nacemos. Sólo somos trazas borrables que, aún sin quererlo, la esperamos. Su llamado es universal e irrevocable. Consume por igual al asceta y al incrédulo y espera por todos para volvernos vértigo y vestigio.
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