Alice nocturna
Publicado en Oct 04, 2013
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Sin estrellas, porque no existían en ese punto del planeta, el cielo esperaba que Alice abriese las cortinas de la ventana de su habitación. A las 23.48 hs fue cuando, como siempre sucedía, Alice asomó su cara anémica hacia una noche que comenzaba a abrir sus alas y que presentaba nubarrones negros, tan negros como su propia existencia.
Dos velas en la habitación eran suficientes para que Alice contemplara con cuidado su única posesión: Un cochecito de bebé que arrastraba por todo el ambiente, ya que las ruedas estaban oxidadas por los años. Mientras cantaba en un volumen casi inaudible una canción de cuna, pasó por delante del espejo que adornaba una de las paredes oscuras, y después de entristecerse por su estado calamitoso rompió el cristal, con el peso de un jarrón con azucenas. Con furia desatada pisoteó cada flor hasta extinguirlas en manos del recuerdo sombrío que la intimidaba y así siguió despellejando  los restos del jarrón y del espejo, también su vestido negro de lino y encaje del siglo XVIII, y despeinó su peinado laureado con pequeñas flores de lavanda. Pero al instante se detuvo asustada, oía el lamento de un recién nacido, como pidiendo que por favor terminará con tanta violencia. Alice corrió hasta el cochecito y comenzó nuevamente a  arrastrarlo, entonando la canción de cuna.
Observó el reloj de péndulo y las gruesas agujas marcaban las 23.48 hs. Alice asomó su cara anémica por la ventana. Él llegaría de un momento a otro y como el silencio había vuelto a arañar las paredes de la habitación, comenzó a lavarse en una vasija las heridas que ella misma se había producido. Luego, sintiéndose limpia, cosió las rasgaduras de su vestido. Se acondicionó nuevamente las flores de lavanda en su pelo. Engalanó el jarrón con las azucenas. Secó el agua del piso. Colocó cada pedacito del cristal del espejo en su lugar. Y por ultimó arrojó su cuerpo en el sillón color escarlata, como siempre sucedía.
Había permanecido un tiempo que pareció eterno con los ojos cerrados, al abrirlos buscó el reloj de péndulo, eran las 23.48 hs y alguien golpeaba las manos en la puerta de entrada a su habitación.
 
– Buenas noches Alice.
– ¿Qué desea?
– Hablar con usted.
– ¿Pero se dio cuenta de la hora que es?
– La misma que todas las noches.
– Hable, lo escucho.
– Necesito imperiosamente saber si ya ha tomado una decisión sobre el tema que hemos venido tratando en los últimos encuentros.
– ¿De qué asunto me habla?
– Alice, por favor.
–Explíquese nuevamente. No recuerdo de qué se trataba.
–De mi amor hacia usted.
– ¿Y qué debo yo decir? Ámeme si eso lo hace feliz.
– La amo, sí. Y me hace inmensamente feliz, pero me sentiría íntegro si mi amor fuera correspondido.
– ¿Qué necesita?
–Que me ame Alice.
–Yo lo amo. Pero parece que no le alcanza.
– ¿Usted no tiene deseos de abrazarme?
–Sí, pero no puedo hacerlo.
–Entonces no me ama.
– ¿No? Usted no entiende.
– ¿Qué es lo que no entiendo?
–Déjeme sola por favor.
–No, hoy tiene que decirme la verdad Alice, no juegue conmigo.
–La realidad usted no la quiere ver y la tiene allí, frente a sus ojos.
–La realidad es que usted no me quiere. Pero necesito que me lo diga usted y no mi razón.
–No diga eso, yo lo amo, lo quiero, pero no pida más por favor.
–Pero si fuera cierto entonces debería tener ganas de abrazarme.
–Usted no tiene idea de las ganas que tengo.
–Entonces permítame abrazarla Alice.
–No. No puedo.
–Me confunde ¿Qué es lo que se lo impide? Dígamelo, porque yo no la comprendo.
–Le dije que no puedo. ¿Cuándo lo entenderá?
–Eso es mentira.
–Los dos sabemos que es verdad.
–Mañana volveré a la misma hora. Espero que pueda abrazarme.
 
Eran las 23.48 hs y Alice cerró la puerta de entrada a su habitación con un golpe certero producido por su propio corazón, y corrió sus pasos hasta la ventana, pero no vio más que una noche cegada de lamentos internos. Desgarró su vestido, rompió el espejo arrojándole el jarrón con las azucenas, pisoteó las flores hasta el cansancio, desprendió las lavandas de su pelo. Oyó el llanto de un bebé y desesperada echó el cochecito por la ventana. Casi sin aliento miró nuevamente el reloj de péndulo, eran las 23.48 hs. Se tranquilizó, tomando agua de la vasija. Lavó sus heridas. Se acomodó las lavandas en el pelo, cosió su vestido,  arregló las flores y el jarrón, como así también el espejo. Paseó el cochecito por la habitación hasta que dejó de oír la lamentación. Entonces echó su cuerpo sobre el sillón escarlata. Cerró los ojos un tiempo que pareció por siempre, hasta que los abrió justo sobre las agujas del reloj de péndulo que marcaban las 23.48 Hs. Se levantó para mirar por la ventana, pero alguien estaba golpeando las manos en la puerta de entrada a su habitación.
 
 
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Foto del autor daniel contardo
Textos Publicados: 39
Miembro desde: Nov 24, 2012
2 Comentarios 670 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

Una hora eterna...donde Alice pertenece.

Palabras Clave: Hora-deseos-angustas-locura-amor-furia-miedos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio


Creditos: Daniel Contardo

Derechos de Autor: Dc (ley 11723)


Comentarios (2)add comment
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daniela

Impresionane relato daniel, las imagenes que me provocò son increìbles. Un aplauso mi amigo.
Responder
October 08, 2013
 

daniel contardo

Gracias Daniela por leerlo. Beso grande.
Responder
October 09, 2013

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busy