Me conoces, sabes que mis nervios me traicionan, que la impotencia  lastima  la palma de mis manos, que no encuentro las palabras  adecuadas que se aglutinaron en mi garganta.
Adivinas  que el laberinto por el que transito es el más largo; que mis vueltas son de estudio, que investigo algún atajo mientras quiero hacerte creer que estoy segura, que tengo todo meticulosamente pensado.
Muerdes tus comisuras para evitar el llanto; tragas los nudos que sin querer entrelazo y cambias la mirada de dirección para hacérmelo más fácil.
En el paisaje en el que nos sumergimos soplan vientos que asfixian y sin aliento;  hace tiempo, a ellos nos entregamos. El  ancla  que nos inmovilizaba es tan pesada…  y los dos ya sin fuerzas, con los brazos demasiados largos, acariciamos el terreno  que repentinamente se cubrió de arena.
Quema la verdad que negamos entre sábanas frías,  duelen las caricias torpes de la rutina, traen sed los besos apurados y la ausencia de gemidos entre abrazos.
La costumbre actuó con egoísmo, acaparó todo lo que teníamos y  con una desconocida  energía,  el círculo  nos expulsa, ya no quiere más mentiras.  Estalla  enfrente lo que teníamos, se muestran los colores esfumados del arco iris llovido y borrado; es tan antiguo, está ajado.
Tus ojos no me ven aunque me miran, tus manos me tocan  pero no  acarician y lo peor es que ya no importa; compartimos los guantes y las gafas mientras negamos  que la sensibilidad se fue de casa.
Me conoces, sabes que llegó la hora. Sabes qué es lo que me cuesta expresar y callas. Tus manos grandes  aprietan las mías y asientes con la mirada. Y yo, que te conozco, sé que no hacen falta más palabras.
Tu espalda gigante lleva el cartel de despedida, te marchas y sé que aunque cueste abandonar la rutina  ambos agradeceremos haber puesto final a una historia que ya no tenía salida.