La abuela
Publicado en Sep 18, 2013
La luz de la mañana se colaba tibiamente por las cortinas de la habitación de Martín. El pequeño veía ensimismado la televisión sin preocuparse de la hora, estaba acostumbrado a que su abuela le recordara la hora que debía levantarse. El sol besaba los pies de su cama con insistencia cuando su programa favorito hubo terminado. Le llamó la atención que la “nona” como solía llamar a su abuela, no hubiese venido a pedirle se levantara. Quizás me dejó terminar mi programa - pensó - con la idea que prontamente apareciera. Quería aprovechar el quedarse un poco más en cama pero se hallaba inquieto. Se bajó en puntillas y se asomó a la puerta, divisó a la abuela sentada en una silla del comedor y corrió de nuevo a acostarse. Sólo está descansando un poco – aprovecharé para quedarme otro poco más en cama- se dijo para sí, mientras se arrollaba entre las sábanas. El calorcito de èstas, más la tibieza del sol que ya abrazaba la mitad de su lecho, lo llevaron a conciliar el sueño. La televisión seguía encendida, las noticias le hicieron suponer que ya era tarde. Se levantó y se puso la ropa del colegio, se peinó y fue en busca de su abuela para almorzar. Para su sorpresa, la encontró sentada en la misma silla. Se acercó despacio y la vio dormida. Volvió a su pieza. Jugó en el piso, hasta que terminaron las noticias, sabía de algún modo que llegaría tarde al colegio. Volvió al comedor y le susurró a la nona para que despertase, incluso le tomó la mano, pero ella no reaccionaba. Fue a la cocina y se dio cuenta que no había preparado el almuerzo. De pronto comenzó a inquietarse, pensó que la nona estaría quizás enojada con él, porque no se levantó a la hora, quiso ir a pedirle disculpas pero el miedo de que despertara y lo retase le atajó. En puntillas volvió a su cuarto, arregló su mochila, limpió sus zapatos y se sentó en la cama a esperar. Después de un largo rato, volvió a hablarle a su abuela, tocó su mano y la encontró helada, fue a su pieza y sacó una frazada para abrigarle. Se sentía inquieto y no sabía por qué, la casa le pareció de pronto enorme y tremendamente silenciosa, acostumbrado a la bulla de su abuela al arrastrar sus pies y alegar en voz alta, y su ir y venir por la casa. A sus escasos ocho años, asustado, sólo atinó a poner una silla al lado de su nona, y quedarse sentado a su lado tapado con la misma frazada conque la arropara, esperando que despertara de un momento a otro. No sabía ver la hora, pero entendía que debía estar en el colegio – mientras - pateaba la mochila suavemente que apoyaba en sus piernas. Sacó un cuaderno y se estiró en el piso a los pies de la nona a hacer un dibujo para no aburrirse. El frío se posó en su espalda y fue por otra frazada para arroparse. La tarde fue avanzando eternamente para Martín, que vio como el sol se alejaba a través de la ventana. Más tarde llegaría su mamá, seguro le retaría por faltar al colegio y no haber despertado a la nona. El hambre lo llevó a la cocina y encontró una manzana. Se acomodó a los pies de su abuela, enrollado en la frazada, mientras disfrutaba de la fruta. Finalmente el cansancio lo venció y se quedó dormido.
Cuando la madre llegó, los encontró a ambos dormidos. Sólo el pequeño despertó ante el llanto de su madre.
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Raquel Esther Gmez Aguiar
Guille Capece
has escrito un cuento delicado y tierno, lleno de emocion, donde los caracteres estan bien delineados.
Felicitaciones
Guillermo (Argentina)
Esteban Valenzuela Harrington