CON INDICE DE FUEGO
Publicado en Oct 02, 2013
CON INDICE DE FUEGO
Estaban tirados boca abajo, algunos con la ropa hecha jirones, otros, heridos y manándoles la sangre junto con la impotencia y la rabia. Frente a ellos la soldadesca los vigilaba amenazante con el fúsil en las manos y la bayoneta calada tinta en sangre. Agustín Carmona era uno de esos jóvenes que así pagaban la osadía de enfrentarse a un gobierno opresor al servicio de los intereses internacionales. En el estado físico y en el lugar donde se encontraban, los prisioneros desconocían la magnitud del sadismo con el que se había reprimido el mitin multitudinario al que convocaron sus líderes. Este desconocimiento permitía que los más combativos gritaran de vez en vez las consignas que se habían convertido en su grito de guerra y que de inmediato eran acalladas con patadas y culatazos de los soldados. En un acto de irresponsable provocación, Agustín, a quien sus compañeros de lucha estudiantil lo apodaban “El Negro”, al ver un hombre con cámara fotográfica en mano, alzó el brazo e hizo con los dedos la señal de la victoria. Los que estaban cerca de él lo imitaron y algunos más gritaron con una furiosa vehemencia que se desbordaba: —¡Venceremos!, ¡Hasta la victoria siempre!, ¡Venceremos!— El capitán Genaro López que comandaba aquel pelotón, lleno de odio arrebató el fúsil a uno de sus soldados y puso su pesada bota sobre la mano del líder estudiantil y al tenerla firmemente oprimida contra el pavimento de la calle, con la bayoneta cercenó brutalmente el dedo índice del muchacho. Un terrible alarido de dolor se sumó a los gritos de sufrimiento de los heridos y al ulular tétrico de las ambulancias que conformaban la sinfonía macabra de aquella vergonzosa noche del 2 de octubre de 1968. Dos camiones militares llegaron cerca de los prisioneros y sus captores los obligaron a golpes, patadas y culatazos a subir a ellos. El fotógrafo, que trabajaba para un organismo de inteligencia del gobierno y que había captado las imágenes de los estudiantes se apresuró a recoger el dedo de Agustín de entre el charco de sangre que había quedado, lo envolvió en un pañuelo y lo guardó en su mochila de trabajo. La fotografía le redituó un gran ingreso económico cuando la vendió a una agencia internacional de noticias y se conoció en muchos lugares del mundo como parte del testimonio gráfico del 1968, el año que convulsionó los cimientos de una sociedad anquilosada. Tres años y nueve meses estuvo Agustín Carmona en prisión, cuando quedó libre gracias a una ley de amnistía que nunca pidió, era otro hombre. De aquel líder estudiantil de ideales progresistas, combativo, sagaz y congruente con sus ideas, quedaba muy poco, la cárcel lo había deshumanizado. Bien pronto se afilió a huestes izquierdistas antigubernamentales en busca de recuperar su propia identidad, pensó que era el lugar natural para tal fin. Con el paso de los años se pudo encumbrar en el ámbito político utilizando las mismas tácticas sucias, corrupción, cotos de poder y podredumbre moral que tanto denostó en su juventud. Ahora era un Senador de la República, líder nuevamente, en este caso de una de las Cámaras del Congreso y serio aspirante a la presidencia de su país. Conocía los tenebrosos túneles de la oposición política, sus miserias, sus doctrinas amañadas que siempre terminan en oponer y no alcanzan a proponer. Sabía cómo sumarlos a sus proyectos, cómo convencerlos a través de dádivas generosas y de mendrugos de poder, pues él mismo había recorrido ese camino. Inteligentemente creó una red de complicidades entre distintas esferas de poder, lo mismo eclesiásticas que económicas, nacionales como internacionales, de derecha o de izquierda. Pagaba una considerable “nómina” de periodistas, comentaristas, directores de noticieros de radio y televisión, así como jotitos del periodismo de espectáculos que se daban sus mañas para promocionarlo bien. Aquella mañana de principios de octubre, el Senador Agustín Carmona estaba furioso, mientras desayunaba había leído en el periódico una dura crítica a su participación en el acto solemne que se llevaría a cabo esa tarde en el Pleno de la sesión del Congreso. Se trataba de un reconocimiento que el gobierno y el Congreso entregarían a diferentes personalidades, que según la versión oficial, habían servido de forma sobresaliente a la Nación. Entre los que recibirían el reconocimiento había empresarios, deportistas, jerarcas del clero católico, periodistas y militares. Entre estos últimos se encontraba el coronel Genaro López, aquel sádico que le había cortado el dedo índice al Senador. Firmaba la nota periodística Alma Elena Morales, la nota empezaba haciendo un acucioso recuento de los logros y beneficios que se alcanzaron con el sacrificio de la vida de cientos de jóvenes estudiantes, hombres, mujeres y niños que cayeron sin vida hacía muchos años en una noche trágica de octubre. Después, la periodista les preguntaba a aquellos líderes que ahora medraban en las oficinas de gobierno, ¿En dónde había quedado la más elemental dignidad que deberían tener? Luego continuaba vehemente, personalizando: -“Señor Senador, ¡Sí usted!, al que ahora ya no me atrevo a tratar de tú, pues este es un trato que se le da a los que conocemos bien, a nuestros iguales, a los amigos, a quienes se le tiene afecto. Y a usted señor, ya no lo reconozco; la ambición desmedida lo llevó a un plano inferior de moral ciudadana que aún conservamos muchos de los sobrevivientes de la masacre del 68. Ya no puedo llamarlo “Negro”, como cuando estábamos en las mazmorras del cuartel militar y usted me consolaba después de haber sido torturada y violada por los carceleros. Tampoco puedo decirle coloquialmente “El Diecinueve”, como cuando iniciábamos el oficio del periodismo, al que usted ahora sólo acude a comprar voluntades. ¡Mucho menos le guardo afecto!, porque usted es deleznable y por lo tanto se le detesta! —Concluía la nota periodística— A punto de vomitar por la ira, el Senador llamó a gritos a su asistente: —¡Valente, Valente!, ¡¿Dónde carajo estás?!. — El hombre acudió al lado del jefe. —Diga señor — —¡Comunícame con la puta de Malena!— —¿Con la periodista señor? — Preguntó a media voz Valente. —¡No, con tu puta madre! — —¿Con quién más, pendejo?— Gritó exasperado el energúmeno. Luego de intentar varias veces la comunicación y después de hablar brevemente con alguien, el asistente atemorizado le dijo a su iracundo jefe: —La periodista no quiso hablar con usted— —Pidió que viera la revista “Venceremos”— —¡Y que estás esperando para ir por la puta revista!— Mientras Valente regresaba, el Senador recibió varias llamadas telefónicas de afecto y solidaridad; el dueño de una cadena televisora le ofreció iniciar de inmediato una campaña sucia de desprestigio en contra del periódico, la revista y la periodista que lo habían atacado. Un cardenal de la iglesia católica, afamado por la sensualidad de sus labios y por solapar curas pederastas, recriminó en una homilía improvisada “A aquellos periodistas, que faltos de ética agreden sin razón a quienes se distinguen por servir al pueblo”. El mismísimo secretario de la presidencia le habló para comunicarle que “El señor presidente” lamentaba profundamente la agresión de que era objeto y que ya había girado instrucciones precisas para que se aplicara todo el rigor de la ley a quienes resultaran responsables de la falacia periodística. Minutos después, ¡por fin regresó Valente! Entregó de prisa la revista y esperó órdenes. —¡Lárgate!— Le gritó su jefe. No hubo necesidad de buscar en las páginas interiores, ¡la portada era contundente!: “EL INDICE ACUSADOR DEL PASADO SEÑALA COMO TRAIDOR AL SENADOR AGUSTIN CARMONA” Luego se leía: Por María Elena Morales. En memoria de los muertos del 68 y en descargo de la vergüenza que debió hacer sentido mi padre, el fotógrafo “Moralitos” por haber servido a un gobierno de asesinos. La mitad de la portada mostraba la imagen de un frasco que contenía algún líquido blanquizco y en el fondo un dedo índice que se había conservado a pesar del tiempo. Al pie de la fotografía del frasco se podía leer: “LAS MADRES Y FAMILIARES DE LOS ASESINADOS AQUELLA NOCHE, TE SEÑALAN CON INDICE DE FUEGO”
Página 1 / 1
|
LAPIZ ESCRIBE
kalutavon
Romn Romani
Parecía que al día siguiente del acontecimiento (horrible acontecimiento) habían pasado años, no había nada, nadie decía nada, el pueblo estaba de luto y lo peor, el país tenía y aún conserva el más intenso miedo que ha existido.
Hoy en día, décadas más tarde, esa lucha sigue emergiendo y esa vela que se prendió desde ese entonces no se ha derretido. Nunca lo olvidarán, porque nunca se dejará que la olviden.
kalutavon
Matilde Contreras
kalutavon
Stella Maris Sanhueza
kalutavon
un sentimiento
kalutavon