Esta mañana, mientras me bañaba, pensaba en que la razón fundamental de algunas religiones parece ser la –persistente- inducción de la percepción de que Dios está en un lugar extrínseco al ser humano.

Esta disgregación sobre Dios, me colmó de bendecidas preguntas sobre tal intencionalidad milenaria de algunas religiones.

¿Y si Dios, en su notable sabiduría, estuviese encerrado en la maleza húmeda de nuestra anatomía?

¿Y si Dios clamara por ser visto en cada quien, por cada otro?

¿Y si ¨pedir milagros¨ a un Dios externo, fuese la razón de tan grave enclaustramiento? 

¿Y si los milagros estuviesen adentro de cada ser?

Después saqué a ¨Andrés¨ - mi perro salchicha- para que olfatee perritas del barrio.

Recién regreso de una plaza cercana donde unos jóvenes hacían carteles y pancartas promoviendo candidatos que no ganarán en las próximas elecciones. 

No ganarán en cantidad de votos comparativamente con quienes son lo que podríamos llamar: ¨oposición oficial al oficialismo¨, pero estos muchachos y chicas no pertenecen a ninguno de los dos sectores. 

Ellos se oponen a un sistema de valores que predica el éxito como una escala monetaria y material de apropiaciones.

Ellos proponen organizar la vida para querernos.

No piden, ni a Dios ni al oficialismo, nada. No rezan para que ocurra algo. No odian.

Lo que ellos dicen es un suave susurro, que se enfrenta al ruido furioso de la sociedad-ciudad. Es como un latido débil, pero imparable, que viene desde sus interiores optimistas.

Y se me ocurrió asociar aquella idea mía sobre el Dios exterior, al que se le pide, con el Dios interior, enclaustrado adentro de cada uno.

Y pensé si ese susurro, de las esperanzadas pintadas sobre papel o tela, no fuere la voz de alguien que, encerrado en cada mirada, sigue diciendo: ¨presente¨, aunque a veces… lo creamos afuera.


GAF

Nota: 
La foto corresponde al archivo Hasenberg-Quaretti
Jóvenes pintando siluetas en el Obelisco, durante ¨El siluetazo¨
Buenos Aires, 8 de Diciembre de 1983