La noche del loco. La librera
Publicado en Oct 27, 2013
Llegados a la pulpería -que posee más de 8 laberínticos pasillos haciendo las de tentáculos-, tanto Locura como Cordura parecían dispuestas a recorrer los profundos confines y las pasiones del conocimiento.
Sin embargo, bastó que dieran unos cuantos pasos para que la dependiente -que brotaba soberbia por los poros- les diera voz de alto. Ésta, demandó a Cordura que dejase en la recepción el bolso que traía consigo; y ella, claramente incómoda, lo entregó a regañadientes -recibiendo una insignificante ficha a cambio-. Pero Cordura no pudo consentir lo ocurrido, así no más, por lo que preguntó -con elegante desprecio- qué razones justificaban tal solicitud; a lo que la dependiente rumió: muchas cosas desaparecen... «¡Ja!» -dijo Cordura para sí-, y procedió a bajar las escaleras, donde Locura le esperaba sin atender a lo ocurrido. Pasado aquel punto de control -que torna ingrata cualquier visita-, ambas resolvieron adentrarse juntas entre el polvo y el moho que alberga a la literatura con sus letras socialmente muertas. Habrían pasado horas buscando nada en particular, aunque sólo se tratase de unos cuantos minutos -eternos a causa del desesperante calor y la humedad del sitio-. Libros por aquí, una carta de principios del siglo pasado por allá; tesoros en mano, consintieron devolverse a la recepción para pagar e irse de paseo a otro lugar. Pero en el instante en que Locura procedió a pagar -con ciegos elogios sobre el plástico y el papel moneda-, Cordura hizo retumbar sobre el mostrador su ficha «¡mi bolso!» -reclamó-. Estupefacta, la dependiente recogió la ficha e hizo entrega del mismo. No obstante, la reputación de Cordura había sido trastocada -cosa que no se podía permitir para sí-, por lo que ex profeso comenzó a revisar el interior de su cartera mientras echaba todo su contenido sobre el mostrador que atendía la robusta y maleducada mujer. No entendiendo lo que ocurría, la dependiente preguntó a Cordura qué estaba ocurriendo, pero Locura, muy asertiva, se adelantó al exclamar -mientras levantaba su puño izquierdo, y su expresión se tornaba cada vez más hilarante-: ¡muchas cosas que parecen desaparecen también...! «Ahí va de nuevo...» se dijo Cordura con gesto cansino, «¡nos vamos!» -replicó-, y tomando de un brazo a su compañera, salieron de forma forma apresurada de la librería. Sin pagar. Durante el resto del día, Locura se debatió en silencio si Cordura era en realidad una mercenaria.
Página 1 / 1
|
Andrea Luca
Saludos
Max La Scalea