Amiga, amiga mía
espiga madurada
eco de mi pasado terrible y solariego.
Hoy te veo tan cambiada que me he estremecido.
Casi no reconozco tu cuerpo de interlunios ni tu rostro vital.
Veo tu pelo rubio arañado en el viento
y recuerdo cuando llevebas tu suave melena oscura
y aquella te poblaba la frente de azabaches.
Antes no bebías licores obsequiosos
y te fundamentaba un rígido presuesto.
Eras cándida y húmeda, como los niños frágiles
y tenías el rostro de las vírgenes sensibles.
De todo te apenabas y eras emoción pura.
Eras verdad entonces, retoño que se abría:
Arbol de la pureza que toqué con mis manos.
De tus hombros caían vestidos transparente
y leías libritos de guerras espartanas.
Temías que los otros supieran nuestro romance
y siempre estabas alerta de las miradas pálidas.
Eras comedida y benévola y abnegada devota.
Tu torso era más bello que el torso de las vénus.
Y llevabas aretes baratos y pulseras de peltre.
Traté de besarte enfrente de tu prima
y en la rueda giratoria de un circo arterial.
Huíste de mi laica mansedumbre una tarde
en que disertaba mis primeros monólogos discretos.
Y empezaba a cantarle a las flores henchidas.
Hoy te veo presumida y distante
y sólo reconozco tu acné perturbador.
Hoy andas entre fuegos y vértigos
has vivido y tenido todo lo que anhelabas.
Espero que sepas ahora aceptar mis adioses
pues otra mujer bella me recogió y dió vida.