A Pasolini (editado brevemente el 21-05-17)
Publicado en Sep 15, 2013
Qué muerte inmerecida, Pier Paolo; qué forma de fundirte entre las cosas, vos que volabas, y era tu compañero la luna. Cuando la luz temblaba en tu conciencia, cada muchacho hambriento te calmaba el hambre, cada cuerpo caliente te daba la mano, y marchabas hacia arriba o hacia abajo, no sé, mirando la pupila de los niños. Te elevaban como ángel y proyectabas tu vida a cada comienzo de la aventura. Descansas con una palabra en la cabeza, con una flor en la mano, con una paloma enmudecida en cada oreja. Más allá los que amaste te dicen adiós, (los que tuviste entre tus brazos) y sollozas, tal vez desconsolado por ver tanta tristeza al borde de los amigos fieles. Estabas escribiendo un viejo manual de palabras, de actos, de recuerdos, que quedo inconcluso. Allí se adivinaban los ecos de murciélagos, de arañas, de redondas y estallantes flores. Cada página era la historia del hombre sobre su tierra. Cuando te llamaron para trazar el gran poema de la muerte, caminabas descalzo entre los pétalos, entre las ortigas; y no tuviste tiempo para despedirte: no dijiste adiós; tu voz salió sangrante y espumosa por una herida negra, y tambaleante quedó fija en la conciencia de los hombres vivos. Ahora todo quedó mudo; bajas al fondo de tu tumba y llevas una porción de magia, de sábanas inquietas, de manzanas azules ante la quietud del sol. El viento te saluda, las colinas de Roma borran tus tormentos, y tu sonrisa mira los espejos de la vida. Y se refleja.
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