los benjamines
Publicado en Oct 29, 2013
¿Cómo? Como empezar a explicar a esa "clase privilegiada" de amor, esa categoría inaudita llena de indultos que nosotros, los hijos, no hemos tenido ni siquiera en las más mínimas proporciones. Nos hemos pasado toda nuestra tierna infancia y casi toda nuestra escandalosa adolescencia soportando hasta las más ínfimas advertencias cargadas de condimento asustadizo y reproches, de los siguientes colores: -¡Come!... ¡COME! tooooda la sopa RICA de cebollas y acelga porque si no (aquí viene el tono intimidatorio con tinte de futuro peligroso) vendrá el viejo de la bolsa-; -No comas esos chupetines antes del almuerzo porque encima te sacan bichos en la panza-; (Dicho de manera no exhortativa y cariñosa sino con cara de sermón de la montaña). -Ya es muy tarde... y tienes que ir a dormir... porque mañana es domingo pero hay que levantarse temprano igual-; (Eso era un decreto genético transmitido hasta nuestra generación y que ahora ya ha perecido). -No, no voy a comprarte nada porque la plata no crece de los árboles o qué pensas que YOoOoO soy un banco, he! He! -; (Lo malo de esa sentencia es que de tanto escucharla ahora se la decimos a nuestros propios hijos que nos miran como si fuésemos un alien). -¿Y a mí qué-me-im-por-ta si querés ese juguete que sale en la tele?-; (Eso ocurría en realidad sólo si teníamos tele, donde apenas veíamos dos canales y la otra variante era ver que el chico de al lado tenía y querer, en vano nomás). -Vos no vas a salir a callejear por ahí, ni vos ni tu hermana, sobre todo vos que aunque seas varón venís todo sucio-; (La idea era ir un rato a dar una vuelta a la manzana mientras ellos toman mate, pero nunca hubo caso). Algunos, en las primicias de su adultez, han vivido la metamorfosis de sus ascendientes del periodo "padre dogmático" al periodo "abuelo condescendiente", y además, el hecho de no tener "hogar propio" los condena a seguir padeciendo la mutación que llega a niveles insospechados. Justamente a todas esas situaciones de altísimo garrón que nos tragamos, que nos merendamos y soportamos estoicamente hasta que nos salieran pelos, son a las que me refiero. Son sucesos increíbles los que dilatan los pequeños, nuestros pequeñuelos, nuestros. Sin embargo es un azar jamás previsto, un derecho insólito el que patrocinan los abuelitos. Permitiendo y favoreciendo todas esas acciones viles de las que nosotros no tuvimos oportunidad de llevar a cabo, so pena de castigos, amenazas y...un 50% de respeto y otro 50% de miedo, claro está. Ahora, en el presente actual, en nuestra era ya de "padres" surgen emanaciones de afecto y debilidad de los devotos de nuestros hijos, que con no disimuladas artimañas malcrían a sus venerables nietos con sus renovadas fórmulas de crianza y a través de su amparo le hacen una emboscada a todo el empeño que sostenemos nosotros los padres para criarlos a nuestro modo. Las flamantes metidas de pata que hacen todos, desde cincuentenarios hasta los octogenarios (y los demás vetustos si es que pueden) apuntan únicamente al objetivo de torcer el destino de nuestros niños ante nuestros mandatos, entonces florecen frases favoritistas, tales como: -Deja hijo (no es su hijo, es su nieto), andá nomás a jugar a la vereda que yo acomodo tus juguetes- (Se supone que uno instaura el principio del orden pero viene un autómata canoso y derrumba nuestra consigna); -Me llevo al nene al kiosco a comprar pan para la comida (lo dicen gritando desde la otra cuadra), ¿qué querés que te compre mi amor? (en el camino el nene aprende a hacer los primeros sobornos de su vida con "caritas" u "ojitos"). Resultado: nene enchastrado de dulce, madre desquiciada, comida del nene en el plato, abuelo cara de santurrón beato de la senectud). Bueno y así como estos pocos ejemplos hay muchos más, sin embargo queda una duda existencial, que genera controversias dependiendo de la situación en la que estemos. Se trata de esa forma de proceder de los abuelos respecto de los nietos. Una incertidumbre un poco odiosa que tal vez resolvamos cuando estemos un poco más arriba en el frondoso y amado árbol familiar. Porque si no...yo no me explico cómo es qué se produce tal afecto. No he conocido a mis abuelos. Mi padre me dejó cuando era un bebé con amables personas con una edad como para no gestar hijos. De modo que éstas se hicieron mis padrinos de bautismo. Y al tiempo que volvió mi papá -un poquito más de 10 años- me di cuenta que él era como su hijo, que yo era casi una consentida "ahijada-nieta". Escuché de la boca de mi papi que a él no le permitían tantos privilegios como a mí cuando era chico. Ahí comenzó la teoría del abuelo consentidor. Pero ya no volví a ver por mucho tiempo a mi papá ni a mi mamá -que ese día ni había venido-. Lo único que puedo alegar desde la posición de "nieto" es que se sufre mucho cuando el abuelo se muere. A mí se me murió mi padre-padrino-abuelo. Y nunca más comí con alguien milanesa de yacaré, ni seguí haciendo huerta, no quemé accidentalmente otra casa porque creo que sin él no zafaría, ni menos continúe coleccionando el álbum de figuritas que traían los chicles...que él me compraba siempre a escondidas. Sin embargo a todo esto cuando yo estaba por terminar el colegio secundario mis papás aparecieron...cuando se confirmó que yo me había "torcido" o sea cuando nació mi hijo, creo que su nieto ¿no? De todas maneras ese vínculo no prosperó. Eso no importa porque cuando una es madre soltera de un Benjamín hiperkinético la teoría alcanza incluso a quienes ni edad de ser abuelos tienen. Pero la cosa cambió porque me junté, si, con el padre de él nomás. Entonces, claro, hice "rancho aparte": me fui de mi casa. Y ahora es diferente, mi hijo va a "la casa de su abuela". Ella vive sola y su alma, y su alegría es desmedida cuando vamos de visita. Y cada día me doy cuenta de esto: el nieto es una especie de elixir para alargar la pobre y enferma vida que padecen los nonos. Es un extraño poder el que genera un niño a un anciano, pero siempre está presente una sonrisa contagiosa. Es, en definitiva, el último destello de amor para este mundo, con toda la esperanza de haber hecho lo mejor en esta vida: cuidar a quienes amamos y ser feliz con cada cosita que tenemos.-
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