Ella es paciente, espera el momento menos pensado y aparece. Con aires de arrogante, con una soberbia desmedida de aquellas que saben de su autoridad y del poder que me domina.
Aparece y ya no soy la misma. Una fuerza oculta impulsa a mi interior a querer rebelarse, a salir con ráfagas de mi garganta, reservada para la ocasión que con un chasquido de dedos ella la dirija. Los ojos se me llenan de lágrimas, busco luz para aliviarme y controlo la humedad que recorre  a mi rostro demacrado.  
Nunca es bien recibida, jamás la espero con alegría; sin embargo, ajena  a mis sentimientos siempre me visita. Cambia mi voz, mi respiración se agita; impide concentrarme, me anula y ella sigue así, como si nada, por mi vida. Toda mi vida.
Ya lo siento, es su cómplice, se me hinchan los ojos y la nariz sin olerlo lo adivina. Viene y en un estruendoso estornudo que por un momento me alivia, veo que la señora alergia se ríe de mis lágrimas, de mi frágil defensa contra su ataque, siempre  sin  trincheras.