¿Acaso es igual de importante cualquier muerte? ¿Una que nos es cercana, y otra lejana, o la nuestra propia? ¿Una muerte mediática, una personal y una anónima? ¿Existe una muerte justa?
Para el filósofo, la respuesta es sí.

Enfermo cada vez que los medios de comunicación se llenan la boca hablando del accidente o desgracia de turno en el Primer Mundo. Lazos negros, repetición incansable de morbosas imágenes y explotación máxima del sensacionalismo hasta la saciedad.
Las intenciones de ello, tan deshonestas, son acaparar la atención y distraer al grueso de la población por el mayor tiempo posible, por ello se prolongará el suceso al máximo, saliendo a debate donde sea necesario.
Mientras tanto, en el tristemente llamado Tercer Mundo, incluso en algunos lugares del Primero, la miseria sigue su curso, y más y más vidas humanas son segadas tras inmundos sufrimientos. Y esto ocurre frente a nuestra indiferente y desvergonzada mirada, o bien en silencio a nuestras espaldas. Por ello los ignoramos día a día. Somos cómplices de su desgracia.

Así pues, mis queridos compatriotas españoles, sois todos unos hipócritas y unos inmorales. ¡Me importan una mierda las víctimas del accidente de tren de Santiago! ¡Sí, justo me importan tanto como a vosotros todos aquellos asesinatos  y violaciones en Mali, El Congo, Somalia, Sudán, Pakistán, Afganistán, EEUU y un interminable etcétera! ¡Siento tanta vergüenza sólo de pensarlo que me falta morir!